Capítulo 3-1

613 Words
3 Morian se quedó entre las sombras, con los puños apretados con fuerza contra los labios. El corazón se le hacía pedazos por aquella frágil mujer humana. Lo había sabido en cuanto la joven se había adentrado en su santuario. Las plantas reaccionaban de maneras distintas a lo que las rodeaba. Aquel era el lugar en el que Morian se refugiaba cuando la soledad y el dolor hacían presa de ella; dedicarse a las plantas y a la tierra le ofrecía paz cuando la necesitaba. Echaba de menos a su compañero. Quizás no había sido su compañero predestinado, pero lo había amado y todavía lloraba su muerte. Al principio había pensado en unirse a él al otro lado, puesto que eso era lo que sucedía con las compañeras predestinadas en su mundo, pero algo le había dicho que no había llegado su hora. Cuando su hijo mayor, Zoran, había sido secuestrado, Morian había temido tener que vivir también con la pérdida de uno de sus hijos, pero en lugar de aquello el secuestro se había convertido en una bendición de los dioses y diosas. Zoran había descubierto a su compañera predestinada en una mujer de un planeta lejano en el que había buscado refugio y, además, parecía que el viaje había bendecido a todos sus hijos con sus compañeras predestinadas, o así lo parecía a juzgar por el simbiótico de Creon. Ya había visto desde el despacho que tenía en la parte alta del atrio cómo jugaba el simbiótico de Mandra con la mujer de cabello largo y blanco, y había estado considerando abandonar su santuario para ir a conocerla cuando aquella otra mujer había aparecido. Incluso desde lejos, Morian había sabido por instinto que aquella mujer deseaba estar sola, así que le había dado espacio, aunque sentía curiosidad por aquellas criaturas hermosas y frágiles que habían capturado los corazones de sus hijos. Se había escabullido por uno de los muchos senderos y la había seguido, y las palabras que había susurrado la habían emocionado. Aquella mujer intentaba parecer tan dura por fuera, pero por dentro estaba profundamente herida. Esperó para ver qué haría el simbiótico de Creon. Si la mujer era realmente la compañera predestinada de su hijo, entonces haría todo lo que estuviera en su poder para ayudarla. Morian se mordió el labio cuando el simbiótico dorado soltó un profundo sonido de angustia ante el dolor de la mujer y sus colores destellaron, mezclándose rápidamente para reflejar su ansiedad. La mujer jadeó cuando el sonido ganó fuerza hasta resonar por toda la enorme sala, y la figura dorada que la rodeaba cambió de forma una vez más hasta adoptar la de una criatura de cuerpo largo y orejas caídas. Era una forma poco habitual para un simbiótico, una que Morian no había visto nunca, pero la mujer debió reconocerla. Morian vio cómo su figura esbelta caía de rodillas para abrazar aquella forma, aferrándose a ella y susurrando en voz baja. ―Lo siento ―resonó la débil voz de Carmen con tono tranquilizador―. Lo siento mucho. No pasa nada. No debería haberte pedido eso, es solo que a veces… ―La voz le falló y volvió a empezar―. A veces el dolor es demasiado para soportarlo. Pero pronto, muy pronto, todo mejorará. Todo irá bien en cuanto vuelva a casa ―añadió con una sonrisa decidida. Morian se apartó al notar otro cambio en el claustro y, cuando miró a la mujer joven que estaba tranquilizando al simbiótico de su hijo, la asaltó el miedo. Algo le decía que no saldría nada bueno del regreso de la mujer a su mundo. Se dio la vuelta y avanzó para detener a su otra visita; debía advertirle que no todo era lo que parecía.
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