Prólogo-2

1145 Words
Carmen examinó la oscuridad que rodeaba al vehículo. Afortunadamente, no había habido ningún incidente en el viaje hasta el aeropuerto. Habían dado varios rodeos antes de girar para llegar desde el norte. Carmen era la única que sabía por dónde iban a llegar; Scott se había asegurado de que solo el líder del equipo de cada vehículo supiera la ruta para así reducir las posibilidades de una filtración. El todoterreno n***o se detuvo frente a la verja y Marcus, uno de los miembros del equipo de avanzadilla, la abrió con un asentimiento de cabeza, dando la señal de que Scott y los demás ya habían llegado. Scott mismo estaba de pie cerca del avión cuando detuvieron el todoterreno. Carmen fue la primera en salir, mirando a su alrededor. Les hizo un gesto a los otros dos hombres de que no había moros en la costa y le sonrió al rostro asustado del niño que había viajado sentado en silencio en el asiento trasero. ―¿Caminas conmigo? ―pregunto José con voz débil. ―Sí ―contestó Carmen con amabilidad en español―. Venga, vamos a llevarte con tus padres. Extendió la mano y apretó la de José en un gesto de ánimo cuando este la aceptó. ―Ya casi está ―le susurró, guiñándole el ojo. La sonrisa indecisa del niño le rompió el corazón. Los niños no deberían sentir nunca aquella clase de miedo. Scott la había avisado de que el cartel podía ir a por el niño en un intento de vengarse por los actos que el gobernador había llevado a cabo en su contra, pero Carmen se aseguraría de que nunca le pusieran las manos encima. Los niños eran la esencia misma de la inocencia, y debían ser protegidos a toda costa. Estaban a medio camino del avión cuando el todoterreno del que acababan de salir explotó, lanzándolos a todos al suelo. Carmen rodó por instinto, cubriendo a José con su cuerpo. Oyó el sonido de disparos automáticos a lo lejos, por encima del ruido de los motores del jet cobrando vida. Sacudió la cabeza para librarse del pitido de los oídos. Carlos y Enrique estaban luchando por ponerse en pie junto a ella. Carmen se obligó a ponerse en pie, tirando de José y asegurándose de cubrirlo mientras lo empujaba hacia el avión. Carlos disparaba tras ellos a varios vehículos que habían atravesado la verja y se acercaban a toda velocidad. Carmen vio a Scott devolviendo los disparos a los vehículos incluso mientras corría hacia ella, y jadeó al notar cómo una bala le atravesaba el músculo. Cayó con un grito. Enrique intervino, levantando a José en brazos y corriendo hacia el avión mientras Carlos lo cubría. Carmen rodó, sujetándose la pierna con una mano al mismo tiempo que disparaba su pistola semiautomática de nueve milímetros contra los vehículos. Los disparos volvieron a cobrar fuerza y Carmen se sacudió cuando otra bala la alcanzó en el brazo, tirándola de espaldas sobre el asfalto. Giró la cabeza al oír cómo las balas alcanzaban a algo no muy lejos de ella, y un grito de negación surgió desde lo más hondo de su ser cuando vio cómo se sacudía el cuerpo de Scott al recibir varios disparos. Scott cayó a unos dos metros y medio de ella. Carmen luchó contra la agonía que se adueñaba de su cuerpo, decidida a llegar hasta el hombre al que amaba; estaba a menos de un metro cuando unos zapatos pulidos aparecieron frente a sus ojos. La figura se inclinó, agarrándola por el hombro ileso y dándole la vuelta hasta que se encontró mirando los ojos oscuros de Javier Cuello. Carmen apartó la mirada de su expresión heladora, intentando encontrar a Scott. Lo único en lo que podía pensar era en llegar hasta él. ―Cuánta belleza ―dijo Javier en voz baja, apartándole un mechón rubio platino del rostro y haciéndole girar la cabeza hacia él―. He oído hablar sobre el joven equipo de seguridad americano que protegía al gobernador y a su familia. Mis informadores no me mintieron cuando dijeron que la mujer era de una belleza excepcional ―dijo, riendo entre dientes cuando Carmen volvió a intentar girar la cabeza. Javier miró hacia donde Scott luchaba por respirar. ―Él es importante para ti, ¿sí? A los demás no les importas tanto; se han marchado todos. ―Chasqueó la lengua, sacudiendo la cabeza y pasando el pulgar por el labio inferior de Carmen―. Quizás debería quedarme contigo como premio. Los ojos de Carmen destellaron llenos de furia. ―Vete al infierno. Eres un cobarde y un matón ―escupió con voz ahogada. Javier rio entre dientes. ―¿Un matón? ―respondió, riéndose en voz alta mientras miraba a sus hombres―. No me llaman matón desde que era un niño ―comentó, girándose para volver a mirar a Carmen con una sonrisa fría―. No, pequeña americana, no soy un matón. Soy un asesino a sangre fría. A Carmen se le escapó un sollozo, siguiendo a Javier con la mirada cuando este se puso en pie y se acercó a donde estaba Scott. Este alzó la vista hacia Javier antes de desviar la mirada hacia Carmen, y Carmen vio amor, aceptación y arrepentimiento en sus ojos. ―¡No! ―intentó gritar―. ¡Apártate de él! ¡Apártate de él! ―sollozó, luchando por moverse. Javier le hizo un gesto a uno de sus hombres para que sujetase a Carmen mientras usaba el pie para golpear suavemente a Scott. ―No tienes de qué preocuparte; voy a cuidar muy bien de tu mujer. ―Sonrió de oreja a oreja, sacando una pistola del bolsillo―. Durante mucho, mucho tiempo ―añadió antes de apretar el gatillo. Los gritos de Carmen resonaron en la noche. Las lágrimas le ardían en los ojos, pero se negaban a caer mientras miraba al hombre que lo significaba todo para ella sacudirse antes de quedar inmóvil. El frío rodeó su cuerpo y su alma al ver los ojos sin vida de Scott, y sus dedos aferraron el cuchillo que llevaba sujeto al costado. Volvió a mirar a Javier, quien sacudió la cabeza con desagrado antes de volver a guardar la pistola en el bolsillo. ―Y ahora que me he ocupado de la competencia ―dijo como si nada, acercándose para volver a acuclillarse junto a Carmen―. Serás mía. ―Cuando los cerdos vuelen ―contestó Carmen con voz monótona, alzando el cuchillo que sujetaba con fuerza. Se lo clavó todo lo profundo que pudo en el muslo y Javier cayó de espaldas con una maldición ahogada, llevando una mano al cuchillo que le sobresalía de la pierna. Uno de sus hombres sacó la pistola y disparó a Carmen varias veces, mientras que los demás apartaron a Javier de ella. Carmen sonrió al oír el débil sonido de los gritos de Javier mientras lo llevaban a su vehículo. Oyó sirenas a lo lejos, pero nada de todo aquello le importaba. Usó la poca fuerza que le quedaba para extender el brazo ileso hacia Scott. Tenía que tocarlo una última vez. Un sollozo sacudió su cuerpo malherido y las luces parpadeantes los rodearon. «Necesito tocarlo… una… última… vez», pensó vagamente, rozándole con ternura la mejilla antes de que la oscuridad se la llevase.
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