Lentamente me asomé y la miré con culpa y vergüenza. Algo que tenía era que no podía mentir; no sé por qué, pero no podía evitarlo. —Ayudé a unos humanos con sus cosechas, mami… Tenían hambre y… No pude dejarlos morir —dije en voz baja y apenada. Mis ojitos se cristalizaron, a punto de llorar.
En respuesta, sus raíces fueron a mí y me tomaron con cuidado, sacándome de mi escondite y llevándome a ella. Al ver una lágrima caer de mis ojos, una de sus ramas fue a mi mejilla y, con sus hojas, limpió mi lágrima con delicadeza. —(No tienes que llorar, no te voy a regañar… Hiciste un buen trabajo, eso es parte de tu deber…. Además sentí cuando utilizaste tu magia y eso me preocupo, creí que estabas en problemas)—
Resulta que mamá y yo estábamos estrechamente enlazadas; podía sentir mis emociones, parte de ellas. Cuando utilizaba mi magia, un corte o un mínimo indicio de dolor, ella también lo recibía. Eso lo descubrí el día en que mi vida acabó.
Retomando la historia. Mamá no estaba enojada; al contrario, me felicitó por ello. Limpié mis ojitos con mis manitas y sonreí. Eso me hizo feliz y me ayudó a dejar de llorar. Creí que mamá me iba a regañar, pero no; me dijo que hice bien. —(Solo ten cuidado… No todos los humanos son merecedores de tu ayuda; algunos son codiciosos y groseros. Debes expandir tu magia y conocimiento para ver el aura de los humanos y de cualquier criatura, pero sobre todo ocultar tu esencia. Debes aparentar ser un ser bondadoso, pero que…) —dijo con dulzura y, con una de sus ramas, me hizo cosquillas.
De eso no había duda: si mamá decía que tenía que ampliar mi magia, lo haría. Si mamá decía que tenía que ocultar mi verdadero ser, lo haría, aunque no tenía idea de qué era realmente. Estaba decidida, y más que nada, para ayudar a cualquier criatura.
Con el pasar de las semanas, empecé a practicar con mamá. No me alejé de ella; estaba sentada junto al riachuelo, concentrada, tratando de sentir la presencia de cada criatura, sus auras, el latido de sus corazones, de los árboles a mi alrededor, su energía, sus años de vida, todo a mi alrededor.
Después de un tiempo, ya lo había dominado: ocultar mi presencia y esencia. Así que decidí salir ya, más que nada para ir a ver a aquéllos humanos; más seguro, sus cosechas ya estaban listas. Al llegar nuevamente, me escondí. Me llené de felicidad al ver la felicidad de esos humanos; había más que ese día.
Se estaban ayudando unos a otros; sus auras eran blancas y puras, aunque otras tenían un color amarillo a su alrededor. No había maldad en ellos, pero sí un poco de envidia. El trigo para ellos era como la miel para mí, muy importante. No sabía mucho de los humanos; mamá sabía poco, ni siquiera cómo o dónde vivían. Eran muy curiosos, y más por su color de cabello y ojos, aunque también sus ojeras no eran como las mías, las cuales empecé a tocar.
Lo más curioso era que había crías jugando, corriendo entre el vasto trigo. Aunque estaba lejos, observaba a cada uno de los humanos. Me distraje más de lo debido, que bajé la guardia y no me di cuenta de que un pequeño humano estaba a un lado de mí, mirándome con la boca abierta y asombrado. — ¡Wuaaaa….! —
Al escuchar ese sonido, lentamente giré la cabeza y lo quedé mirando, y él a mí. Era la primera vez que miraba a una cría humana de cerca; no sabía si asustarme o salir corriendo. —Hola…—
Fue lo único que se me ocurrió decir. Estaba nerviosa y asustada, no sabía qué hacer. No recibí respuesta en ese momento, pero sí su mirada de no poder creer lo que estaba viendo. —No digas nada, por favor…— susurré en súplica. Mi mirada se desviaba de él al grupo de humanos adultos cosechando. —Yo... Yo los ayudé a que la cosecha creciera...—
—¿Qué eres?— preguntó aquel niño con curiosidad. No sabía qué responder, pues ni siquiera yo sabía qué era; jamás había visto a alguien de mi misma especie y mamá no quería decirme.
—Soy... Emmmm... Soy— balbuceaba sin saber cómo terminar la frase, estaba nerviosa.
—Eres una hada —respondió con un brillo en sus ojos y emoción en su rostro. Una hada, eso creía él de mí, otra cosa que desconocía.
—Tal vez supongamos que algo así —dije mientras mi mirada iba de un lado a otro. Acaso estaba mintiendo, pero como si yo no pudiera mentir, al menos estaba interviniendo con un juego de palabras.
Más asombro mostró en su rostro y, de un momento a otro, salió corriendo. Lo mismo hice yo; tenía que tener cuidado y, más ahora, si me descubrían, podría ponerme en peligro.
~ NARRADOR ~
Por fortuna, tenía la vegetación de su parte y hizo que me ayudara a limpiar su camino y borrar su rastro. En cuanto a ese pequeño niño, llegó con sus padres, tirando del pantalón de su padre.
—Papá… Papá… vi una hada bonita… por allá —dijo señalando con el dedo en dirección a donde estaba escondida .
La reacción de los adultos fue mirarse y solo reírse, puesto que pensaron que era alguna broma o juego del niño. — Hijo, las hadas ya no existen… Ellas dejaron de existir por salvar a los humanos de las brujas malas. —
El niño no quedó conforme; él me había visto y no era humano, y siguió insistiendo. — Pero yo la vi, papá… Era bonita, sus ojos eran dorados y su cabello brillante y blanco… Y… sus orejas eran puntiagudas, pequeñita y linda —dijo con emoción mientras sus manos hacían gestos describiéndome cómo era, les causo un poco de curiosidad.