No tengo mucho recuerdos mi, si tenia padres, familia o como llegue a este mundo,sin nadie más a mi alrededor qué solo vegetación. Desperté bajo las raíces de un gran espino blanco milenial, un hermoso árbol rodeado de gran vegetación, animales y un riachuelo de agua cristalina.
Ese día, los primeros rayos del sol iluminaban el paisaje, el sonido del riachuelo, los pajarillos cantando, el olor de las flores y el revoloteo de las mariposas; era primavera.
Escuchaba el latir de la corteza del árbol, su esencia recorrer en ella, desde sus raíces, tronco, ramas hasta sus hojas y flores. Lentamente, sus raíces fueron abriéndose para sacarme de debajo de ella y sentándome en el pasto verde cerca del riachuelo. —(Buenos días, Drottning...) — hablo aquel arbol.
Aquel murmullo salía de ella junto con el bailar de sus hojas. Estaba adormilada, tambaleando de un lado a otro, tratando de mantener la mirada en ella, una pequeña y regordeta criatura de mejillas grandes y coloradas, cabello blanco como la luna y corto, con algunos pequeños cabellos parados. Mis ojos eran dorados como el mismo sol; era tan pequeña y tierna. Como cualquier otra criatura, lo primero que ve es a su madre, a lo que sonreí dulcemente y gateé hacia ella.
Esta es mi historia: una pequeña criatura sin padres, viviendo en medio del bosque y siendo criada por un enorme árbol. No sé cuándo fue eso o cuántos años tengo ahora, pero lo que sí sé es que me llamo Adelina, o eso es lo que mamá me dijo, ya que mi verdadero nombre es un secreto qué nadie debe saber.
Mamá me enseñó a hablar, a comunicarme con cualquier criatura, a caminar y a utilizar mis habilidades, mi magia. Me enseñó sobre herbolaria, plantas medicinales, sus propiedades y sus utilidades, y, sobre todo, cuál era mi deber: proteger y vigilar cada rincón del bosque, asegurando la armonía de este y el equilibrio del ecosistema. No entendía por qué; a lo que siempre le preguntaba, ella me respondía con un susurro: "Tú eres la salvación".
Jamás salí más allá del bosque; mamá me lo prohibía. Más bien, decía que no estaba lista y que no era el momento. Decía que había criaturas malas de las cuales debía protegerme, que me harían daño si supieran quién era y que no diera a conocer hasta que tomara el lugar que me correspondía en el bosque. No entendía de qué hablaba mamá, pero ella me dijo que, por el momento, no tenía de qué preocuparme.
Así estuve de estación a estación. Mamá se dormía durante el invierno, pero siempre me mantenía calentita bajo sus raíces y, como tal, tenía que practicar yo solita mi magia. Hice mi hogar más cómodo y amplio sin incomodar a mamá; incluso, mi ropa estaba hecha de sus hojas, las cuales caían al suelo.
Para pasar el invierno, tenía comida almacenada: miel, hongos, frutas silvestres, semillas y nueces, más de lo debido, ya que alimentaba a ardillas, venados bebés que quedaban sin mamá, zorros y un oso que se quedaba conmigo cada invierno. Sí, podía comunicarme con los animales también, y ellos me escuchaban y entendían; eran mis amigos y yo los cuidaba, al igual que a la naturaleza.
Un día en la mañana, mientras daba un recorrido por el bosque, haciendo florecer algunas plantas y, de paso, recolectando hierbas para practicar, por curiosidad, pasé mi límite del bosque, pues el murmullo de que hablaban y se quejaban me llamó la atención. Con sumo cuidado, me asomé desde detrás de un arbusto.
Miré un vasto terreno arado; más bien, era un desierto. Mis ojos se iluminaron al ver que eran personas, criaturas humanas. Jamás las había visto; mamá me contó sobre ellas, pero me dijo que tenía que tener cuidado, puesto que no todas eran buenas.
El problema era que sus cosechas no habían crecido y en sus caras se notaba que estaban preocupados y hambrientos. Lo decía por lo delgados que estaban. Sus ropas estaban viejas y desgastadas, y más aún las de sus crías. Me provocó lástima; no sé por qué no quería verlos así. Miré mis manos, luego a ellos y a sus tierras. Podía ayudarlos; mamá nunca dijo que no podía ayudarlos.
—Por favor… Madre Naturaleza, te pido que bendigas nuestras tierras. Te juramos que, si nos bendices, te daremos parte de nuestra primera cosecha como ofrenda —suplicaba aquel hombre, hincado con la cabeza al suelo.
Mi corazón se encogió; me dio lástima. Pobres humanos, de seguro se estaban muriendo de hambre. No me fui del lugar; estuve mirando detenidamente cómo araban sus tierras y, sin pensarlo, decidí ayudarlos.
Tuve que esperar un tiempo hasta que vi que los humanos se fueron, ya que tenía curiosidad por ellos y quería conocer un poco de sus vidas. Cuando se fueron, yo también lo hice y, con emoción, regresé a casa como si no hubiera pasado nada hoy y mamá no se dio cuenta. Entonces, empecé a buscar los ingredientes que iba a ocupar.
El encantamiento de naturaleza: para realizar este encantamiento de crecimiento vegetal, necesitaba algunos elementos naturales que potenciaran mi poder de la tierra. Hojas frescas de albahaca: simbolizan el renacimiento y la prosperidad. Una pequeña piedra de jade verde: conocida por fomentar la conexión con la Tierra. Agua de lluvia recogida en luna llena: potencia la energía de la naturaleza. Polen de flores silvestres: representa la fertilidad y el crecimiento.
Tenía todo excepto la albahaca, la cual cortaría mañana temprano. Antes de irme a dormir deje todo a la vista, merendar algo antes de acostarme y con emoción me fui a acostar. Antes de irme a dormir, dejé todo a la vista, merendé algo antes de acostarme y, con emoción, me fui a acostar. Mi cama está sobre unas raíces que formaban un nido, del cual rellené con algodón que yo recolecté. Mis habilidades para crear utensilios, sobre todo material como la tela eran fáciles para mi, los hacía con la magia incluso el llamado oro y plata.