Desde el balcón de mi habitación la podía ver, siendo arrastrada y cubierta con trapos sucios y descalza. Como le arrebaté su magia con el mismo collar que utilizaron con Adelina, está repeliendo la magia y mostraba su verdadera apariencia, tan horrorosa y vieja que me provocaba náuseas.
Al cruzar miradas, ella me veía con tanto odio y yo con desagrado, pero luego sonreí y me burlé de ella, y ordené a mis guardias que la azotaran por verme de esa manera. Así como ella trató a Adelina, la trataría yo por el resto de su vida.
El sonido de los azotes me causaba felicidad, y más al verla retorcerse del dolor. Entré a mi habitación y me acosté en la cama; claro que no dormía, era un vampiro, pero lo había ordenado para que mi dulce conejito durmiera cómoda durante las noches y algo más que solo dormir.
Solo una vez pude saborear su cuerpo; solo recordar cada centímetro de su piel me excitaba. Al menos, aún su olor estaba presente en la almohada y las sábanas. Me puse boca abajo para impregnarme de su aroma y olfatear la almohada profundamente.
Durante los últimos diez años, había tratado de entrar al mundo espiritual de los licántropos, la umbra o la sombra de terciopelo, como les conocían ellos, pero solo los licántropos de alto rango que tenían la habilidad del puente lunar podían hacerme cruzar.
Tenía poca información; sabía que el cuerpo de Adelina lo tenían en un túmulo frío, bajo 0°, sellado para que su cuerpo se mantuviera. Traté incontables veces de manipular la mente de uno de los licántropos que hacían guardia en el castillo y entrar para buscar uno más accesible, pero con sus rangos era imposible; eran fuertes de mente y de voluntad.
—Cuánto te extraño, conejita...— susurré contra la almohada mientras frotaba mi rostro en ella. —Extraño mucho las noches que me hacías compañía, las veces que me regañabas por no tomarme mi jugo de tomate...— Reí con tristeza de solo recordarlo y solté un suspiro cansado.
Ya no le encontraba nada de bueno a la vida; nuevamente ese vacío en el pecho. Primero fue La reina y ahora ella. Volví a lo que era antes de conocerla. El día que la conocí fue hace tantos años para los humanos, pero para mí fue hace meses, cuando era una pequeña rata. En ese tiempo, aún prevalecía la amistad entre ambas especies; todo era armonía entre los vampiros y los licántropos, la disputas había terminado sobre quien gobernaria sobre los humanos.
Regresaba del castillo Velvet Shadows con miembros de la corte después de atender asuntos que se debían resolver, ya que merodeaban las brujas había vuelto. Las plagas afectaban la cosecha humana y también a los animales del bosque, y el problema era que ambos nos alimentábamos de ellos: nosotros con la sangre y ellos con la carne. Los licántropos eran responsables de las aldeas humanas y de la autoridad; eso no se debatía.
En cambio, nosotros les dábamos trabajos como sirvientes, jardineros, granjeros, capataces y otras cosas más, pero jamás llegamos a lastimar a ningún humano inocente. Claro, en cuanto a criminales sentenciados a muerte, se nos daba la oportunidad de alimentarnos de ellos; los manteníamos vivos para seguir consumiendo su sangre, y solo los de alto estatus podían tener prisioneros en sus viviendas para alimentarse; eso era un lujo.
Caminábamos por las orillas de las sombras del bosque prohibido mientras el sol se asomaba por las montañas. Los rayos del sol eran tan bellos ese día, especialmente cuando se filtraban entre las hojas de las copas de los árboles.
En el fondo, deseaba poder tocarlos, pero sería una estupidez. El bullicio de mis acompañantes, aún en debate acerca de la reunión de hace unas horas, seguía en discusión. Yo no decía nada hasta que una hermosa melodía proveniente de unos arbustos llamó nuestra atención.
Era tan dulce y hermosa que, en absoluto sigilo, llegamos ante esa presencia que no entendíamos, porque no la habíamos sentido. Por lo general, podíamos saber que estaba a nuestro alrededor a kilómetros de distancia, pero con esta presencia no. Al ver qué era, todos nos quedamos mirando mientras nos comunicábamos telepáticamente.
—(¿Es... una niña humana? )—dijo Laurent, uno de los más viejos de los emisores.
—(Yo no la sentí, ¿y ustedes?… )—preguntó Benedith, uno de los ancianos de la corte.
—(No, es... muy raro y a la vez escalofriante )—admitió Remus, mi acompañante, amigo de la infancia y senescal.
El resplandor de los rayos del sol se reflejaba en ese cabello blanco. Estaba descalza y tenía puesto un vestido azul, pero un poco desgastado; la hija de una campesina, más seguro, pero se miraba limpia para serlo. Aunque estaba de espaldas e hincada, nos dio curiosidad por saber qué hacía. Se escuchaba un crujido, como si estuviera comiendo algo.
—Oye... niña, ¿qué haces aquí? —hablé con normalidad, pero con un tono alto.
Respingó al momento de escucharme y lentamente volteó la cabeza, dejando al descubierto un esponjoso y blanco conejo comiendo zanahoria a su lado. Ambos nos vimos fijamente; era como si el tiempo se detuviera, como si solo yo y ella existiéramos.
Una calidez recorrió mi pecho. ¿Qué era esta sensación? ¿Me había hecho algo? Esos hermosos ojos dorados, esa tierna y linda carita. En sus pequeñas manos tenía una zanahoria y su boca estaba llena de esta, con las mejillas hinchadas, que parecía ese lindo conejo, tan esponjoso y tierno, sobre todo apetitoso.
Mi reacción fue ronronear; mi pecho empezó a vibrar emitiendo ese sonido. No sé por qué hice eso; todos se me quedaron viendo con la boca abierta y en shock. No me había dado cuenta; mi atención estaba en ella, viéndola como su pequeña boquita se meneaba con esas abultadas mejillas.Daban ganas de darles una mordida; mi ronroneo era como si estuviera cortejando, parecía que estuviera buscando pareja.