Mi cuerpo se movió por sí solo; tenía la necesidad de tocarla, así que di un paso adelante y estiré mi mano para tocarla, pero al instante retrocedí ante el ardor de los rayos del sol contra la piel de mi mano.
—¿Estás loco o qué...? El sol está por salir, hay que irnos ¡ya! Steffan... —gritó Laurent al ver que intenté cruzar más allá de lo permitido.
Mi mano dolía como el infierno; apenas la piel se estaba recuperando. Cuando se trataba de heridas por quemaduras del sol o hechas por un licántropo, tardaba unos minutos. Me importaba un bledo mi herida; era ella la que me importaba. ¿Por qué me preocuparía por una enana desconocida?
Al levantar la mirada, ella estaba al frente de nosotros y nos tomó por sorpresa. ¿Cómo hacía eso? Por qué no la percibíamos al movernos? Tenía una sonrisa dulce y gentil en su rostro; por lo general, la mayoría nos temía, y más a los niños.
—Hola... ¿Te encuentras bien...? — pregunto aquella niña con dulzura en sus palabras. Nuevamente, el silencio en el ambiente era un poco extraño y a la vez conocido, como un déjà vu, un recuerdo.
No sabíamos qué cara poner ante tal situación. Por instinto, todos volteamos a ver a nuestro alrededor, buscando señal de alguna otra presencia, pero no había nadie más a kilómetros a la redonda.
—(¿Qué hace esta cría humana en este bosque a estas horas de la mañana... y sola? )—preguntó Remus , al igual que todos teníamos dudas.
—(No tengo la menor idea... y me siento un poco incómodo. No por la pequeña cría humana, sino porque no hay nadie más que ella) —respondió Laurent. En su cara se veía lo incómodo que estaba.
Estábamos tan sumergidos en nuestras mentes que no nos dimos cuenta de que esa humana se me acercó. Hasta que sentí cómo tomó mi mano; quedé petrificado en el momento. Sus pequeñas manos eran cálidas, destellaban una aura verde pálido y dejé de sentir ese ardor en mi mano, lo que aceleró la curación. No sé cómo tomar eso; era extraño ver que una humana hiciera eso, ya que, si tenía magia, se les consideraba como brujas o hechiceras.
Claro que había dos clases de brujas: las que practicaban la magia negra, las cuales eran una plaga en este momento, y las blancas, que ya eran más como parteras y curanderas. Además, ella era un poco extraña; había algo en ella que era interesante.
—Ya no te duele... Si te duele, puedo hacerte un ungüento con plantitas que yo misma hice —afirmó con orgullo y una sonrisa amplia y amable.
Eso nos confirmó que no era lo primero; era demasiado inocente y, sobre todo, tenía un conocimiento a tan corta edad.—(No sé por qué, pero esa habilidad la vi en algún lugar hace siglos, aunque no recuerdo )—agregó Benedith con cierto tono de sospecha y sus ojos se entrecerraron al ver a la pequeña humana.
Había tantas cosas un poco raras con esa humana y ahora, con Benedith diciendo que esa habilidad la vio; por algo lo dijo, era el más viejo del consejo, además del de mayor confianza de mi padre.
—Sí... Gracias, niña... Y no... No es necesario, ya me siento... mejor —dije con vacilación en mis palabras, y de paso, yo había dicho gracias cuando jamás en mi vida había agradecido a alguien.
—Me alegro mucho... Tu manita se miraba irritada y parecía que te dolía mucho... Además —se acercó más a mí y nuevamente tomó mi mano, que había sido quemada por el sol, y la miró. No podía evitar sentir ternura y atracción; era realmente pequeña y curiosa—. Tienes unas bonitas uñas... —.
Me sentía tan halagado que nuevamente de mi pecho salieron ronroneos de satisfacción. Las risas disimuladas se podían escuchar detrás de mí. Paré mi ronroneo y giré mi cabeza hacia ellos; los fulminé con la mirada. Mis ojos se tornaron al rojo vivo y una aura amenazante y oscura se formó alrededor de mí. Emití un gruñido de advertencia.
—Ronroneas como un gatito... Qué lindo eres... —confirmó con felicidad aquella niña, a lo que, en un instante, cambié mis expresiones y la miré a los ojos.
—Ohh... En serio, ¿te gusta cómo ronroneo? Pero no soy un gatito, linda; soy una criatura de la noche, soy peligroso y puedo hacerte daño —hablé con suavidad, con una mirada relajada en mi rostro y una pequeña sonrisa.
—Lo sé... Pero sé que no me vas a hacer daño... No eres malo... simplemente te sientes vacío y solo. Además, tú también sientes una conexión, como si nos conociéramos —su cara brilla como un sol con esa sonrisa, tan pura y cálida que me sentía relajado y tranquilo.
Pero cuando dijo eso, abrí los ojos al instante y me puse a pensar. Tenía razón y también lo sentía: esa sensación de que la conocía en algún lugar, pero no sabía dónde. Además, era imposible, ya que era una pequeña rata de 4 o 5 años, y si eso fuera cierto, yo me acordaría. —No creo, niña... yo soy un vampiro, he vivido muchos años más que tú y recuerdo perfectamente, pero a ti no—.
— Tal vez fue en otra vida... quién sabe, más seguro fuimos parejas. —.Lo había dicho con tanta seguridad, pero a mí me causó gracia y empecé a reír. Era un vampiro; no teníamos sentimientos, no hasta encontrar a la pareja predestinada, y yo aún no la había encontrado. —Eres demasiado joven para saber de la vida, criatura...—.
Mi reacción fue sonreírle y llevar mi mano a su cabello para alborotarlo; fue un grave error. Me llegó un delicioso aroma, puro y dulce, nuevamente esa sensación extraña y cálida en mi cuerpo. Quedé inmóvil y ella me vio sin entender. Mi mano bajó lentamente a su mejilla, acunándola; era tan suave como el terciopelo.