— Me encantaría… —. Su respuesta tomó por sorpresa a Dominie, pero no al rey Elfo. Estaba que quería explotar de celos, pero no podía hacer nada; no quería hacer un escándalo y solo le quedó observar cómo ambos iban al centro de la pista.
La música de fondo era acompañada por las conversaciones y miradas de todos, y eso le encantó al rey, que supiera que la reina Aine estaba siendo cortejada por él.
Las miradas no faltaron; sus manos sujetaban su pequeña cintura y su suave mano. Era el paraíso en persona ante el que había crecido y sido criado en un entorno oscuro y frío. Era como ver el sol de la mañana, sentir los rayos del sol sin ser quemado.
La quería, la necesitaba más que la sangre, pero tenía miedo de lastimarla, de no ser suficiente y perfecto para un ser tan magnífico. Su pecho emitía ronroneos bajos; era la reacción de los vampiros ante el amor a primera vista. — Eres mi pareja destinada… Perdón… Pero quiero que seas mía — murmuró sin despegar sus ojos de los de ella.
Había sido directo y lo que esperaba era una reacción de su parte nada agradable, pero, en cambio, recibió una risa. —Sí… me di cuenta desde el momento en que te vi… Incluso tu aura cambió por completo—
Era vergonzoso ronronear, pero frente a ella no le importaba, y más cuando dijo lo que vio en él, y lo mejor para él es que nunca dijo un "no".
El baile no era eterno, al igual que la noche. En ese momento, no quería dejarla ir y aprovechó cada minuto, cada segundo para conocerla, pero cuando llegó el momento de marcharse y soltar su mano, nuevamente su mundo se veía abajo.
Con ella, todo alrededor se volvía oscuro y sin vida; incluso él se sentía un cascarón vacío. —No quiero que te vayas… Quédate unos días en el palacio, serás mi invitada de honor…— suplicó con desesperación en su voz y apretó su mano sin querer soltarla.
También a ella le dolía; se había enamorado de un ser de oscuridad. Jamás una hada se había enamorado de una criatura que no fuera de su misma especie; por lo general, solo se casaban con los elfos o gnomos para mantener puro el linaje.
Aunque ella iba a romper eso, en cambio, su mano libre tocó la mejilla de Dominie y lentamente se acercó a sus labios, dando a entender sus sentimientos mutuos. Fueron unos breves segundos, aunque no fuera suficiente para completar el vínculo. —Te mandaré cartas cada día de la semana, y si con el tiempo aún quieres estar conmigo… seré tu esposa—
Esas palabras no fueron un adiós; era más una promesa, y más al escuchar que sería su esposa, la iba a esperar, sea cuanto tiempo sea necesario.
Las hadas en relaciones amorosas con otras criaturas eran diferentes, ya que se basan en la fidelidad del corazón. Cuando alguno de los dos, como pareja, expresa verbalmente su amor, se activa un geos, que es una especie de encantamiento que castiga a quien rompa un determinado tabú, como la traición y la infidelidad.
El solo soltarse las manos era como arrancarse una parte de su ser. Sus miradas eran una mezcla de desesperación y dolor, pero para el rey Elfo fue satisfactorio verlo de esa manera, y una sonrisa arrogante se formó en su rostro, posándose al lado de la reina Aine.
Le hervía la sangre de solo ver su arrogancia. Podía hacer algo al respecto, pero se contuvo por la reina. Sus manos se formaron en puños detrás de su espalda, ocultando su ira con una sonrisa mientras sus miradas aún se cruzaban.
El inicio de una relación fuera de lo común, un amor que rompía las barreras de lo impensable, una hada de luz, considerada un ser de vida y paz; el otro, un ser de oscuridad, considerado un ser de muerte y calamidad. Eran como el sol y la luna, el reflejo del bien y el mal , dos mundos diferentes.
Cada uno con sus respectivos defectos, aunque para el rey vampiro ella no tenía ninguna imperfección. La bondad y ese aura pura que caracteriza a una hada fueron suficientes para ganar el afecto del hijo de Dominie, el príncipe Steffan, quien era el vivo retrato de su padre. Un niño que, al instante, se encariñó con ella; su calidez y cariño que brindaba eran como los de una madre que jamás sintió.
Hasta que conoció nuevamente el amor en una criatura pequeña e indefensa, esa bondad y calidez volvió a su cuerpo frío. Una nueva emoción que jamás creería volver a sentir; una vez la vio con su padre y ahora con él.
Pero la codicia era un instinto natural de los vampiros y, al haberse enamorado, aún a punto de ser obsesivo, llegó a hacer un pacto con una bruja, el cual salió mal y perdió lo que más amaba morir en sus brazos.
~ STEFFAN ~
Todo se había ido al abismo, todo por mi codicia. Hice que una bruja acabara con la vida de la mujer que amaba. Era extraño para mi especie, un ser de sangre fría, enamorarse de una pequeña humana, pero no era cualquier humana; era una especial, tan pura e inocente.
La alianza entre licántropos y vampiros había terminado desde el día de la muerte de la reina Adelina, conocida por su don y bondad hacia cualquier criatura. Lamentablemente, por creer en una maldita bruja, la acusaron de brujería y la sentenciaron a la muerte más cruel para una bruja, cuando ni siquiera era una, y yo... no pude hacer nada.
Pero esto no se quedó sin castigo; esa maldita bruja lo estaba pagando en este momento. Ese mismo día le arrebaté su magia, le corté la lengua, las manos, y solo servía para alimentar a la clase más baja de mi especie, porque su asquerosa sangre era repudiada incluso por mí.
Era un recipiente de los 7 pecados, de la lujuria, como ella se llamaba Belladonna, una mujer de gran belleza, o eso aparentaba.
Esta vieja bruja dio su cuerpo como recipiente para que Belladonna ocupara su cuerpo y pidiera estar fuera de su encarcelamiento para buscar alguna solución ante su castigo y ser libre, pero consumió rápidamente la juventud de esa esclava en pocos años.