Creo que fue una mala idea ser amigo de un lobito curioso; ese era un gran problema. No sabía que este bosque era prohibido ni por qué lo era. Con razón, nunca había visto humanos o alguna otra criatura entrar aquí, más que los animales del bosque.
Ahora tenía que evadir sus preguntas que no podía responder. —Bueno… si es prohibido, ¿por qué tú estabas aquí anoche?—
Habitualmente, el don de sentidos agudos de los licántropos les confiere una visión nocturna superior, haciendo que su sentido del olfato sea más fuerte que el de cualquier perro. En forma de lobo, sus sentidos son increíblemente potentes y le permiten realizar acciones que rozan la precognición.
Le tomó por sorpresa mi forma tan clara y tranquila de actuar, sin mostrar nervios o que estaba ocultando algo, pero eso no iba a detenerlo. — Necesitaba despejarme y este lugar era el adecuado… Ya respondí, ahora te toca a ti… ¿Qué hace una cría humana a medianoche en medio del bosque? —
— Pues yo iba a casa, además sé cuidarme sola; los árboles y los animales me protegen si estoy en problemas — fui sincera con él, pero evitando algunos puntos, ya que no me pidió específicamente.
— ¿Cómo es eso posible? Los árboles no pueden protegerte; de los animales sí, porque yo puedo controlarlos, pero tú… ¿Qué eres, una humana? Es imposible. —
Solo encogí los hombros; no iba a decir más porque a mamá le prometí no decir más de lo que no debía, y una promesa no se debe romper. —Te prometo que no soy nada malo y no te estoy mintiendo, que este bosque mi mami me lo dio... vamos —.
Tomé su dedo índice y empecé a caminar, tirando de él. —No tengas miedo… Yo no como lobitos, solo como miel, hongos, semillas y nueces—
Aunque se notaba que le costaba confiar, al final empezó a caminar a mi ritmo. Le mostré los rincones más lindos del bosque: cuevas con vegetación dentro de ellas, con la luz entrando por encima de una abertura, manantiales subterráneos, campos de flores.
Le mostré que los animales me escuchaban; a cada uno lo conocía, no les ordenaba; al contrario, les hablaba como cualquier otro ser.
Calibán quedó fascinado y confundido al verme con una serpiente venenosa, y esta no me hacía nada; yo las acariciaba y las ponía encima de mí como bufandas. —(¿Qué mierda estoy viendo? ¿Cómo es que esta cría humana puede comunicarse con los animales sin ordenar?)—
Pasamos una agradable tarde. Lo llevé a cada rincón del bosque, excepto donde mamá, capaz de meterme en problemas, no con él, sino con mamá. Durante el camino, cortaba frutos silvestres y frutas de los árboles; le ofrecía, pero él los rechazaba. —Gracias, pero no puedo aceptarlo…—
—¿Y por qué… aún no confías en mí? No le puse nada, tampoco es venenosa. Mira —comí enfrente de él para que viera que no era malo.
Lo único que recibí fue su carcajada y cómo sacudía la cabeza para luego verme con una sonrisa. —Te creo, simplemente no como fruta o cosas así por el estilo… Soy más… de carne, pero solo porque eres tú… comeré solo uno—
Ya entendí, se me había olvidado que era un lobito y que era parte de su alimentación. Después de todo, era parte del ecosistema y lo hacía para comer, y no por diversión, porque si fuera eso, no me gustaría tenerlo ni siquiera cerca.
Nuevamente llegamos donde iniciamos el recorrido; el hermoso atardecer naranja iluminaba las copas de los árboles. Ambos quedamos sentados en aquel tronco, riendo y charlando.
Conocí un poco de él, su gusto por ayudar a su manada, y entendí un poco de lo que era realmente: un licántropo. Me explicó uno de sus cambios, que tenía menos control sobre su voz debido a la intensidad de sus emociones transformadas y su naturaleza instintiva.
Su transformación de humano a licántropo implicaba cambios significativos en su voz, reflejando no solo una metamorfosis física, sino también una alteración en la manera de comunicarse y expresar emociones. Por ello, solo se comunicaban entre ellos mentalmente, y se le hizo extraño que yo le entendiera.
Era fantástico cómo me lo describió. En sus transformaciones, sufren un inmenso dolor cada vez que se transforman, pero eso es al principio; cuando ya entran a la edad para ser considerados adultos, poco a poco se acostumbran.
Era fascinante. Entonces, yo tampoco era algo extraño; también ellos, al ver mi carita de curiosidad y que les ponía atención en todo momento, me causaron ternura. — Eres como un conejito curioso —
Lo era, y eso era porque nunca había salido más allá de casa, o sea, del bosque, a excepción de ayer, que ayudé a esos humanos. — ¿Qué puedo decir…? No sabía que existía eso —
Calibán, desde ese día, se convirtió en mi mejor amigo. Cada tarde venía a pasar tiempo conmigo; poco a poco, nuestra relación se fue fortaleciendo. Me encariñé con él a tal punto de quererlo como un hermano. Incluso me ayudó a sembrar en un pequeño terreno tomates, zanahorias, fresas y otras frutas y verduras más.
Estaba intrigado por cómo utilizaba magia para que las pequeñas cosechas florecieran al día siguiente sin ningún problema. La confianza no era suficiente; tenía miedo de que mamá me regañara.
Un día, mientras ambos disfrutábamos de un hermoso atardecer bajo la sombra de un árbol de durazno, se sentó y, decidido, me miró. —Tú no eres humana… Tampoco una ninfa y mucho menos un elfo…— se acercó a mí y me pidió que me sentara con una sonrisa amable en su rostro.
Ahora sí me sentía nerviosa y preocupada por lo que me preguntaría, pero ni yo sabía qué era realmente. Me levanté y me senté, quedando en el mismo lugar, manteniendo la mirada agachada. —Somos amigos, ¿no?... Y los amigos no se ocultan nada… Quiero que seas sincera conmigo, Adelina…—