—(Príncipe Steffan... Deje a la cría humana, tenemos que irnos. ¿Quiere que nos mate el sol?)—advirtió un neonatal con preocupación. Tenía razón, y es que los rayos del sol estaban a pocos minutos de alcanzar las raíces de los árboles.
No quería irme; sentía que mis pies estaban pegados al suelo y mi pecho pesaba. Más seguro era la intriga que tenía por esta pequeña humana: curiosidad. Vacilando, alejé mi mano de su mejilla y un dolor inundó mi pecho.
—Tengo que irme, niña. Regresa a casa. Es peligroso; andan brujas y pueden hacerte daño —hablé en un tono preocupante y triste. ¿Por qué me preocupaba por alguien que no era yo mismo, y más si era una humana?
No me dijo nada y solo se dio la vuelta y corrió en una dirección. Realmente era una pequeña ratita, tan pequeña, regordeta y curiosa. En el fondo, me dolía, me ardía, como si me quemara que se alejara.
—Bien... Hora de volver al palacio; nos tomará unas horas más en llegar. Ahí hay que utilizar las cuevas para protegernos —añadió Benedith. Con ello, empezamos a utilizar nuestra velocidad.
Por última vez, miré en dirección a donde se había ido la humana y, cuando estaba por irme, la escuché gritar. Eso me hizo feliz, así que miré hacia esa dirección con una sonrisa.
Venía corriendo con algo que sus pequeñas manitas podían sostener; era rojo y grande. Verla casi trompezar con sus pequeños y torpes pies no pude evitar reírme de ella; era demasiado adorable.
Al llegar a mí, con sus mejillas rojas y su respiración agitada, me incliné para estar al menos casi a su tamaño. Ni yo mismo me lo creía: me incliné ante una humana, siendo alguien orgulloso, egocéntrico y delicado.
La suciedad la detestaba; era demasiado limpio para estar con los de bajo estatus, pero aquí estaba ante una pequeña rata humana que, por alguna razón, sentía una conexión.
A cierta distancia, me estaban observando los que se suponía que ya se habían adelantado, con evidente sorpresa en sus rostros. No podía creer lo que estaban viendo: el temible príncipe Steffan von Drakenrg Shadowborne Karnstein se había hincado ante una pequeña humana, ni siquiera con mi padre, el rey de los vampiros.
—(Por favor, díganme que son alucinaciones) —preguntó Remus, manteniendo la vista fijamente, sin perder ni un solo movimiento mío.
—(Esto es oro puro... Si le contamos a Su Majestad, no lo va a creer) —dijo el neonatal, con asombro, al igual que Remus, que no podía creer lo que veía.
—(Dejen eso... Cuando él había tocado a un campesino) —mencionó Laurent mientras frotaba las palmas de sus manos y sonreía, tenía dinero en mano; ganó si le mencionaba esto a mi padre.
—(No sean imbéciles... ¿No se han dado cuenta? El príncipe Steffan se ha enamorado ... es su pareja destinada) —afirmó con seriedad y seguridad Vicente. Todos se los quedaron viendo, pero él se mantenía tranquilo, viéndome mientras interactuaba con la pequeña humana.