Viejo

542 Words
Mínimo conversarán entre ellos. Escuchaba cada palabra que decían. Yo no creí eso; era una cría humana apenas, una niña pequeña. ¿Cómo podía ser mi pareja? Pero, ¿por qué sentía esa conexión, esas sensaciones tan extrañas? —(¿Estás diciendo que esa cría humana será la pareja para toda la vida de Steffan?— —(Entonces eso la hace su futura esposa)— Solté un suspiro solo de escuchar sus estupideces y miré hacia su dirección con el ceño fruncido. —(¿Se pueden callar? Si no saben, los escucho perfectamente)— Los miré una última vez, volví con ella y le sonreí de felicidad solo de verla y tenerla cerca, porque era un poco confuso: a mí no me gustaban los niños y mucho menos los humanos. Veía cada centímetro de su rostro, cada movimiento que hacía su pecho; el latido de su pequeño corazoncito era una hermosa melodía. Su aroma era agradable y dulce, combinado con el olor de su sangre, tan puro que me dio apetito. Abrí un poco mi boca; mis ojos se volvieron rojos y agudos. La sed de morderla me carcomía, deseándola como si fuera mía. Mi instinto intentaba controlarme. Las puntas de mis colmillos se asomaban por mis labios, hasta que ella me sacó de mis intenciones y puso al frente sus manos, sujetando un tomate rojo y grande. No lo había notado desde un principio, pero ¿cómo es que ella tenía verduras si, por la plaga que las brujas echaron, los campos no habían producido tales vegetales, ni siquiera granos? Eran escasos. Se veían tan jugosos y no entendía para qué me lo daba. —Te lo regalo... Para que tengas algo que merendar de regreso a tu casa. El tomate es bueno para ti —dijo con una sonrisa dulce que parecía brillar como el sol mismo. Era como si ella fuera ese rayo de sol que siempre quise tocar; era como la luz iluminando la oscuridad. Miré el tomate y luego a ella, y nuevamente al tomate. No sabía si tomarlo o no, pero al verme que no quería agarrarlo, su sonrisa se desvaneció.—No quieres... mi tomate —dijo con tristeza y una carita de cachorro. Mis manos bajaron junto con el tomate y lo quedé viendo, y luego a mí con sus ojos brillosos. —Está limpio... Lo lavé bien...— Me causó dolor verla y escucharla, porque sentía dolor y a la vez me desesperaba. —No, no llores... No es que no esté limpio; al contrario, se mira bien y apetitoso... Solo que... yo... soy un... vampiro, niña.— —Ya lo sé... Desde que te sentí y te vi lo supe... Tu forma de vestir y tu olor —soltaba unos pequeños sollozos y me miraba con el ceño fruncido. Lo único que miraba y escuchaba era el chillido de un conejito con mejillas hinchadas. Me confundió un poco el hecho de que dijera que, por mi olor, a lo que me olfateó la ropa, yo no olía mal. ¿Acaso era una cría de lobo o qué? —No te entiendo, niña, según tú, ¿cómo huelo?— —Hueles a viejo... Como la ropa guardada por mucho tiempo—

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