—Mejor dime que me vaya de casa… No te preocupes, muy pronto me iré de aquí y jamás en tu vida me volverás a ver—. Respondió con evidente molestia.
Para Leidolf, era como discutir con un humano adolescente, pero lo entendía; estaba preocupado, al igual que él. La manada se veía afectada y el conflicto con los vampiros y los licántropos estaba por los suelos. La disputa sobre quién tenía que gobernar a los humanos se extendía desde la extinción del reino de las hadas durante la guerra de la luna roja contra las brujas de los siete pecados.
Según el actual rey vampiro, Donomie Von Drakensberg, también iban a gobernar junto con las hadas por un matrimonio entre estos, pero no se llevó a cabo por la muerte de la reina hada. Sin pruebas, el reino de los licántropos estaría a cargo.
Desde la muerte de la reina, la fertilidad de las criaturas comenzó a reducirse con el tiempo, ya que ellas eran el equilibrio del ecosistema del mundo sobrenatural. Sus magias eran tan poderosas que, entre más longevas eran, más fuertes y poderosas se volvían. Su poder se extendía por los cuatro elementos de la tierra, a tal punto que podían controlarlos a su favor, y por ello las brujas deseaban tal poder: ser poderosas y longevas.
Pero la magia de las hadas era escurridiza y caótica; no se encontraba ni demoníaca ni proficuamente ligada, no podía ser aprendida ni explicada por ninguna otra criatura, y por ello no podían ser percibidas sus presencias, especie o aura. Se decía que su magia era arcana.
Por ello, las brujas llegaron a recurrir a lo más vil: utilizan niños humanos puros e inocentes para beber de su sangre y alcanzar la inmortalidad, sobre todo poder. Por ello, el reino de las hadas no se quedó de brazos cruzados y dio protección a la humanidad.
Sus ejércitos eran legendarios en cuanto a sus artes de la guerra, que eran impresionantes, y sobre todo, sus armas, que eran hechas de plata. Incluso, el resto de los cuatro reinos de las estaciones estuvo apoyando, ya que el reino de las hadas era la estación más importante: la primavera.
Era muy poca la información que tenía de ellas y de la guerra, más que ese fastidioso día la tierra se tornó de rojo. Las brujas necesitaban niños para su ritual y, con la luna roja, su transformación llegaría a su fase. Serían igual de poderosas que las hadas, pero, a diferencia de ellas, las brujas lo ocuparían para el mal, lo que desató una guerra inminente.
Se sabe que la reina dio su vida y la de su especie para que la luna roja desapareciera antes de que las brujas sacrificaran a los niños. De las siete poderosas brujas, tres quedaron con vida, pero encerradas en una cueva bajo el encantamiento de la reina, y solo con la sangre de una reina podrían ser libres. Con el tiempo, se perdió información de ellas y, como tal, la ubicación de la cueva.
La preocupación en la de su especie caía no solo en el rey o Caliban, sino también en los ancianos. Para Caliban, seguir con la costumbre de la caza de hembras era una pérdida de tiempo, cuando ni siquiera habían podido dar un cachorro en décadas. Sus pasos se escuchaban hacer eco por el gran pasillo de aquel túnel iluminado con antorchas.
El gran castillo estaba construido al pie de una gran montaña, con cuevas subterráneas y un laberinto al que solo el rey y los miembros más importantes tenían acceso. Al llegar a su habitación, cerró la entrada con llave y se botó en la cama. Por un momento, sus preocupaciones se desvanecieron al recordar a aquella niña que encontró en aquel bosque.
—¿Cómo mierdas fue que me entendió? No era una cría de lobo como para poder comunicarse como nosotros —dijo para sí mismo.
Sus pensamientos y dudas siguieron en su cabeza, tratando de averiguar qué era. Su lobo, en cambio, estaba feliz con ese encuentro; era raro que su lobo estuviera tranquilo y no de mal humor. —Era muy extraña, aunque demasiado tierna… y pequeña— soltó una carcajada leve y se meneó en la cama con una sonrisa en sus labios.
—Parecía un conejito blanco, regordeta y apetitoso.... Esas mejillas me daban tentación de morder —recordaba cómo su lengua pasaba por esas mejillas; eran tan suaves y blandas. —Sobre todo… ese delicioso olor a flores y roble… era tan puro—
Había olvidado por completo que hace un momento la situación de fertilidad en su manada; no podía sacar de su cabeza los recuerdos de ese encuentro y que mañana volverían a verse. Su lobo estaba igual de ansioso que no pudieron dormir.
Como todas las mañanas, era la hora de un buen desayuno antes de los quehaceres de la manada, como la caza de alimentos, la práctica y el entrenamiento para demostrar sus destrezas, los cuales, dependiendo de tus logros, te permitían subir de nivel. El rondín en el reino uno estaba a cargo de los Adren, que eran de rango 4, pero se encargaban de la posición política inferior del reino humano, así como de las disputas y el comercio. Los Athio, de rango 3, se encargaban de las disputas políticas internas con el reino vampiro y de los 4 reinos de las estaciones: hadas en la primavera, elfos en invierno, gnomos en otoño y ninfas en verano, aunque ya eran tres.
En la manada, dependiendo de su desempeño, recibían puntos para subir de nivel. Cada domingo enseñaban técnicas y dones que ayudarían día a día, de acuerdo con el nivel que tenían. Cada don tenía 5 niveles, y los principales eran Homínido, Metis, Lupus, Ragabash y Philodox.
Calibán se podría decir que estaba en una posición estable, la de un Andren. Siendo el más joven, era responsable y activo, aunque no lo demostraba. Tenía más potencial para subir rápidamente, pero no tenía interés por el poder, más que el de ayudar a su clan.