LA VERDAD

956 Words
Paulina prácticamente me jaló del brazo hasta traerme a su habitación y yo no entiendo nada de lo que sucede, «¿qué fue lo que me perdí?» me cuestiono mientras cierra la puerta detrás de ella y me empuja hacia la cama haciendo que me siente en el borde de esta. —Créeme que si te traje hasta aquí no es para que pasemos otro rato de desenfreno.— anuncia con algo de desespero en su voz —necesito saber ya mismo de donde o como es que conoces a Vera — me exige. —¿Puedo saber qué es lo que sucede? No entiendo nada —explico bastante confundido. —Tú, primero dime lo que te pedí, y yo después te explicare todo —negocia. La miro con dudas de si esto es una broma de mal gusto o no, y finalmente me decido a responderle. —Vera y yo fuimos novios tres años, es más, nos íbamos a casar —sentencio sin rodeos. Al parecer, esto no le sorprende demasiado, sino que, todo lo contrario, despierta aún más su curiosidad. —¿Hace cuánto de esto? —indaga. —No entiendo porque me lo preguntas, seguramente ella ya te lo ha contado todo —le respondo un poco enfadado. —¿Hace cuánto de esto? —presiona ignorando lo que le he dicho. —Hace dos años que me dejo —le respondo serio. Paulina me mira fijamente y por mi parte no comprendo que sucede. —Ella no te dejo —sentencia finalmente. —Por favor, de verdad que no necesitas fabricar excusas para que no salga allí y le diga todo lo que pienso, y liberar mi enfado con ella —le digo indignado. Dándome cuenta de que ella es su amiga e intenta cubrirla a como dé lugar, me levanto de la cama, me dirijo a la puerta y cuando estoy a punto de abrirla ella me sujeta de mis hombros y hace que me gire para verla nuevamente. —Vera sufrió un accidente y perdió la memoria —suelta sin más. «¿Cómo que sufrió un accidente? ¿Cómo que perdió la memoria?» Las palabras de Paulina me han dejado paralizado, y por más que trato de reaccionar, me cuesta demasiado. —¿Cómo que ha sufrido un accidente? ¿Cuándo? ¿Perdió la memoria? No entiendo —lanzo en una mezcla de sensaciones y consigo volver a sentarme sobre el borde de la cama. Paulina me observa, se agacha enfrente de mí, y suspira como intentando encontrar las palabras adecuadas a lo que me está por decir. —Hace dos años yo iba manejando por las calles de San Francisco y encontré el coche de Vera estrellado contra un poste de luz, no sé cómo fue que sucedió, pero la encontré muy mal herida. En ese momento no lo dude, y llame a emergencias inmediatamente. Cuando ellos llegaron, la llevaron al hospital. Al ver el grado de gravedad en el que ella se encontraba fui al hospital y la acompañé todo el tiempo, ella estuvo en coma más de un mes —relata y siento como mi piel se eriza—. Cuando Vera despertó, el doctor le practico varios exámenes porque ella no recordaba nada de lo ocurrido los últimos cinco años. Después de varios estudios el doctor no me aseguro de que ella volvería a recordar, aunque no descarta la posibilidad de que eso ocurra algún día. Ella me conto que si recordaba que sus padres habían muerto y que no tenía hermanos, por lo tanto, yo le ofrecí que viniera a vivir conmigo ya que en el transcurso de su recuperación nos hemos hecho buenas amigas —me explica. Las palabras de Paulina son como un puñal a mi corazón, yo la estuve odiando todo este tiempo creyendo que Vera me abandono, cuando en realidad ni siquiera se acuerda de mi ni de nada de lo que hemos vivido juntos. No tiene memoria de nuestra historia... Repaso las palabras de Paulina en mi mente una y otra vez y no consigo asimilarlas, es demasiado fuerte. —¿Cómo iba vestida el día del accidente? —le pregunto de la nada. Puede que mi pregunta parezca muy estúpida, pero necesito saber si mis sospechas son ciertas. —Llevaba un vestido n***o de encaje —responde de inmediato. «No hay dudas, el accidente ocurrió la misma noche que discutimos después del coctel que ofreció la editorial». La desesperación me consume, me siento el hombre más estúpido del mundo y el más culpable también. —¿Qué sucede? —me pregunta preocupada. —Esa noche habíamos discutido —confieso entre un llanto lleno de rabia y culpa—. Necesito hablar con Vera —le digo desesperado. —No... No creo que sea conveniente, primero ve a hablar con su psicóloga, ella te dirá que hacer. Cualquier cosa que le digas puede causarle daños que luego serán difíciles de reparar —me explica y sé que tiene razón. La situación es muy difícil. —Pero... Necesito que sepa quién soy Paulina... se casa en un mes, me lo ha dicho anoche. No puedo perderla... tú no entiendes... ella y yo... —intento decir, pero la desesperación, impotencia, tristeza y rabia se apoderan de mí y no puedo continuar hablando. Paulina me toma de la cara y me mira a los ojos. —Lo sé, pero habla con ella primero —insiste y me da una tarjeta de presentación que saco del cajón de su mesita de noche—. Ahora mejor vete sin que ella te vea —me pide, y es así como me hace salir del departamento una vez que Vera entro a su cuarto.
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