Sigo aquí sentado a su lado en el borde de la acera, llevamos así al menos diez minutos y ninguno de los dos ha dicho absolutamente nada. Sé claramente que, en estos instantes, su mente es un caos, pero debo sacarla de ese lugar, debo intentar que recupere la calma. — Vera, preciosa, ven vamos a casa— le propongo intentando sujetar su mano. Ella me mira detenidamente y me lanza una media sonrisa.— ¿Preciosa? —me pregunta sonriente. — Eres mucho más que eso, pero no quiero abrumarte— le respondo con una risa nerviosa. Ella me mira tierna —No te preocupes, yo estoy bien, solo un poco frustrada conmigo misma— me deja saber y realmente ha de ser muy difícil estar en su lugar. —Me imagino, pero ven, vamos que no te he traído para esto. Vamos a casa a almorzar—le digo extendiéndole mi mano