5 | Café

2569 Words
September estaba levemente preocupada por el acontecimiento en la entrada del aeropuerto, pero no le dio mayor importancia y caminó a la cafetería por una taza de chocolate. Tenía tiempo antes de que el avión despegara, además de un anuncio de mal clima que cancelaba los vuelos hasta que los cielos se despejaran. Y así, sin mirar atrás, siguió las flechas que indicaban la cafetería al final del pasillo. Ace la siguió con la mirada. Por supuesto que era ella. Era la mujer con la que soñó las últimas semanas, y aunque no tenía explicación, encontraría una hablando con ella. Raven siguió la mirada de Ace y volvió a sujetar su codo. No le agradaba que el hombre le diera mayor importancia a una simple viajera que a la mujer sobre la que tuvo sexo dos horas atrás. Ella no estaba pintada en la pared. Era una persona que sentía los desprecios del hombre que sería el causante de su divorcio. —¿Iremos a comer? —llamó la atención con una pregunta. Ace supo a dónde se dirigía la mujer, así que dejando a Raven con la pregunta en la boca se encaminó tras ella. A Ace no le interesó repetirle lo mismo que le comentó en el área. No deseó explicarle de nuevo sus reglas, ni contarle que no estaba interesado en más que el sexo clandestino con la azafata. Raven cruzó los brazos y enarcó una ceja. ¿Quién carajos era esa mujer? No tenía respuesta, pero sí lo sabría si los perseguía. Ace continuó el trayecto hasta la cafetería y la encontró en el mostrador pidiendo un descafeinado. Ace se quitó la gorra y caminó hacia ella. Por algo que era inexplicable, September sintió la cercanía del hombre y lo buscó con la mirada. Lo encontró en la entrada con la gorra pegada a su pecho y la mirada de interrogante hacia ella. El chico que trabajaba en la cafetería le entregó un café, debido a que, por el frío, se terminó el chocolate caliente disponible en l máquina. September aceptó el café para calentarse las manos y se encaminó a la única mesa disponible. El cielo se caía a cántaros, por lo que una mesa junto a la ventana sería una terrible idea. September miró el viento arrojar agua sobre los enormes aviones, mientras las banderas se ondeaban con furia y las gotas golpeaban las ventanas. El cielo era gris, igual que la mirada de September cuando Ace se acercó a la mesa para aclarar los sueños. September llevó la taza a sus labios y sorbió un poco justo cuando Ace se detuvo ante ella. Él no era un hombre al que las mujeres colocaran nervioso, pero había algo en September que lo hacía sudar. Primero porque no creía que fuese real y segundo porque era increíblemente hermosa, casi idílica comparada con las mujeres con las que estuvo. Raven era un cuatro ante September, ante esos ojos en los que podía zambullirse sin temor. Ace, al acercarse a ella, no sabía exactamente lo que diría. El deseo por obtener respuestas fue aquello que llevó sus pies hasta la mesa de September. Ace carraspeó la garganta, miró alrededor a las personas enfocadas en sus propias conversaciones y las gotas que cubrían todo el vidrio de la cafetería. Por la furia de la tormenta era poco lo que se veía, y eso tampoco le importaba. Solo quería que la mujer ante él no pensara que era un desquiciado. —No sé exactamente por qué, pero he soñado contigo durante los últimos quince días —habló Ace—. Cada noche sin falta, te veo en mis sueños. Y sé que si un desconocido se acerca a decirte esta locura, saldrías despavorida, pero algo me dice que no lo harás. September miró la oscuridad en los ojos de Ace y bajó la taza sobre el plato de cerámica. September tragó el café en su boca y regresó a sus sueños, al hombre que de una extraña manera le decía que también soñó con ella. Eso era más que cualquier cosa extraña que le sucediera en la vida, pero como toda nueva montaña de problemas, estaba ante dos posibilidades: bordear la montaña para llegar al otro lado o escalarla para mayor rapidez. September no era una mujer reservada, de la clase que se cohibía ante un hombre como Ace o que tendría pensamientos adolescentes. Ella era una adulta, con más de treinta años, así que debía afrontar la situación como una adulta. September colocó los codos en la mesa e inclinó su tronco sobre el café. Ace podía ser intimidante si las intenciones de las mujeres eran llevarlo a la cama, pero para una conversación era tan amigable como un cura. —Cuéntame del sueño —pronunció. Ace le sonrió, le preguntó si podía sentarse y ella asintió. Aunque estaba ante un piloto y ellos la aterraban, había algo en la mirada de Ace que no la llevaba al borde de la histeria. El hombre era atractivo, alto, fornido, con el cabello corto y la barba salpicando todo su mentón. Había un deje de seducción en la forma en la que movía los labios y las largas pestañas negras, sin embargo, más que atracción física estaba el tema de los sueños. Ella intentó encontrar una respuesta científica, pero ninguna persona conocida le comentó lo que podía ser y el internet estaba desbordado de teorías que la mayoría eran descabelladas. La respuesta más certera estaría en la contestación del piloto. —¿Qué te hace pensar que soy la mujer de tu sueño? —inquirió September con la taza en sus manos—. Soy una mujer promedio. Ace estaba seguro de que ella no era un promedio. Ninguna mujer a la que le dijera que soñó con ella, actuaría de la forma en la que September abordó el tema. Eso era inteligente, o solo era una desquiciada igual que él. De igual forma, si en inteligencia se basaban no era promedio y en belleza era superior. —Estoy completamente seguro de que eres tú —afirmó Ace con la mirada en sus ojos—. Puedo probarlo. September amplió los ojos. Esperaba que esa no fuera una respuesta subida de tono. Ace notó que ella se ruborizó un poco, por lo que movió la cabeza con una sonrisa y le aseguró que eran sueños en horario todo público. September sonrió detrás de la taza y asintió con la cabeza para que él continuara. —Sé que eres tú porque eres idéntica a esa mujer, además escuché tu voz cada noche. —La miró embobado—. Te conozco. September enarcó las cejas. —No creo que me conozcas solo por soñarme. —September movió su nariz al sentir la alergia por el frío—. Pudiste verme antes. Siempre encontramos personas en algunos lugares y luego soñamos con ellos. No es prueba suficiente. Es una hipótesis basada en información poco válida para hacerla real. Por la forma en la que ella hablaba, Ace supuso que estaba ante una mujer estudiada, quizás una psicóloga o una doctora. Ace asintió con una leve sonrisa y le aseguró que entendía que ella estuviese escéptica, pero le recordó que ella le comentó que también lo soñó. El corazón de September se aceleró al escucharlo decir algo que solo brotó de su boca como una tos. No era esa la imagen que quería en un desconocido, pero Ace no lo era del todo. —¿Cómo explicas que ambos nos soñemos sin conocernos? Ella pensó en una respuesta lo bastante inteligente. —No tiene una explicación más que solo un déjà vu —respondió. Ace no quería contradecirla, pero eso no era válido. Para salir de las dudas de la mujer, Ace tuvo una brillante idea. —Cuéntame qué soñaste conmigo. —Ace cruzó los brazos sobre la mesa y mantuvo la mirada penetrante—. Quiero los detalles. September sorbió un poco más de café y lo miró. Gracias al cielo no era algo vergonzoso, o de lo contrario tendría que mentirle, algo que no le agradaba. Si había algo que September repudiaba, era que las personas jugaran con ella mintiéndole. Su última relación se terminó porque las personas eran incapaces de decir la verdad antes de una asquerosa infidelidad. Ella seguiría el lema de que la verdad era lo único que siempre nos daría libertad. —Aterrizabas un avión con una falla mecánica en el agua —confesó ella—. Te agradecíamos que nos salvaras la vida. Ace frunció un poco el ceño. Era raro que ella lo soñara. ¿Y si conocía la noticia? ¿Era posible que de allí lo conociera? September miró el cambio de expresión en el hombre. Esperó que él lo procesara un segundo, antes de preguntarle qué soñó con ella. Para Ace fue mejor que ella no quisiera ahondar en el tema de su sueño. El de Ace era diferente, aunque no creyó que a ella le importara algo que era evidente que nunca sucedería. —Cada noche soñé contigo en un acantilado —comenzó a narrarle—. Estabas colgada de mi mano y me pedías que te salvara. Nunca lo lograba. Caías al agua y no volvías a salir. La sonrisa de September fue borrada como mina de lápiz sobre una hoja. Miró la taza de café en sus manos y notó el temblor. Ace bajó la mirada a las manos y percibió lo que su sueño le causó. Lo que imagino que sería tomado como un mal chiste, para ella fue el detonante de un temblor que ascendió hasta sus labios. Los recuerdos afloraron como una flor en primavera, pero September no permitió que esa sensación de nuevo se apoderara de ella. —Lo lamento —se disculpó sin saber por qué—. Te juro que se me desgarra el tendón intentando salvarte. Lo juro por Dios. September meneó la cabeza y elevó el rostro. Ace notó que sus ojos se tiñeron de tristeza al tiempo que la tormenta cesaba. September no entendía qué broma tan cruel podían ser esos sueños, sin embargo, no permitiría que se apoderaran de ella. No era justo que estuviesen molestándola como si tuvieran el poder de arruinar la vida que con tanto sacrificio erigió de nuevo. —Es cruel que sueñes eso —susurró ella. Ace apretó la gorra sobre la mesa. —Lo lamento muchísimo. Nunca fue mi intención incomodarte. September movió la cabeza para quitarse la imagen. —Supongo que la vida tiene formas horribles de presentarte personas —comentó ella—. Esta es una de ellas. Ace no sabía cómo responder, así que en lugar de decir algo de lo que posiblemente se arrepentiría, extendió su mano sobre el pequeño ramo de flores artificiales en el centro de la mesa. —Ace Kingston —se presentó—. ¿Y la dama de mis sueños es? September extendió el brazo y estrechó su mano. —September Weaver —dijo su nombre. —Un placer conocerte en esta extraña situación. Ella sintió el calor de la mano de Ace, la mirada profunda y un extraño golpeteo en su corazón. Y sí, tenían razón al decir que el universo tenía formas extrañas de unir a las personas en los momentos más caóticos de su vida, cuando pensaban que nada podría ser peor o que la vida no podría sorprenderlos más. Ace apretó la suave mano de la mujer por lo que le pareció un segundo, antes de soltarla cuando por las bocinas anunciaron la restauración de los vuelos. September dejó la taza en la mesa y se colocó de pie. Ace la imitó, señalando la salida con su gorra. Ace la siguió e inhaló el aroma almizclado de su cabello. Ese maldito aroma sería más adictivo que el licor que tanto trabajo le costó dejar cinco años atrás. September enrolló la bufanda en su cuello y arrojó el cabello azabache sobre su hombro. Ace la rodeó para colocarse delante de ella. September ocultó la sonrisa por el extraño comportamiento del hombre y lo miró. —¿A dónde te diriges? —preguntó él. —Nottingham. Ace amplió los ojos y le preguntó su número de vuelo. Cuando ella se lo dio, él supo que era más que casualidad. Era destino. —Ese es mi vuelo —dijo él—. Eres una de mis pasajeras. September no supo cómo digerirlo. Era como si su miedo se tornara una realidad. No estaba preparada para ello, por lo que el ardor en su garganta, el temblor en sus manos y el pálpito acelerado encendió sus alarmas de problemas una vez más. En los diez años que Ace llevaba volando, conocía a perfección cuando a una persona le aterraba volar. Era tierna la manera en la que apuñaban sus manos y movía un poco el cuello para no asustarse, sin embargo, no la ayudaría como un té para los nervios. —Estarás bien —afirmó Ace—. El avión no se caerá. September apretó su bolso cuando anunciaron que el abordaje comenzaría en menos de diez minutos. Adelantaría el vuelo por tormenta. Fue un momento de claridad la que tuvieron, pero el mal clima continuaría e igual en Nottingham, por lo que adelantaron el vuelo una hora. Volvieron a escuchar el llamado acercarse a la puerta de abordaje y Ace le sonrió para infundirle algo de confianza. Le comentó que la acompañaría hasta el abordaje. Ella accedió a ser escoltada hasta entregar su boleto. —Hasta aquí te acompañaré —masculló Ace con la mirada en la puerta que conectaba al avión—. No temas. Soy buen piloto. September movió los pies. —Decirle a alguien que se tranquilice no la tranquiliza. Le agradaba la mujer. Era más que alguien que no podía salvar. Era chispeante, inteligente y temerosa de aquello que él amaba. Justo cuando se despedirían, llegó Kendall para llevarlo consigo. —Capitán, comenzaremos el abordaje —le comunicó. Ace miró a la mujer. Quería pedirle su número de teléfono, su dirección o decirle que esperaba verla pronto, pero las personas en la fila empujaron a September a entrar al túnel sin que él pudiera decirle nada. Kendall le repitió que debían marcharse, que dejara a las pasajeras en paz. Ace le golpeó el hombro y caminaron al salón una vez más para prepararse antes de subir al avión. Una vez que los pasajeros entraron, los pilotos encendieron el motor y las mismas maniobras se repitieron. Ace atrajo el yugo a su pecho y la nariz del avión se elevó del suelo. Había demasiado viento, lo que dificultaba estabilizarlo, pero treinta minutos después estuvieron en el aeropuerto de Nottingham sin problemas. September casi corrió para salir del avión, pero cuando se dirigía a buscar un taxi que la llevara a la farmacéutica, la mano de Ace abrió la puerta por ella. September salió a un clima aún más frío que el de Londres, con una humedad impresionante y las nubes negras que pronosticaban. Ace la acompañó al taxi y abrió la puerta por ella. September se sentía familiarizada con él, aunque el hombre era bastante extraño incluso para ella. —¿Volveremos a vernos? —preguntó Ace al sujetar la ventanilla. September lo miró con una pequeña sonrisa. —En tus sueños —finiquitó y el taxi arrancó lejos de Ace.
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