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Pilotando tu corazón

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Blurb

«Las malas decisiones siempre tendrían repercusiones».

El afamado piloto Ace Kingston no temía sobrevolar una tormenta; lo que realmente le aterraba era recaer en la bebida y el regreso de sus pesadillas. Su vida eran los aviones, hasta que una tarde conoce a September, una mujer aún más rutinaria que él, pero con un secreto que los uniría por el resto de sus vidas.

September odiaba volar.

Ace amaba la libertad.

Detrás del carisma de September se escondía una mujer que aprendió a vivir bajo el lema de las malas decisiones, y eso la llevó a Ace. Dos personas que enfrentaron sus miedos para conocerse y descubrir que detrás de las turbulencias puede existir el más radiante arcoíris o la tormenta más aterradora.

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Preludio
¿Qué sucede cuando los caminos de dos personas de mundos incomparables se cruzan en un punto crucial de sus vidas? ¿Qué ocurre cuando la paradójica función cerebral los lleva a pensar e incluso soñar con una persona que no vieron jamás? ¿Qué sucede cuando por azares del destino conocen a esa persona cuando menos lo imaginan y en el lugar menos esperado? Ace despertó bañado en sudor, con las enormes gotas descendiendo por su pecho desnudo. El cabello caía sobre su frente, la almohada se adhería a su cuello y las manos le temblaban. Siempre era el mismo sueño recurrente, atemorizante y poco placentero. Siempre intentaba salvar a la mujer de caer por el precipicio. Cada noche despertaba con el escozor en el hombro por el peso de la mujer, al igual que el nítido sonido de su voz inyectando su corazón de adrenalina. Ace no entendía nada de lo que sucedía. No la conocía, no la vio jamás en sus viajes. Alcanzó el vaso de agua y refrescó su garganta. Respiró profundo, se levantó de la cama y arrojó agua fría en su rostro. El agua moviéndose era lo único que veía cuando cerraba los ojos. Él estaba en lo alto de un acantilado, ella sujetando su brazo para no caer al agua. Si cerraba los ojos con fuerza, podía ver el rostro de la mujer suplicándole ayuda, con su cuerpo balanceándose por la caída libre. El dolor por no salvarla lo atemorizaba, igual que aquel accidente que marcó su pecho con esa enorme cicatriz en forma de cruz que tanto detestaba que las mujeres tocaran. Regresó a la cama e intentó dormir. Necesitaba descansar para el vuelo del siguiente día. A través de la abertura que separaba su dormitorio de la cocina, atisbó la botella de Jack Daniel’s. Apretó su mandíbula y sus puños. Su padrino de AA le pidió que mantuviera la tentación cerca. Ace no quería caer en ella. Conocía a perfección lo que el alcohol lo hizo hacer cinco años atrás. En lugar de mirarla por más tiempo, giró sobre su costilla y miró las luces de los edificios lejanos. Esa hermosa vista era lo único que lo ayudaba las noches en las que soñaba con ella. Cansado de soñarla, semanas atrás, Ace indagó a la mujer por una réplica casi exacta. Uno de sus amigos lo ayudó a dibujarla. La escaneó y buscó en la red. No encontró nada. Para él esa mujer no existía, era solo producto de su imaginación. Vio tantos pasajeros en sus diez años pilotando, que pudo confundir los rostros. Eso se repitió esa noche hasta lograr conciliar el sueño, sin embargo, September miraba los árboles moverse a través de su ventana, con una taza de chocolate en su mano y el dolor en el pecho. Ella también lo soñaba. September buscó una explicación científica. No era más que el reflejo dramático de sus preocupaciones y temores, adoptando los peores escenarios. Su psicóloga le comentó que el hombre en su sueño no se veía peligroso, era más un salvador, sin embargo, September lo veía más como un hombre que buscaba resarcirse por dejar morir a alguien más. No era más que el fenómeno de MOR (movimiento ocular rápido), que ocurría cada noche en la cuarta parte de su sueño. Cuando despertaba lo recordaba, volviéndolo frecuente. El científico que trabajaba en la farmacéutica le comentó en más de una ocasión que los sueños no tenían ninguna función evolutiva. Tampoco pueden predecir el futuro. Él le dijo que Bill Domhoff sostenía que los sueños eran un producto colateral de la evolución de las habilidades intelectuales desarrolladas a través de millones de años, asegurando que tenían significado psicológico, pero ninguna función adaptativa. Solo se activaba la región del cerebro que abarcaba áreas visuales e integraba experiencias sensoriales. Nadie controlaba sus sueños. Se activaban como un interruptor con una fuerte carga eléctrica. No predecían el futuro ni la ayudarían a descubrir si soportaría tomar el vuelo del siguiente día. September odiaba volar, por ello, desde que le pidieron hablar con otro químico en Londres, soñaba con ese hombre que la salvaría cuando el avión sufriera una falla técnica. Él aterrizaría sobre el agua, salvándolos a todos. September quería creer que solo era eso, un efecto colateral de sus nervios, no que su vida terminaría en ese vuelo.

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