Andrew Leandro salió de la oficina y me levanté de inmediato, llamándolo con desesperación. —¡Señor, espere! ¡Déjeme ir con usted! Federica, la rubia que le había entregado la información a Leandro, me observaba con una expresión inquietante. Me giré hacia ella, suspirando resignado. —Todo esto es una mierda —solté con frustración. —Dímelo a mí, que ni siquiera tengo un lugar donde vivir. La miré con compasión. Ella también estaba pasando por un momento difícil, y parecía que buscaba un poco de empatía, un respiro en medio de tanto caos. —¿Trabajas aquí? —pregunté. —Sí, soy la secretaria de la señorita Mackenzie. Antes trabajaba para Valentino, pero ahora… ni siquiera sé cuáles son mis funciones en esta compañía. Ya no soy la secretaria de nadie —dijo Federica, dejando escapar un