Ariadan Despierto en la penumbra del cuarto de utensilios, sintiendo en mi espalda el dolor crónico que se ha convertido en mi compañero constante. Cada mañana, el crujir de mi espalda me recuerda la crudeza de mi realidad en este mundo extraño. Mis pensamientos vagan hacia Rachel, como lo han hecho tantas veces desde que la conocí. En mis sueños, aún puedo ver esos ojos dorados que parecen encenderse con la luz del sol, ardiendo con una intensidad que me deja sin aliento. Esos ojos, como dos llamas danzantes, me han hechizado desde el primer momento en que los vi, y ahora, incluso en la oscuridad del amanecer, su recuerdo sigue ardiendo dentro de mí. Me estiro con cautela, sintiendo los músculos tensos protestar contra el movimiento. Aunque el sueño me ha proporcionado un breve esca