El príncipe rebelde

1988 Words
Planeta Klyndur Reino de Randyll Ariadan Estoy en el escritorio de mi oficina, dándole como a cajón que no cierra una hermosa y voluptuosa beta que trabaja para mi padre, el rey Orlenys. Creo que es su nueva secretaria, no lo sé. Mi padre cambia de secretaria cada mes, ya que ninguna se aguanta su fuerte temperamento y que sea tan mandón. Mi despacho, impregnado del aroma a cuero y la imponente madera de la decoración lujosa, es mi lugar de trabajo en el Palacio Real de Randyll. Las paredes decoradas con pergaminos y retratos de ancestros reales parecen observarme mientras disfruto de este momento pecaminoso del cual ellos se sentirían muy decepcionados. Aunque oficialmente soy el príncipe Ariadan Glytsuwur, el heredero al trono del reino de Randyll, en este instante solo soy yo, lejos de las formalidades y las restricciones de mi posición. La secretaria de mi padre, Eleanor, una mujer con ojos avellana y labios que prometen secretos tentadores, está con sus manos apoyadas sobre el escritorio mientras yo le doy por detrás, aferrándome con fuerza a sus caderas mientras ella gime como una perra. Esto no es algo accidental; hace tiempo que yo vengo disfrutando de estos encuentros clandestinos, tanto dentro como fuera del palacio con cualquier mujer atractiva que me dé la oportunidad. Mi padre intentó en su momento ponerme un tatequieto al prohibir el ingreso de mujeres omega al palacio, creyendo que así yo dejaría mi sinvergüencería, pero, oh sorpresa... ¡le doy a todo lo que haya! Por lo general, los alfas de mi especie, es decir, los Xebir, no sentimos ningún ápice de deseo por las betas, pero yo soy tan adicto al sexo, que me acuesto con cualquiera que me dé la oportunidad. Incluso he tenido mis aventuras con mujeres alfa, cuando se supone que eso está prohibido por el sagrado libro del Dios Lobo, pero me paso ese “sagrado” libro por el culo. Total, no creo en ninguna divinidad. Si ese tal dios existiera, él no hubiera permitido que a mi madre la asesinara un Xebir salvaje en una noche de luna llena. Ese último pensamiento es lo que me hace descontrolarme totalmente y darle más duro a Eleanor, hasta el punto en que mis uñas poco a poco se van convirtiendo en garras, por poco y convirtiéndome a mi forma lycan, pero los supresores que consumo sin falta al desayuno cada mañana me impiden transformarme totalmente, así que todo se queda ahí..., con solamente unas garras a medio salir de mis dedos, y mi semilla depositándose en el preservativo, para luego salirme de Eleanor, sin ningún interés en saber si ella se corrió o no. No me importa si mis compañeras de jodida se corren o no. —Ariadan, deberías ocuparte de tus deberes reales —dice ella con su melodiosa voz mientras se ajusta la ropa. Está vestida muy elegante, como es el protocolo en el palacio, pero, por supuesto que su falda que está solo por unos centímetros arriba de la rodilla me logró calentar —. Tu padre está furioso porque faltaste a la reunión con el Círculo de Cazadores. Sonrío con desdén, desinteresado por las formalidades. Mi vida está marcada por las reglas, pero eso no significa que no pueda disfrutar de pequeñas rebeliones. Además...odio al Círculo. Se supone que ellos son los encargados de proteger a la ciudad de los “salvajes”, que son aquellos alfas rebeldes que no quisieron acogerse a la Ley de Supresión, y es que, en este mundo regulado por leyes y supresores, los alfas y omegas somos solamente unas sombras de lo que alguna vez fuimos siglos atrás. La transformación brutal que nos convertía a los alfas Xebir en bestias salvajes se ha vuelto un recuerdo distante gracias a los supresores que tomamos por obligación desde hace un milenio, después de la última guerra entre alfas, betas y omegas. La sociedad moderna de lycans dicta que controlar nuestros instintos es necesario para evitar los horrores de épocas pasadas. Sin embargo, como en toda sociedad, existen disidentes. Ese grupo rebelde al que llamamos "salvajes" se niega a someterse a la ley y a los supresores, argumentando que es una violación de su libertad, así que, en cada luna llena estos rebeldes se entregan a la transformación completa, desafiando las normas establecidas, y para enfrentar esta amenaza, se conformó el Círculo de Cazadores tras la última guerra. Son unos guerreros de élite encargos de perseguir y capturar a estos salvajes antes de que puedan causar estragos en la ciudad. Los salvajes, tras la última guerra, encontraron refugio en los rincones más lejanos de la civilización, en los densos bosques que rodean las ciudades principales. Viven en manadas, una reminiscencia de los primeros lycans que el Dios Lobo envió a este planeta. Aunque la modernidad ha transformado gran parte de nuestra sociedad, estos rebeldes han elegido vivir como aborígenes, conectados a sus raíces y a la esencia de lo que significa ser un hombre lobo. En sus manadas, los salvajes preservan antiguas tradiciones y costumbres, rechazando el control de los supresores que consideran una afrenta a su verdadera naturaleza, y aunque el mundo que los rodea ha evolucionado hacia una era de tecnología y urbanización, estos rebeldes han optado por seguir las enseñanzas ancestrales. Es un equilibrio tenso entre el pasado y el presente, entre las ciudades modernas y las tierras salvajes que los acogen. La coexistencia es frágil, y los encuentros entre las manadas y las fuerzas que buscan mantener el orden son inevitables, pero considero que los salvajes son, en esencia, guardianes de una conexión antigua, un recordatorio de una era en la que los lycans eran libres y no estaban atados por las restricciones de la civilización. Aunque muchos los ven como rebeldes y peligrosos, yo no puedo evitar sentir una extraña fascinación por su forma de vida. En sus ojos, veo el reflejo de lo que fuimos una vez, antes de que la sociedad moderna nos impusiera reglas, y aunque el mundo ha cambiado, esos salvajes siguen viviendo como testamentos vivientes de los vínculos antiguos que nos unen a nuestro pasado de hombres lobo. Pero esa fascinación que siento por los salvajes a menudo se ve empañada por una sombra oscura de odio que persiste en mi corazón. Esa sombra tiene un nombre: el del alfa que arrebató la vida de mi madre en una de esas noches de luna llena, cuando los salvajes se descontrolan y los cazadores tienen la tarea de evitar que entren en la ciudad. Recuerdo esa noche como si fuera ayer. Aunque los cazadores debían protegernos, uno de los salvajes se les escapó; tenía hambre, desesperado por la conexión que solo una Omega Gunpur podía proporcionar. Los Gunpur siempre se han distinguido por tener el olor más fuerte para los alfas Xebir, y mi madre, quien salió del palacio esa noche para ir al cumpleaños de una amiga, tuvo la desgracia de toparse en el camino del alfa Roller. Roller. Así es como se llama el hijo de puta que mató a mi madre, y que actualmente está encerrado en los calabozos del palacio, lejos de la luz del sol y de la luz de la luna. Yo tenía apenas ocho años cuando sucedió eso y todo se vino abajo. El dolor y la tristeza se instalaron en mi hogar, convirtiendo a mi padre, un hombre noble y justo, en un ser frío y amargado. La pérdida de mi amada madre rompió algo dentro de él, dejando solo una sombra de lo que alguna vez fue. Aunque el rey de Randyll sigue siendo respetado por sus súbditos, su corazón está envuelto en un manto de tristeza perpetua. Esa noche dejó cicatrices profundas en mi alma. Aunque he intentado entender la naturaleza de los salvajes y sus ansias incontrolables, el odio persiste. Ese alfa, que ni siquiera conozco personalmente porque mi padre me ha prohibido el ingreso a los calabozos, se ha convertido en el símbolo de mi dolor, de la pérdida que aún pesa sobre mi familia. Es entonces que esa fascinación a veces se convierte en un recordatorio constante de que la venganza late en mi interior, esperando el momento adecuado para manifestarse. Pero, con todo y lo que pasó, en realidad siento más odio por los cazadores, y a pesar de ser el príncipe heredero de Randyll, me mantengo alejado de las reuniones del Círculo. No confío en ellos, incluso si mi propia hermana eligió unirse a sus filas. El deber del Círculo es proteger a la población, pero fallaron de manera catastrófica en el momento en que más se necesitaron. La tragedia de mi familia sigue siendo una sombra en mi mente cada vez que la luna llena ilumina el cielo. La desconfianza es mi defensa, y aunque mi hermana eligió el camino de la caza, yo prefiero mantenerme a distancia de aquellos que supuestamente velan por nuestra seguridad. —El Círculo de Cazadores me importa tres cuartos de... Somos interrumpidos cuando las puertas deslizables de vidrio se abren de par en par, y mi refugio privado se llena de una presencia imponente. Aquí está mi alfa mayor, el rey Orlenys III. —¡Ariadan!—ruge, y al instante, siento la tensión en el aire. Sus ojos verdes esmeralda, tan idénticos a los míos, parecen de fuego por la ira que tiene. Me enderezo, enfrentando la tormenta que se avecina. En su mano, mi padre sostiene una tablet con una noticia titulada "El Príncipe Ariadan: Nueva noche de escándalos". Eleanor se retira discretamente, dejándome solo para enfrentar la furia de mi progenitor. —¿Qué demonios es esto? —ruge, su voz resonando en la oficina. La voz. Sí. Esa con la que un alfa quiere controlar a su manada, intimidando también así a los otros alfas. Mis ojos se encuentran con los suyos, esos ojos verdes esmeralda tan idénticos a los míos, y en este instante, recuerdo que estoy ante el rey, pero más importante aún, ante un alfa Xebir, un ser cuyos poderes y dominio sobre los demás no conocen límites. A pesar de ser yo también un Xebir, la presencia de mi padre siempre me hace retroceder. Su intimidación no viene solo de su posición como rey, sino de la fuerza innata que los alfas más fuertes poseen sobre los demás de su misma especie. —Padre, yo... No termino la frase antes de que su mirada penetrante me silencie. Extiende la tablet hacia mí, mostrándome la noticia que ha provocado su furia. La imagen que me captó follandome a una chica en el baño de una discoteca es una mancha vergonzosa para la corona. Aunque soy un príncipe rebelde, incluso yo tengo límites que no debo traspasar. —¡Ya tienes treinta años, por el amor del Dios Lobo! —gruñe, y su tono hace eco en la oficina —. ¡Ya estoy harto de ti, Ariadan! —me mira con tenacidad, pero con dolor al tiempo. Sea cual sea el castigo que me va a dar, no nos va a gustar a ninguno de los dos —. ¡Te voy a exiliar! ¡Te irás para la Tierra! La mención de la Tierra me estremece. He escuchado historias sobre ese planeta, un lugar donde los seres no poseen poderes sobrenaturales, donde la magia y la fuerza de los alfas no existen, y aunque no tienen dones como los nuestros, han ganado fama en todo el universo por destruir su propio hogar y pelearse entre ellos hasta el punto de la autodestrucción. El terror se apodera de mí al imaginar mi destino en un lugar tan inhóspito. La Tierra, gobernada por seres sin poderes sobrenaturales, es considerada un reino de verdaderos salvajes, pero no como aquellos salvajes a los que he observado con fascinación, sino como criaturas autodestructivas que han llevado su planeta al borde del colapso.
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