Rachel
Despierto con el sonido estridente de mi alarma llenando la habitación. El ruido rompe la atmósfera tranquila de mi sueño, pero lo que aún resuena en mi mente es la imagen del hermoso lobo dorado con ojos verdes brillantes en la cima de una montaña, bajo la luna llena, aullando majestuosamente. Es un sueño recurrente que he tenido desde que era niña, y a pesar de que no puedo entender su significado, siempre me deja con una sensación de asombro.
Me estiro y apago la alarma, dejando que el silencio de la habitación vuelva a envolverme. Siento el collar que cuelga en mi cuello. Es una pieza de metal que toma la forma de un lobo majestuoso. Ha pertenecido a las mujeres de mi familia, pasando de generación en generación, y aunque no entiendo completamente su importancia, sé que es un vínculo con mis antepasados.
Desde pequeña, he sentido una fascinación especial por los lobos, y mi madre también la sentía.
Oh, mi madre...
Ella murió hace cinco años en un trágico accidente de auto. Iba con mi padre, y él sobrevivió, pero quedó cuadripléjico.
Me siento en la cama, sintiendo la textura fría del collar contra mi piel. Miro la luna a través de la ventana, como si buscara respuestas en su resplandor plateado. El aullido del lobo en mi sueño sigue resonando en mi mente, y aunque no puedo explicarlo, sé que está intrínsecamente ligado a mi destino de alguna manera.
—Ok, aquí vamos —digo mientras me pongo en pie, lista para iniciar un nuevo y arduo día.
El agua tibia de la ducha me envuelve mientras me quedo quieta bajo el chorro reconfortante. El cansancio se arrastra por mi cuerpo tras haber trasnochado leyendo un expediente, un recordatorio constante de lo monótona que se ha vuelto mi vida. Cada día, la misma rutina: despertarme a las 4 a.m., alistarme y tomar el tren hacia Nueva York. Si bien mi trabajo como abogada junior en una prestigiosa firma de abogados en la Gran Manzana me ofrece un salario decente, vivir en Nueva York es un lujo que no puedo permitirme, así que, como muchos, me veo atrapada en el interminable ir y venir entre New Jersey y la ciudad que nunca duerme.
La realidad es que Nueva York es una ciudad costosa, y aunque mi salario de abogada junior es lo suficientemente bueno, la mayor parte de él lo destino a pagar la hipoteca de la casa de mi padre en Traverse City, Michigan. En el accidente que se llevó la vida de mi madre, mi padre tuvo unas facturas abrumadoras, y ya que la atención médica en Estados Unidos cuesta un ojo de la cara, mi padre tuvo que pedir un préstamo en el banco para pagar su hospitalización y terapias, y desde entonces, la situación económica se volvió un desafío constante para nosotros, y me he convertido en la principal proveedora de la familia.
Mientras el agua sigue cayendo, cierro los ojos y me sumerjo en mis pensamientos. A menudo me pregunto si esta vida rutinaria tiene un propósito más allá de sobrevivir. El aullido del lobo en mi sueño recurrente parece una llamada, un recordatorio de que la monotonía puede romperse y que hay algo más grande allá afuera, esperando ser descubierto. ¿Qué significará ese aullido? Es un misterio que sigue sin respuesta, pero me niego a rendirme. La vida puede ser monótona, pero en algún lugar, en algún momento, quizás encontraré un camino hacia algo más allá de la rutina.
El elegante traje de color vino tinto que encontré en una tienda de ropa de segunda mano cuelga en mi armario, muy lejos de ser de mi medida. Pero, como muchas veces en la vida, las circunstancias y el presupuesto limitado no me permiten disfrutar de un atuendo a medida. Aún así, el traje tiene su encanto, y con un poco de imaginación, puedo hacer que se vea bien. Lo deslizo sobre mis hombros y me enfrento al espejo mientras me pongo mis zapatillas Vans.
La verdad es que mis Vans se ven completamente fuera de lugar junto a este traje elegante, pero con la locura de Nueva York y mi ruta diaria de trenes, no tengo la intención de correr por las calles en tacones. Así que, con un suspiro de resignación, guardo los tacones en mi bolso.
Mi cabellera castaña, que a menudo es motivo de envidia para muchas de mis amigas debido a su suavidad y brillo, requiere una sesión con el secador, y mientras lo seco, reflexiono sobre la aburrida rutina de mi vida diaria. Es un equilibrio incómodo, una danza entre la elegancia forzada y correr por las atestadas calles y los pasillos de los tribunales. La vida en Nueva York a menudo te obliga a tomar decisiones prácticas, incluso si eso significa llevar Vans con un traje.
Finalmente, con el cabello seco y un último vistazo en el espejo, me armo de determinación. Si la vida me ha enseñado algo, es a adaptarme a las circunstancias y mantener mi estilo personal, incluso cuando las reglas del juego son difíciles. Con traje holgado y cómodas zapatillas en los pies, estoy lista para enfrentar otro día en la jungla de asfalto de Nueva York. Es una batalla diaria, pero estoy decidida a no rendirme.
Mi pequeño apartamento queda atrás mientras me dirijo hacia la puerta principal del edificio. Con el portafolios en una mano y mi bolso colgando del hombro, bajo las escaleras de madera que parecen resistirse a cada paso que doy. Cada crujido es un eco de los años que han pasado desde la última vez que alguien había remodelado este edificio.
Cuando llego a la puerta principal, tengo que ejercer un poco de fuerza. Empujo, como lo hago todas las mañanas, y finalmente la puerta cede, revelando las calles de New Jersey bañadas por la luz del día que comienza a despertar.
La estación del tren está a unas pocas cuadras de distancia, y sé que tengo un largo día por delante. Aunque el viaje a Nueva York no es particularmente largo, la multitud, el ruido y la constante agitación de la Gran Manzana a menudo me hacen sentir como si estuviera en una lucha constante por encontrar mi lugar en medio del caos.
Camino con determinación por las calles de New Jersey, un suburbio tranquilo que ofrece un respiro del bullicio de la gran ciudad. Es un viaje que hago todos los días, una rutina que, aunque monótona, es una parte esencial de mi vida. Como una abogada junior en una importante firma de abogados, estoy acostumbrada a luchar por mi lugar en el mundo, y eso incluye navegar por las calles de esta pequeña ciudad en mi camino hacia la estación de tren.
Al llegar a Nueva York, bajo del tren en mi estación habitual y comienzo mi camino hacia el imponente edificio de la firma de abogados. La Gran Manzana está llena de vida, y mientras camino por las transitadas calles, noto algo que he experimentado en muchas ocasiones antes: todos los perros parecen fijarse en mí, tanto los callejeros como los que van acompañados por sus dueños. Me miran con una atención inusual; sus orejas se enderezan, sus colas se agitan y, en algunos casos, incluso parecen querer acercarse más de lo que sus correas lo permiten.
Esta extraña reacción de los perros siempre me sorprende, pero he notado que ocurre solo en ciertos momentos, sobre todo cuando estoy en mis días de ovulación. Es una coincidencia extraña y me hace sentir incómoda. No tengo idea de por qué los caninos reaccionan de esta manera ante mí en esos días en particular, pero es una de esas pequeñas peculiaridades de mi vida que nunca he logrado entender del todo.
Uno de esos atrevidos perros me ladra cuando estoy a punto de subir las escaleras que conducen a la entrada del edificio, lográndome asustar.
—Estos chuchos...—murmuro, para luego continuar con mi camino.