Ariadan
Despierto en un callejón desconocido, el destello del portal intergaláctico aún reverberando en mi mente. La sensación de haber sido lanzado a través del espacio-tiempo todavía late en mi pecho. Miro a mi alrededor, intentando discernir mi ubicación en este nuevo y extraño entorno.
Mi padre pagó una fortuna para abrir un portal intergaláctico que me trajera directamente a la Tierra. El chip de traducción debajo de mi piel zumba, conectando mi cerebro a las complejidades lingüísticas de este planeta. Es la única herramienta que tengo para entender y comunicarme con los habitantes de la Tierra, entre los cuales debo encontrar a los descendientes de los omegas.
El callejón parece desolado, el sol de la mañana apenas iluminando los rincones oscuros. Me pongo de pie, sintiendo el concreto bajo mis pies, tan diferente de la artificialidad de los suelos de Klyndur. Mi primera tarea es comprender este mundo y localizar a los seres que comparten sangre lycan en sus venas, ocultos entre los humanos.
El viento sopla, llevando consigo olores y sonidos desconocidos. Mi aventura en la Tierra acaba de comenzar, y no tengo idea de qué desafíos me esperan en este planeta lleno de sorpresas y secretos.
Camino por las abarrotadas calles de la ciudad, sintiendo la incomodidad de la superficie caliente bajo mis pies, ya que solo llevo puestas unas medias. Mi túnica, diseñada para clima frío, solo empeora la sensación de calor. Las miradas curiosas de la gente se clavan en mí, y me doy cuenta de que mi atuendo, aunque común en Klyndur, aquí es completamente inadecuado.
Mi padre solo me dijo que sería enviado a una ciudad llamada Nueva York y que debía encontrar un trabajo para sostenerme en este mundo. Nada más.
La ciudad parece un enjambre de actividad y energía, tan diferente a la serenidad de Klyndur. Olores extraños flotan en el aire: comida, tráfico, perfumes, contaminación..., la mezcla única de la vida urbana terrestre.
Camino desorientado, tratando de asimilar esta nueva realidad. Aunque mi chip de traducción hace su trabajo para permitirme entender la lengua, el entorno y la cultura son abrumadores. Mis ojos se posan en un lugar que parece un local de esos en donde venden bebidas, y decido entrar para tomar un respiro y tal vez obtener alguna orientación de los nativos de este planeta.
Al entrar, noto que el local aún no está abierto al público. Un hombre regordete, aparentemente empleado del lugar, me mira con cierta hostilidad mientras está trapeando el suelo.
—¿Vienes por el anuncio?
Enarco una ceja, no sabiendo a lo que se refiere. Creo que vi un cartel en la ventana, pero mi chip solo funciona con las palabras oídas, no las escritas.
—¿El anuncio? —pregunto, y él hombre se pasa el dorso de la mano por la frente sudorosa. Tengo que hacer un esfuerzo por no soltar una arcada. Su olor me resulta un poco...incomodo.
—Sí, chico, el anuncio de trabajo —responde el viejo, señalando a la ventana —. Uno de mis empleados renunció, y mira..., me toca a mí trapear el suelo, cuando se supone que, siendo el dueño del local, lo único que yo debería hacer es preocuparme por recibir dinero.
Oh, entonces él no es un empleado del local, sino el dueño.
Agradezco internamente al Dios Lobo por brindarme una oportunidad de subsistencia tan rápidamente.
—Aunque dudo que precisamente tú vengas a buscar trabajo en un café —me mira de pies a cabeza —. Con esa cara y ese cuerpo que tienes, de seguro te dan trabajo como actor o modelo.
¿Actor? ¿Modelo? ¿A qué carajos se está refiriendo?
—No soy nada de eso —replico.
—Pues deberías, chico —me pasa un delantal —. Aunque, entiendo que, por cómo está la situación económica en todo el mundo, los que viven del arte deben buscar un segundo trabajo.
El hombre, cuyo nombre es Bobby, me explica que necesita ayuda en el turno matutino para preparar el lugar antes de abrir al público. Aunque mi comprensión sobre la operación de un café es limitada, asiento con determinación, deseoso de aprovechar la oportunidad para sumergirme en la experiencia terrestre.
Me asignan tareas sencillas, como limpiar mesas y preparar la máquina de café, y mientras el aroma de ese exquisito grano llena el aire, me sumerjo en esta experiencia única, listo para enfrentar los misterios que la Tierra tiene reservados para mí.
*******
Mis días en la Tierra se extienden; ya llevo tres semanas aquí, y con cada amanecer, descubro más sobre este mundo del que tanto se habla en todo el universo. No es tan malo cómo pensé. O sea, por supuesto que veo cosas que en mi mundo son impensables, como el hecho de que estén destruyendo su propia naturaleza y que haya tantos rumores de guerra, pero, por lo demás, no hay nada que no pase también en mi mundo.
En Klyndur también hay gente mala que comete crímenes, y también hay políticos que no piensan en el bien de su pueblo sino en el dinero que puedan ganar con sus actos de corrupción.
Mis tareas en el café son demasiado rutinarias para mi gusto, pero me proporcionan el sustento necesario. Agradezco la generosidad de Bobby, quien me permite quedarme a dormir en el local, en un rincón improvisado entre trapeadores y utensilios de limpieza. Adaptarse a la vida en Nueva York resultó ser un desafío aún mayor de lo que había anticipado, principalmente debido al alto costo de vida que hace inaccesible la idea de tener mi propio lugar.
Opté por un nombre terrestre; Adam Evans, al tiempo que me sumergí en la oscura clandestinidad de los documentos falsos. En un país lleno de migrantes, no resultó difícil encontrar a alguien capaz de proporcionarme la identidad necesaria para sobrevivir en la complejidad de esta sociedad.
Así que, en conclusión, mis días transcurren entre el bullicio del café y las noches en el cuarto de almacenamiento, un rincón que se vuelve mi refugio temporal en medio de la gran ciudad apodada como “La Gran Manzana” o “La ciudad que nunca duerme”.
Cada jornada en la Tierra es un desafío constante, una oportunidad de aprendizaje que me exige adaptarme rápidamente a las costumbres y normas de este mundo desconocido.
No me fue difícil aprender a manejar un celular, ya que en Klyndur somos más avanzados en la tecnología, y he aprendido a leer en el idioma de este país. Tengo una mente rápida.
También he aprendido por cuáles calles puedo transitar y cuáles no, si no quiero que me roben mis pertenencias, o algo peor.
Al principio, el choque cultural y la adaptación a una vida en un planeta tan primitivo me resultaron desafiantes, pero ahora, en medio de las calles bulliciosas de Nueva York, entiendo la verdadera razón detrás de mi misión.
Mi padre no solo me envió a este planeta en busca de omegas, sino como una enseñanza, desprendiéndome de las comodidades de la realeza para sumergirme en la realidad de aquellos que deben luchar día a día por su subsistencia. La vida en la Tierra, con sus contrastes y desafíos, se ha convertido en mi maestro de humildad.
Ahora, en lugar de pensar en mi misión como un castigo, la veo como una oportunidad de crecimiento personal. Aprendo a apreciar la lucha diaria de los habitantes de este mundo, entiendo la importancia de cada dólar ganado y descubro el valor del esfuerzo cotidiano. Mi identidad, oculta tras el nombre de Adam Evans, me permite ser simplemente uno más entre tantos, un individuo común y corriente en un entorno que exige mucho más que títulos nobiliarios y herencia real.
En cada taza de café que sirvo y en cada rincón improvisado del local que llamo hogar, encuentro las lecciones que mi padre deseaba que aprendiera. La Tierra me ofrece más que una misión de exploración; me brinda la oportunidad de entender las complejidades de la existencia humana y de forjar un nuevo camino, lejos de la opulencia de la realeza.
Mi jornada de hoy inicia como todos los días; con la agresiva melodía de la alarma de mi celular, recordándome que ha llegado un nuevo amanecer.
El dolor en mi espalda, consecuencia de dormir en un colchón inflable que apenas soporta mi peso, se volvió un compañero fiel de mis noches. El pequeño cuarto de utilería, apenas lo suficientemente grande para que yo quepa con mi metro noventa de estatura, me hace consciente de las incomodidades que debo soportar. Aunque sé que este sufrimiento es temporal, no deja de ser una dura prueba para mi paciencia.
Después de lidiar con las limitaciones del espacio y el incómodo colchón, el ritual de la mañana comienza. Una ducha rápida, enfundarme en el uniforme de trabajo y la salida al exterior del local para barrerlo antes de abrir al público, son mi secuencia diaria. La escoba se convierte en mi aliada para mantener limpio el perímetro, mientras observo a algunos perros callejeros que deambulan cerca. La reacción de estos animales es peculiar; parecen sentir mi presencia y se esconden, como si pudieran detectar las feromonas alfa que emito.
En mi planeta no hay perros. Al parecer, estos animales que los humanos escogen como sus mascotas, son lo más parecido a los lycans, ya que hacen parte de la familia canina de la cual provienen los lobos.
Y en cuanto a mi búsqueda de omegas o betas...nada. Todavía no he notado algún olor diferente al de los humanos comunes y corrientes.
Mi día empieza a tomar su rutina habitual. La multitud de asalariados que corren por la ciudad y deciden comenzar su jornada laboral con una dosis de cafeína empiezan a llegar al local. Atiendo la caja, observando a la multitud que va y viene, en busca de algo que, hasta este momento, parece esquivarme.
Es entonces cuando ella entra: una hermosa chica que yo ya había visto en días anteriores, pero que no había podido atender porque yo todavía no estaba atendiendo en la caja, y solo hasta ahora percibo algo diferente en ella.
Un aroma, sutil pero distintivo, se desliza hasta mi nariz. Mis sentidos se agudizan, y mi cuerpo reacciona de una manera que solo he escuchado en relatos de otros alfas: el zumbido en mis venas y la aceleración de mi corazón. Estoy sintiendo algo único, algo que solo se experimenta cuando se encuentra a la compañera destinada.
Esa joven, con su cabello castaño y su porte tranquilo, está desencadenando en mí una serie de emociones desconocidas. No solo es el olor que indica su naturaleza de omega, sino la extraña conexión que parece establecerse entre nosotros.
Mi atención se enfoca completamente en ella, mientras trato de ocultar la sorpresa que me invade.
La Tierra, con sus misterios y desafíos, está revelándome que la verdadera aventura apenas comienza.