Ariadan
Mi hermana y yo llegamos al palacio después de durar toda la tarde en otro planeta, en donde un puñado de políticos que solo piensa en su propio beneficio, se creyeron con el derecho de decidir sobre el futuro de mi planeta.
Que les den...
—Deberías haberle aceptado la salida a cenar al Lord Canciller...—le digo a mi hermana mientras cruzamos las puertas de vidrio que nos llevan hacia el vestíbulo del palacio.
Ella gruñe y expulsa sus feromonas para tratar de intimidarme.
—Altezas —se acerca uno de los sirvientes del palacio para saludarnos y tal vez darnos alguna información, pero él, que es un Omega Dafiri, al sentir las feromonas de mi hermana, se intimida y empieza a sudar frío. Yo tengo que extenderle mis feromonas tranquilizantes al pobre hombre —. Su majestad el rey los espera en el comedor familiar para la cena.
Intercambio una mirada con Alana; rara vez nuestro padre cena con nosotros. La pérdida de la reina, nuestra madre, aún pesa sobre él, y el comedor familiar evoca demasiados recuerdos dolorosos.
Él solo suele cenar con nosotros en fechas especiales como nuestros cumpleaños o los solsticios, pero, por lo demás..., prefiere no vernos, y no porque nos odie, sino porque le recordamos mucho a nuestra madre, en especial Alana, que es una fotocopia de ella.
—Parece que el rey está de ánimo para una cena en familia hoy —comento con cierto asombro, mientras caminamos juntos hacia el comedor.
Alana asiente con una sonrisa tenue, sus ojos reflejando una mezcla de esperanza y comprensión. Nos dirigimos al comedor, un espacio donde la ausencia de nuestra madre se siente más intensamente. Cada rincón parece recordarnos su presencia, desde la mesa elegantemente dispuesta hasta las sillas que fueron testigos de innumerables cenas familiares.
Al entrar, nos encontramos con nuestro padre, quien nos recibe con una cálida sonrisa forzada. Está vestido con una elegante túnica parecida a la mía, pero menos formal.
Él sufre de depresión desde la muerte de mamá. Tal vez no lo quiera admitir, pero tiene todos los síntomas: fatiga, insomnio, dificultad para concentrarse, irritabilidad, falta de apetito y demás.
—Hola, hijos —nos saluda con un leve asentimiento de cabeza.
Sus ojos revelan una mezcla de melancolía y amor por sus hijos. La pérdida de nuestra madre ha dejado una marca indeleble en él, y cada reunión en el comedor familiar revive el eco de los días felices que compartimos como familia.
Nos acomodamos en la mesa, y la atmósfera se vuelve más solemne con cada minuto que pasa, y mientras pruebo un bocado de la exquisita cena preparada por los chefs del palacio, mi mente divaga hacia los días en que mi madre cocinaba con amor cada comida para mi padre, y para Alana y para mí, por supuesto.
A pesar de tener a su disposición a los habilidosos chefs del palacio, mamá consideraba que preparar las comidas por ella misma era una muestra tangible de amor y sumisión. En la cultura lycan, el omega le ofrece la comida al alfa como una manifestación de su afecto y respeto, y mi madre lo hacía con total devoción hacia papá.
El aroma de las especias y hierbas que solía utilizar mi madre parece colarse desde los recuerdos, evocando no solo el sabor de sus platillos, sino también la conexión única que compartían como pareja. Mi padre, a pesar de ser el rey, apreciaba profundamente el gesto, viéndolo como una expresión de amor que trascendía las formalidades de la monarquía.
—Nada como las comidas que preparaba mamá —comento, tratando de quebrar la tensión en la mesa, pero también sintiendo el nudo en mi garganta al mencionarla.
Mi hermana me da una patada por debajo la mesa y me extiende sus feromonas de advertencia. Ella cree que es un error nombrar a mamá frente a nuestro padre, pero yo soy fiel creyente de que evocar los recuerdos buenos de una persona fallecida, ayuda a sobrellevar su perdida.
—Sí —responde mi padre, sonriendo genuinamente. Debe de estar reproduciendo en su mente esos felices días en los que mi madre se ponía su delantal rosa y cocinaba los platos más exquisitos —. Aunque aprecio el trabajo de nuestros chefs, nada supera a la comida de su madre.
Bueno, el hecho de que mi padre no haya expulsado feromonas de irritación y haya sonreído, ya es una buena señal.
Continuamos con nuestros platos, y observo a mi padre desde el otro lado de la mesa, notando los vestigios del tiempo en su rostro antes majestuoso. Aunque los alfas por lo general conservan su vitalidad incluso a los sesenta años, la depresión que embarga a mi viejo desde la pérdida de mi madre ha dejado su huella en él.
El cabello grisáceo y las arrugas que surcan su rostro son un recordatorio constante de la tragedia que se ha llevado parte de su ser. Atrás quedaron los días en que su risa resonaba en todo el palacio y su presencia imponente llenaba cada rincón. Ahora, su semblante parece sombrío, y la chispa que alguna vez iluminó sus ojos se ha desvanecido.
La soledad lo ha atrapado en una espiral de desesperanza, y aunque tuvo sus aventuras con mujeres en los primeros años de su viudez, en los últimos dos años ha renunciado a la compañía femenina.
—Te ves preciosa, hija —le dice mi padre a Alana, observándola con el profundo amor que siempre le ha tenido. Alana podrá tener los años que tenga, pero siempre va a ser la princesa de papá —. Hermosa y elegante. Debiste de haber robado muchas miradas en la asamblea de hoy en el Consejo.
Sus palabras son un eco de lo que seguramente pasa por su mente: mi hermana, tan similar a nuestra madre. Alana irradia la misma gracia y sofisticación, vestida con trajes largos y vaporosos hechos de las telas más finas. Sus delicadas manos, cuidadas con esmero y decoradas con una manicura profesional impecable, nos recuerda mucho a mi madre.
Alana, siempre consciente de la nostalgia que envuelve a nuestro progenitor, responde con una sonrisa agradecida, pero sus ojos reflejaban la misma melancolía que yo siento en lo más profundo de mi ser. La pérdida de nuestra madre es un lazo invisible que nos une a todos en el palacio, tejiendo recuerdos y anhelos en cada rincón de nuestras vidas.
—¿Cómo les fue en la asamblea? —pregunta mi viejo apenas termina con su plato.
—¿No leíste el informe? —le pregunto, y es que, después de cada reunión, le es enviada el acta de informe a cada rey.
—Estuve en una reunión todo el día con el ministro de hacienda, no tuve tiempo de leer nada —responde mi viejo de mala gana.
Respiro profundo antes de soltarle el bombazo:
—El Consejo ha solicitado que se haga la misión de exploración.
Mi padre se queda muy pensativo, aunque en realidad yo sé que él ya veía venir aquello.
El Consejo de la Unión, de manera unánime, ha solicitado la expedición, y todos sabemos que, en el complicado juego de poderes entre los planetas, una exploración es la antesala de una invasión. La Tierra, ese joven planeta en la Vía Láctea, se convertirá en el foco de atención de Klyndur y de todos los planetas miembr0s de la Unión, y mi papel como enviado real será crucial.
Porque sí. Yo seré el encargado de realizar la expedición. Mi padre no lo ha dicho todavía, pero sé que ya lo tenía en mente. Ese tal castigo que me quiere imponer de ir a la Tierra, en realidad es una misión que él ya había pensado.
La decisión de recuperar a los omegas y betas que viven en la Tierra, es algo que mi padre apoya. Él es consciente de la precaria situación de las omegas en nuestro planeta, afectadas por una enfermedad que amenaza con diezmar la población.
La misión en la Tierra no solo implica explorar el progreso de esas castas en dicho planeta primitivo, sino también buscar una posible solución para la crisis en Klyndur.
La complejidad de la situación no escapa a ninguno de nosotros. La Tierra, un lugar hostil y peligroso, se convierte en el escenario de una misión que podría salvarnos de la extinción.
La responsabilidad recae sobre mis hombros, y mientras comparto esta noticia con mi padre, sé que estamos ante una encrucijada que definirá el destino de dos mundos.
—Partirás mañana mismo —me dice mi padre, así sin más —. Serás el encargado de la misión —me mira con severidad —. No quería esto para ti, pero debido a tu comportamiento irresponsable, no me diste otra opción.
Lo sabía.
Mi castigo por mis actos de rebeldía será transformarse en el ejecutor de las órdenes del Consejo de la Unión.
Aunque una parte de mí siente temor por ir a un planeta tan peligroso, no me puedo negar al deber.
La Tierra, ese intrigante planeta lleno de misterios y peligros, se convertirá en el escenario de mi penitencia.