Ariadan Rachel me mira con una expresión que oscila entre la incredulidad y el desconcierto. Esperaba que mis palabras de que será mi futura reina la llenaran de emoción y determinación, pero en cambio, parecen haberla sumido en un mar de confusión. —Ariadan, vete de mi casa. Apenas me pide eso, siento un nudo en la garganta. No quiero alejarme de ella, y menos ahora que prácticamente le he dicho que me quiero casar con ella y que nuestro lazo se va haciendo aún más fuerte, pero entiendo que es demasiada información para procesar de una vez. Con la cabeza ligeramente inclinada en señal de respeto —porque sí, los alfas también le debemos demostrar respeto a nuestros omegas—, me alejo de ella, dejándola con sus pensamientos. El silencio pesado llena el espacio entre nosotros mientras