Misión de exploración, Parte 1

2085 Words
Ariadan El viaje hacia Xelendur es silencioso, mis pensamientos fluctuando entre la incertidumbre del futuro y la certeza de tener a mi hermana a mi lado, al menos por el momento. A medida que nos acercamos al imponente planeta que alberga a la sede del Consejo de la Unión, recuerdo la importancia de la reunión que se avecina. Xelendur, un mundo majestuoso en el corazón de la galaxia Leo, sirve como sede neutral para las deliberaciones del Consejo. Este organismo representativo reune a líderes y representantes de las diferentes r*zas que conforman el vasto universo. Sin embargo, la participación está limitada a unas pocas especies que han alcanzado un nivel de desarrollo y cooperación suficiente. En el universo existen alrededor de cien especies inteligentes, pero solo setenta forman parte del selecto Consejo de la Unión. R*zas como los humanos, aún consideradas demasiado primitivas y potencialmente hostiles, no han sido admitidas. Las decisiones tomadas en Xelendur afectan el destino de innumerables civilizaciones, y el peso de esas decisiones recae sobre los hombros de los líderes que conforman el Consejo. Mientras la nave desciende hacia la majestuosa superficie del gigantesco y moderno edificio en donde se reúne el Consejo, puedo sentir la gravedad de la responsabilidad que pesa sobre mí. Como representante de los licántropos, tengo la tarea de abordar asuntos cruciales, incluida la delicada situación en la Tierra y la posibilidad de una invasión. Alana y yo nos dirigimos al lugar de encuentro, donde mi presencia no pasa desapercibida. Las miradas curiosas y los murmullos se propagan entre los presentes, recordándome que la reputación de la realeza lycan está en entredicho. —¿Por qué el Consejo querría tocar asuntos de nosotros los lycans? —pregunta mi hermana mientras nos acercamos al lugar de reunión —. O sea, el asunto de la posible extinción de las mujeres omegas es preocupante, pero no entiendo por qué debería ser de la incumbencia de las demás especies del universo. Yo creo saber por qué es de la incumbencia de las demás r*zas: es porque habrá una invasión. Sí, hay muchos reinos interesados en invadir el planeta Tierra, y las razones son variadas, pero las de mi planeta están claras. En la Tierra debe haber muchos descendientes de los antiguos omegas que escaparon hace años de Klyndur. Omegas que no han sido expuestos al virus del que hoy sin víctimas los Klyndurianos, y que a lo mejor y tienen un sistema inmune más fuerte, teniendo en cuenta la cantidad de virus con los que han tenido que lidiar los terranos, si es que los informes de los habitantes del planeta Marte no se equivocan. Mientras caminamos, no puedo evitar notar las miradas que mi hermana recibe por parte de algunos presentes. Es comprensible; Alana, con su belleza arrolladora, estatura de metro con ochenta y su figura de infarto, no pasa desapercibida. Sin embargo, la necesidad instintiva de marcar territorio se apodera de mí, y dejo que mis feromonas fluyan con fuerza, un intento inconsciente de marcar territorio. Al notar mi gesto, Alana me lanza una mirada reprobatoria. —No creo que eso funcione aquí, hermano —murmura con una sonrisa burlona —. Aquí, somos los únicos licántropos presentes, y las sutilezas de nuestra naturaleza no son comprendidas por las demás r*zas. Asiento con resignación, recordando que nuestras costumbres lycans no siempre encajan en el protocolo de Xelendur. Aun así, avanzamos con determinación hacia nuestros asientos, conscientes de que las decisiones tomadas en esta asamblea afectarán no solo a los lycans, sino a toda la galaxia. La sala del Consejo está llena de representantes de las diversas r*zas, cada uno con sus propias preocupaciones y agendas. Mientras tomamos asiento, me percato de la tensión que se palpa en el aire, como si la gravedad de los temas a tratar hubiera contaminado el ambiente. La sesión comienza con discusiones sobre conflictos en sistemas estelares lejanos, tratados comerciales intergalácticos y problemas de recursos en planetas densamente poblados. Aunque estos asuntos son relevantes para muchas r*zas presentes, sé que no tardarán en tocar el tema de las omegas de mi planeta y de una posible invasión a la Tierra. —El Lord Canciller no para de mirarte —le digo al oído a mi hermana —. Deberías aceptarle al fin la salida a cenar en la que tanto ha estado insistiendo. Señalo discretamente hacia el Lord Canciller, un pleyadiano llamado Dag Orindil. Es difícil no notar su presencia; alto y hermoso, con ojos azules que parecen penetrar el alma y una melena rubia que cae elegantemente hasta sus caderas. Aunque mis feromonas podrían haber indicado lo contrario, sé que Alana no comparte mi entusiasmo por una posible conexión entre ellos. —Creo que deberías darle una oportunidad, Alana —la aconsejo, consciente de que la política y las alianzas también se tejen en relaciones personales. Sin embargo, mi hermana solo rueda los ojos ante mi sugerencia. —No es mi tipo —responde ella con firmeza. Alana siempre ha sido exigente en sus elecciones personales, y el simple atractivo físico o un importante cargo no es suficiente para conquistar su corazón. Dag nos mira con un destello de interés en sus ojos azules. Es evidente que la belleza de Alana no le pasa desapercibida, pero mi hermana, con su habitual gracia, desvía la mirada con determinación. Los pleyadianos, una de las especies más avanzadas de la galaxia, son conocidos por su sabiduría y tecnología superior. Sin embargo, la reticencia de Alana hacia Dag no pasa desapercibida por los demás, y me pregunto cómo podría afectar nuestras relaciones con tan influyente especie. Mientras mi hermana rechaza las insinuaciones románticas del Lord Canciller, yo me preparo mentalmente para abordar la delicada situación de los lycans en este momento. —Príncipe Ariadan Glytsuwur, representante de los Licántropos del planeta Klyndur, tiene el uso de la palabra —habla Dag, concediéndome el uso de la palabra. Me pongo en pie, acariciando la tela de mi traje, una túnica moderna oscura con destellos azules que evocan la elegancia de mi especie. Mientras me preparo para dirigirme al Consejo de la Unión, respiro profundamente, consciente de la importancia de mis palabras y de la difícil situación que enfrenta mi planeta. —Miembros del Consejo, les ruego su atención mientras comparto noticias preocupantes desde Klyndur —inicio, mirando a los rostros reunidos que representan diversas especies de la galaxia. Explico con detalle la pandemia que asola nuestro planeta, una extraña enfermedad que afecta a los omegas. Describo cómo ataca el sistema endocrino de las mujeres, arrebatándoles la capacidad de experimentar el celo, una condición esencial para su bienestar y el funcionamiento adecuado de su organismo. Hago hincapié en la rapidez con la que la enfermedad progresa, llevando a la muerte a las mujeres afectadas en cuestión de semanas. La gravedad del problema resuena en el silencio del Consejo. Las miradas preocupadas se intercambian entre los miembr0s, conscientes de que la supervivencia de las omegas está en juego. Explico cómo la disminución de la población femenina omega amenaza con desequilibrar nuestra sociedad, sumiéndonos en una crisis demográfica sin precedentes. —Nuestro llamado desesperado, respetados miembros del Consejo, es solicitar su ayuda —concluyo, buscando el apoyo y la comprensión en aquellos rostros que representan la diversidad del universo. La necesidad de encontrar una cura se refleja en mis ojos mientras espero la respuesta de aquellos que tienen el poder de influir en el destino de Klyndur y, por extensión, en el de los lycans. Miro al Lord Canciller. Los pleyadianos son los que tienen los mayores avances en la medicina. Tal vez ellos puedan ayudarnos, de no ser porque nos ven como a unos perros salvajes. Por eso es que le estaba insistiendo a mi hermana hace unos momentos para que se ganara la confianza de Dag. Si logramos que los pleyadianos nos ayuden a encontrar una cura, no tendremos que hacer el plan que mi padre y otros reinos tienen en mente. —Quisiéramos ayudarlos, príncipe Ariadan, pero me temo que nosotros no contamos con los medios necesarios para hacerlo —habla el Lord Canciller, y yo me aguanto las ganas de soltar un gruñido. Por supuesto que sé que los Pleyadianos tienen la medicina más avanzada, capaz de erradicar cualquier enfermedad, pero ellos son lo suficientemente orgullosos como para negarse a ayudar una especie tan “inferior” como la mía. —¿Por qué no hacen la misión de exploración que el rey Orlenys propuso en la reunión pasada? —propone el representante de los orcos. Son seres feos y babosos, y en un pasado fueron malos, pero encontraron la redención —. Si es cierto que todavía existen entre los humanos los descendientes de los omegas, pues he ahí la solución a su problema. Alana y yo nos miramos. La misión de “exploración” que propuso mi padre, no es más que la antesala a la invasión, y eso es lo que yo no quiero que suceda. O sea, no es que yo sienta algún tipo de afecto por los humanos, porque, al fin y al cabo, no conozco a dicha r*za, pero nunca estaré de acuerdo con que se invada algún planeta. —Tal vez ese virus del que son victima los omegas ni siquiera sea un virus, sino que tal vez sea el resultado de los supresores a los que se han visto obligados a consumir —opina el representante de los elfos. Ellos también son criaturas muy hermosas, casi como los pleyadianos, pero tienen mentes perversas, y también son de los que creen que todos los licántropos somos unos salvajes —. Pero, a decir verdad, no me imagino entonces qué pasaría si esos perros no se estuvieran tomando esa medicina. Ya se hubieran comido a sí mismos hace rato. La atmósfera en la sala se vuelve tensa. Una mezcla de rabia y desprecio arde en mi interior, y por un momento, estoy al borde de saltar sobre ese puto elfo en defensa de los míos. Sin embargo, la mirada de desaprobación de mi hermana y la sutil transmisión de feromonas calmantes me recuerdan que debo controlar mi temperamento. Y por eso es que suelo traer a mi hermana conmigo cuando tengo una asamblea del Consejo. Siempre tiendo a perder los estribos, pero ella siempre encuentra la manera de calmarme. La miro, y ella me devuelve la mirada con una expresión serena, instándome a mantener la compostura. Su táctica siempre funciona. Mis músculos se relajan gradualmente, y mis impulsos fson controlados por la sensatez que emana de Alana. No es la primera vez que irrespetan a los licántropos en una asamblea del Consejo, pero aprender a manejar estas situaciones delicadas es esencial para lograr el respeto y la colaboración necesarios. Mi hermana, con su mansedumbre y astucia, es mi ancla en el tumultuoso mar de la política intergaláctica. Aunque me resisto a ciertos formalismos, reconozco la necesidad de su presencia en eventos como este. Agradezco silenciosamente su influencia mientras mantengo mi mirada fija en el elfo, recordándome a mí mismo que, aunque las palabras puedan herir, la verdadera fuerza está en demostrar la valía de nuestra especie con hechos y logros. —Créanme, hermanos de la Unión, que las afecciones de salud que están afectando a las mujeres omega de mi planeta no es debido a los supresores que consumimos —les aseguro —. Tenemos información confiable que nos dice que las omegas que hacen parte de Los Salvajes también han sido afectadas por el virus. Eso último que dije en realidad no es información tan confiable, ya que es muy poco lo que se logra saber sobre Los Salvajes, pero no puedo permitir que los demás reinos crean que es culpa de la Ley de Supresión. Muchos reinos creen que las políticas de supresión que hay en Klyndur son...inhumanas. Y sí, lo son, pero mientras yo no sea rey, no hay nada que pueda hacer, más que seguir conservando el prestigio de la casa real de la que hago parte. Así que no..., no puedo permitir que todas las galaxias crean que tal vez todo esto esté ocurriendo por culpa de los supresores. Todavía no. —Pues, siendo así las cosas, creo que lo más sensato sería que hagan la misión de exploración —dice Dag con seriedad, dando a entender que no aceptará un no por respuesta —. Así de paso este Consejo sabrá cómo está la situación en la Tierra. No nos fiamos de los marcianos.
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