En poco tiempo el millonario de Nueva York llegó escuela primaria de Woodstock. Axel miró el edificio con una mezcla de desdén y determinación. Era antiguo, mal mantenido, para él, completamente ineficiente. Sin embargo, no pudo evitar notar los adornos navideños que constaban de luces parpadeantes, guirnaldas torcidas y un enorme árbol en la entrada principal que parecía estar inclinado peligrosamente hacia un lado.
Axel exhaló, ajustando los puños de su impecable abrigo. Si había algo que odiaba más que los pueblitos sentimentales, era perder el tiempo en uno.
—Señor King —dijo uno de sus asistentes llamando su atención—, la señora Agnes Crawford lo está esperando adentro —declaró el hombre de mediana estatura, ajustando su abrigo ante el clima gélido y luego ajustando sus gafas de pasta negra, con los cristales ligeramente empañados.
Axel apenas le dio una mirada al hombre y caminó hacia el edificio. El aire frío se colaba entre su abrigo caro, pero no mostró ningún indicio de molestia.
Cuando cruzó las puertas de la escuela, fue recibido por un olor a tiza, cera para pisos y algo que él juraría eran galletas. Frunció el ceño por la fastidiosa sensación que le causaba ese lugar, pero no lo demostró, solo continuó caminando.
—¿Dónde está la señora Crawford? —preguntó, impaciente a una mujer que, con una calma exagerada, empujaba un carrito de limpieza.
—En su oficina, señor —respondió ella mientras le señalaba un pequeño despacho al final del pasillo. Axel avanzó con pasos firmes. Cuando llegó, tocó la puerta suavemente, pero no hubo respuesta. Tocó más fuerte, soltando un suspiro y aun así, nada. Finalmente, empujó la puerta y se encontró con una mujer de cabello blanco, pequeña y delgada, que estaba sentada detrás de un escritorio desordenado.
—Señora Crawford, soy Axel King. Vine a discutir la compra del terreno de la escuela —declaró él, sin dilaciones, ahorrándose toda una presentación de cortesía. Lo único que Axel quería era cerrar el negocio y salir de ese lugar cuanto antes.
La señora Crawford, achinó los ojos un poco, ajustó sus gafas redondas y lo miró confundida.
—¿Qué dice, hijo? ¿Vino a traer la vela? Yo no pedí ninguna vela —respondió, ladeando la cabeza mientras lo miraba con curiosidad.
Axel parpadeó, aturdido.
—No. Vine a hablar sobre la compra del terreno —corrigió, en un tono un poco más alto, tratando de sonar amable.
Agnes arqueó ambas cejas al comprender lo que estaba diciendo.
—¡Ah, sí, claro! —exclamó la mujer mientras se inclinaba hacia él como si eso mejorara su audición—. ¡Deme un momento! Mi audífono no está funcionando muy bien hoy —agregó ella, mientras buscaba algo en su escritorio, empujando papeles y bolígrafos de un lado a otro. Finalmente, sacó un pequeño dispositivo, lo ajustó en su oído izquierdo y sonrió ampliamente.
—¡Con que es usted! —mencionó Agnes con una voz sorprendentemente enérgica levantándose de su asiento, ignorando por completo la expresión gélida de Axel—. ¡Es usted más alto de lo que imaginaba! —manifestó recorriéndolo con la mirada. Esta vez Axel tocó sus molares superiores con la punta de su lengua.
—Ahora sí. ¿En qué estábamos? —preguntó, agotando más la paciencia del hombre frente a ella, que aún seguía de pie esperando que la mujer dejara de perder su tiempo.
Axel respiró profundamente. —Estoy aquí para comprar el terreno de la escuela. Necesito su aprobación —vociferó con un tono más calmado.
—¡Oh, claro! —respondió ella con una sonrisa astuta pareciendo interesada—. ¿Quiere comprar la escuela? Bueno, yo no tengo ningún problema con eso, pero primero tendrá que hablar con Emily —avisó con naturalidad, mientras tomaba una vez más asiento.
—¿Emily? —repitió Axel, frunciendo el ceño—. ¿Quién es Emily? —preguntó manteniendo su gesto serio, él no recordaba que sus abogados hubieran mencionado a un segundo propietario.
—Emily Roberts, la maestra de segundo año. Es una joya, ¿sabe? Una mujer encantadora, aunque un poco mandona. Si quiere mi aprobación, tendrá que convencerla a ella primero —espetó Agnes encogiéndose de hombros, apilando con calma los documentos sobre el escritorio.
Axel se cruzó de brazos, tratando de mantener la paciencia.
—Señora Crawford, estoy ofreciendo una cantidad generosa. No creo que usted necesite el permiso de una maestra para proceder —dictaminó pensando que aquello era absurdo, cuando estaba dispuesto a pagar más del valor de ese viejo edificio.
—¡Oh, no sea testarudo! —dijo Agnes, sacudiendo una mano como si estuviera espantando a una mosca—. Emily es como una hija para mí. Si ella no está de acuerdo, yo tampoco lo estaré —añadió con simpleza. Agnes le tenía mucho aprecio a esa escuela, pero era consciente de que no podría seguir a cargo de ella por siempre, y Emily siempre había demostrado un genuino cariño, no solo por el lugar, también por Agnes y por los niños del pueblo, y aunque no se lo había dicho, esperaba que algún día ella se hiciera cargo. Confiaba ciegamente en ella.
—¿Esto es una broma? —preguntó Axel, comenzando a subir su tono.
—¿Qué dice? ¿Que si quiero un poco de goma? —preguntó Agnes, inclinando su rostro hacia al frente nuevamente.
Axel cerró los ojos un momento, respirando hondo antes de responder.
—¡No dije eso! —dictaminó apretado su mandíbula, y una vena comenzó a marcarse.
—Ah, ya entiendo. Está enfadado. No se preocupe, todos lo estamos de vez en cuando. Pero usted es muy joven, para ir por la vida con el ceño fruncido. Dígame ¿está casado? —preguntó Agnes con un interés más grande que el mostró por la venta del terreno.
Axel se quedó en blanco por un momento. Tratando de comprender porque le hacía esa pregunta.
—¿Qué? —preguntó levemente indignado.
—¿Tampoco escucha bien? pregunto si está casado —repitió Agnes, mirándolo con una expresión curiosa—. Una mujer como Emily podría ser justo lo que necesita. Tiene carácter, pero también es dulce. Y usted parece... bueno, un poco amargado.
Axel abrió la boca para responder, pero no encontró palabras. En toda su vida, nadie le había hablado de esa manera.
—No estoy aquí para discutir mi estado civil. Estoy aquí para hablar de negocios —soltó claramente enojado.
—Pues esto es personal, joven. Si quiere este terreno, tendrá que hacerlo a mi manera. —Agnes lo miró con una sonrisa que era mitad desafío, mitad diversión—. ¿Y sabe? Con ese porte suyo, podría ser un buen esposo para Emily ¿Le gustan los niños? —agregó la mujer, pasando completamente por alto el gesto malhumorado de Axel, quien apretó los puños a los costados, sintiendo que estaba perdiendo el control de la situación. ¿Por qué toda la conversación tenía que desviarse a cosas triviales?
—Señora Crawford —dijo él con un tono más serio—, con todo respeto, no estoy interesado en ser el esposo de nadie —dictaminó con seguridad, tratando de conservar la poca paciencia que aún le quedaba.
—Oh, claro que no. Ningún hombre lo está, hasta que conoce a la indicada —siseó Agnes segura de sus palabras.
Axel estaba a punto de replicar cuando la puerta se abrió de golpe y un niño pequeño entró corriendo, seguido de una mujer mayor que parecía estar buscando a alguien. El caos que se desató en el pequeño despacho le dio a Axel la oportunidad de dar un paso atrás y recuperar la compostura.
—Por mi parte no hay más de que hablar. Si quiere el terreno, convenza a Emily —dictaminó Agnes, mientras el niño era escoltado fuera de la oficina—. ¿Va a hablar con ella, si o no? —cuestionó por primera vez con un tono serio.
Axel respiró hondo una vez más. Convencer a una maestra de escuela primaria no debería ser un desafío.
—Muy bien. Hablaré con Emily.
Agnes le dio una sonrisa triunfante y se acomodó en su silla.
—Eso es lo que quería escuchar —ultimó la mujer, antes de ver a Axel dar media vuelta y caminar hacia la salida.
Axel abandonó de la oficina, su paciencia ya estaba al límite. Al llegar al auto que uno de sus asistentes había conseguido para hacerle el trayecto más cómodo, este lo miró con una mezcla de curiosidad y nerviosismo.
—¿Cómo fue la reunión, señor King? Preguntó el hombre con voz titubeante. Su jefe no se veía muy contento.
Axel no respondió de inmediato. Abrió la puerta del auto y se sentó en el asiento trasero, mirando por la ventana. Finalmente, murmuró:
—Pon a la tal Emily Roberts en mi agenda. Quiero reunirme con ella lo antes posible.
El auto arrancó mientras Axel se recostaba contra el asiento, cerrando los ojos. Por alguna razón, la conversación con Agnes seguía rondando en su mente, especialmente sus comentarios sobre Emily. Era un completo fastidio.