Una bolsa de galletas

2503 Words
El auto que abordó Axel se detuvo frente al único hotel disponible en el centro del pequeño pueblo. El edificio de dos pisos tenía una fachada de madera desgastada y luces navideñas parpadeantes que colgaban de manera desigual en la entrada. No era el tipo de lugar que Axel, acostumbrado al lujo de cinco estrellas, elegiría, pero no tenía opciones. Después de todo, Emily Roberts seguía ignorando las llamadas de sus asistentes, y quedarse en Woodstock un par de días más parecía inevitable. Cuando entró al vestíbulo, un ligero olor a madera y café lo recibió. La recepción era simple: un mostrador antiguo, un árbol de Navidad decorado con oropel, y una mujer mayor que lo recibió con una sonrisa cálida pero desconcertada al notar su impecable traje n***o y su porte imponente. —Bienvenido al Hotel Maple Leaf. ¿Reservación? —preguntó, ajustándose las gafas. Axel apenas contuvo un suspiro de frustración. —No, pero necesito una habitación —respondió con impaciencia, mientras la recepcionista tecleaba lentamente en su computadora. —Solo nos quedan dos disponibles. ¿Prefiere vista a la calle o al callejón? —cuestionó la mujer en total calma. Axel cerró los ojos un segundo, preguntándose si eso era un castigo divino. —Callejón está bien —respondió sin más, después de todo, la vista de cualquier parte de ese pueblo le parecía poco importante. Tras recibir la llave, subió a su habitación. La decoración era tan rústica como el exterior, con muebles antiguos, cortinas de cuadros y un ligero chirrido en el suelo al caminar. Axel dejó su maleta y se lanzó al único sillón, sacando su teléfono para verificar mensajes. Nada útil. Sus asistentes seguían sin conseguir que Emily aceptara reunirse con él. Frustrado y con hambre, decidió bajar al pequeño restaurante adjunto al hotel. El restaurante estaba casi vacío, con solo tres mesas ocupadas. Una chimenea al fondo calentaba el lugar, y las paredes estaban decoradas con fotografías en blanco y n***o del pueblo. Axel eligió una mesa en una esquina, alejada del bullicio, ordenó el plato típico del pueblo y esperó en silencio a que llevaran su comida, pero su paz no duró mucho. La puerta del restaurante se abrió con un ligero tintineo, y una niña pequeña de cabello largo y rubio entró con una canasta llena de galletas decoradas. Llevaba un abrigo rojo que le quedaba un poco grande y un gorro de lana blanco. Sus mejillas estaban sonrojadas por el frío, y sus ojos brillaban con determinación. Era Sophie, quien, luego de dar un vistazo a la poca gente en ese lugar, se dirigió directamente a la mesa de Axel. —Hola, señor. ¿Quiere comprar galletas? —preguntó la pequeña con un tono amable y una sonrisa que dejaba ver sus dientes frontales ligeramente separados. Axel levantó la mirada, inexpresivo, y simplemente negó. —No. La niña ladeó la cabeza, sin inmutarse. —¿Por qué no? —preguntó con curiosidad. Sophie vendía galletas preparadas por Emily en ese restaurante cada viernes, y cada persona que la veía solía comprarle. Pero Axel ni siquiera dirigió una mirada a sus galletas, solo se negó, con su tono cortante. —Porque no como dulces —replicó Axel, secamente, mientras volvía la vista a su celular para ignorarla. Sophie frunció el ceño, examinándolo de pies a cabeza con una intensidad desconcertante para alguien tan joven. —Para alguien que se viste tan elegante, parece muy tacaño —dictaminó con seriedad, marcando un hoyuelo en su mejilla, al fruncir sus labios—. Mi mamá dice que en Navidad hay que ser generosos — agregó con confianza. Mientras lo veía con sus enormes ojos azules. —Tu mamá suena como una persona complicada (por no decir molesta) —replicó Axel, con un tono seco, mientras rodaba los ojos al escucharla. —Es muy inteligente —replicó la niña con rapidez. Axel la observó en silencio exasperado. Finalmente, dejó el teléfono sobre la mesa y la cuestionó con tono despectivo: —¿No deberías estar en la escuela? ¿O en tu casa haciendo tarea? —preguntó él, aunque la educación académica de la pequeña era lo que menos le interesaba, solo quería que se alejara de él y lo dejara disfrutar tranquilo de la comida que aún esperaba. Sophie negó rápidamente, con una seguridad sorprendente. —No hay clases desde que comenzó el invierno, y todos los viernes vengo aquí a vender galletas —respondió mientras observaba con orgullo su canasta. Axel resopló con cinismo. «Perfecto. Tampoco habrá clases cuando demuela la escuela» pensó para sus adentros. —El dinero de las galletas ayuda a los niños del orfanato —añadió Sophie, sin rastro de timidez, mirándolo directamente a los ojos. El comentario lo tomó por sorpresa. Él no respondió de inmediato, y aunque su rostro permaneció impasible, algo en su interior pareció removerse con esa mención. Sin embargo, no dejó que la niña lo notara Axel sacó su billetera con un gesto de fastidio. —De acuerdo. Te compraré todas las galletas con tal de que dejes de hablarme —sentenció con frialdad. Los ojos de Sophie se iluminaron, pero negó con firmeza. —No puedo venderle todas las galletas —dijo con determinación. Axel frunció el ceño, ahora confundido. «¿Qué no eso era lo que quería?» pensó. —¿Por qué no? —preguntó luego de resoplar, con los dientes apretados. —Porque si le vendo todas, ¿qué voy a vender después? —explicó ella con simpleza. Axel apretó el nacimiento de su nariz con la mano derecha, claramente frustrado, miró la hora en su Rolex, habían pasado solo diez minutos desde que se sentó a ordenar su comida, pero sentía que llevaba ahí más de una hora. —Si te compro todas las galletas, podrás irte a casa —declaró Axel. «Y dejarás de molestarme» dijo en su mente. Sophie asintió, pero volvió a negar. Pronto una empleada llegó con la comida para Axel dejando su platillo y los cubiertos sobre al mesa. Al tiempo que Lola, la joven que ayudaba a Emily a cuidar a Sophie, entraba al restaurante. —Sophie, tu mamá dijo que no molestes a los clientes cuando están comiendo —dijo Lola al acercarse a ellos. —Lamento si Sophie lo incomodó —dictaminó ella, soltando un suspiro. Axel apenas le dedicó una mirada a la jovencita de cabello corto y n***o. —Aún no está comiendo —apuntó Sophie con el ceño fruncido. Lola suspiró y se giró hacia Sophie. —Sophie, no insistas, vamos, dejemos comer al caballero —dijo Lola con firmeza. Mientras tomaba a Sophie de la mano para marcharse. —Pero él quiere galletas —insistió Sophie y Lo la se volvió hacía Axel. —Pensaba comprarle todas, pero se ha negado —siseó tirando su espalda en el respaldo. Pensando en cuantos minutos más tendría que esperar para al fin poder comer sus alimentos. —Y no lo hará —dijo Lola con seguridad, mostrando una leve sonrisa, mientras sacaba una bolsa de la canasta de Sophie y se la entregaba a Axel—. Sophie es muy estricta con sus reglas. Ella jamás vende más de una bolsa a una sola persona —dictaminó encogiéndose de hombros. Sophie vendía galletas en el pueblo y no le gustaba dejar a sus clientes sin su bolsa de galletas, por esa razón jamás vendía más de una bolsa a una sola persona. Axel tomó la bolsa, notando el esmero con el que estaba decorada: un lazo rojo brillante y una etiqueta que decía “Galletas Navideñas de Sophie”. Sacó un billete considerable de su billetera y se lo entregó a la niña. —Quédate con el cambio —sentenció como si la suma fuera insignificante. Sophie lo miró boquiabierta, luego saltó emocionada. —¡Gracias, señor elegante! Los niños del orfanato estarán muy felices —declaró Sophie con una sonrisa, pero Axel frunció el ceño al escucharla, mostrando un gesto mucho más serio. —Vamos tu mamá no tarda —dijo Lola y ambas se alejaron, Sophie observó una vez más a Axel y mostró una sonrisa, aunque esta no fue devuelta. *** . La nieve crujía bajo las botas de Sophie mientras subía las escaleras del porche, sosteniendo la canasta de galletas ya vacía con ambas manos. A su lado Lola la seguía con una sonrisa en los labios. —¡Mami! —gritó Sophie al entrar, con su voz llena de entusiasmo mientras cruzaba el umbral de la casa. Emily, que estaba inclinada sobre la mesa revisando unas notas, levantó la cabeza al escucharla. Su corazón se calentó al ver a su pequeña, con las mejillas encendidas por el frío y una alegría que era casi palpable. —¡Lo logramos! ¡Vendí todas las galletas! —anunció Sophie, dejando la canasta sobre la mesa. Emily se levantó rápidamente y la abrazó. —Lamento mucho no haber podido llevarte al pueblo yo misma. —soltó, la culpa se reflejaba en su voz mientras miraba a su hija a los ojos. —¡No importa, mami! —respondió Sophie emocionada—. ¡Un señor me compró una bolsa de galletas y me dio un montón de dinero! —confesó mientras le mostraba a Emily una gran sonrisa. Ella frunció el ceño, sorprendida, mientras Sophie sacaba algunos billetes del bolsillo de su abrigo. —Sí, es cierto —intervino Lola desde el marco de la puerta, sacudiendo la nieve de su ropa—. Era un hombre muy elegante. Algo gruñón, pero generoso. Emily respiró profundamente, sonriendo al ver la felicidad en el rostro de Sophie. No pudo evitar abrazarla otra vez, cerrando los ojos por un momento. Adoraba ver esa sonrisa que iluminaba su mundo. —¿Podemos ir por los adornos que nos faltaron? —preguntó Sophie mientras se apartaba ligeramente, su voz cargada de emoción. Emily asintió, acariciándole el cabello. —Claro que sí, mi amor. Déjame agradecerle a Lola primero. Se giró hacia la joven. —Gracias por cuidarla, Lola. Sé que siempre puedo contar contigo. —No es nada, Emily. Sophie es un amor —respondió Lola con una sonrisa sincera antes de irse. Emily se colocó su abrigo y junto con Sophie salieron poco después, dejando atrás el calor de la casa para adentrarse en el bullicio del pueblo. Su destino era una tienda conocida por su extensa colección de adornos navideños y obsequios de todo tipo. Las campanillas en la puerta tintinearon al entrar, anunciando su llegada. El interior era cálido y lleno de colores brillantes. Las luces parpadeaban en los estantes, y cada rincón parecía un rincón mágico de la Navidad. Sophie se soltó de la mano de Emily y empezó a recorrer los pasillos, admirando cada detalle. Mientras tanto, en el otro extremo de la tienda, Axel estaba de pie junto a un estante de regalos, con una expresión que era una mezcla de disgusto y resignación. Su mirada recorría los objetos navideños con evidente desinterés. —Esto es una pérdida de tiempo —gruñó entre dientes, ajustando el abrigo oscuro que llevaba puesto. Carlos, uno de sus asistentes, se apresuró a su lado. —Señor, le aseguro que unos obsequios serán bien recibidos por el equipo. Además, dan una buena imagen —agregó tratando de acelerar su paso para ir a la par de los de Axel quien comenzó a observar todo lo que había en esa tienda. —¿Desde cuándo me importa la imagen? —preguntó Axel. El asistente no respondió, prefiriendo evitar el sarcasmo de su jefe. Cerca de ahí, Sophie se detuvo frente a un adorno en forma de estrella brillante, colocado en el estante más alto. Frunció el ceño al darse cuenta de que no podía alcanzarlo y miró a su alrededor en busca de ayuda. Vio a un hombre alto, de cabello oscuro y porte imponente, y se acercó. —Disculpe, señor. ¿Podría ayudarme a bajar ese adorno? —pidió Sophie con su tono dulce. Axel alzó la mirada, encontrándose con la pequeña de las galletas. —¿Tú otra vez? —declaró al verla y Sophie se mostró entusiasmada de coincidir una vez más con el hombre que le había comprado aquellas galletas. Con un suspiro, Axel extendió la mano y alcanzó la estrella con facilidad. Se la entregó sin una palabra, aunque sus ojos se suavizaron ligeramente al ver la alegría en el rostro de Sophie. —¡Gracias! —exclamó Sophie con entusiasmo. En ese momento, Emily apareció, visiblemente alterada. Había perdido de vista a Sophie por un segundo y su corazón se había acelerado. —¡Sophie! —la llamó mientras la abrazaba rápidamente—. No vuelvas a alejarte así, me asustaste —ordenó Emily besando su frente. Axel observó la escena con los brazos cruzados. Su mirada, normalmente fría, se detuvo en Emily. Su belleza era impactante, incluso en un momento de preocupación. Aunque su rostro era serio, Axel sintió algo dentro de él que no podía identificar. Carraspeó, rompiendo el silencio. —¿Es tu hermana? —preguntó, su tono casual pero curioso. Emily levantó la vista hacia él, con una ceja arqueada. —No. Es mi hija —respondió con seriedad, observando de igual forma el porte elegante de Axel, quien era realmente apuesto. Axel parpadeó, sorprendido. Pero rápidamente escondió su reacción con un carraspeo. —Ya veo —dijo sin más, suponiendo que cerca estaría su esposo. Justo entonces, el asistente de Axel apareció, cargando unos adornos y acercándose apresuradamente. Emily lo reconoció de inmediato. —¿Usted otra vez? —preguntó con incredulidad, su voz llena de sospecha, mirando al asistente—. ¿Me está siguiendo? —preguntó Emily, pues Carlos, la había visitado esa tarde, además de llamarla en repetidas ocasiones con la sola idea de concretarle una cita con Axel, para hablar de la escuela. Axel elevó una ceja, intrigado. —No, está equivocada, no la estoy siguiendo —respondió Carlos con ambas hacia el frente tratando de calmarla, queriendo explicar que ellos estaban ahí para comprar obsequios. Pero Emily no le permitió hablar. —Deje de insistir y dígale al idiota de su jefe que no pienso reunirme con él. ¡La escuela no está a la venta! —espetó Emily, cruzándose de brazos. Carlos tragó con dificultad y abrió grandes los ojos, mientras que Axel la miró con una mezcla de sorpresa y diversión. —Idiota, ¿eh? —preguntó con una sonrisa irónica—. ¿Eres Emily Roberts? —preguntó, por el contexto de su charla. Emily lo miró desconfiada, pero asintió lentamente. —Así es ¿Quién es usted? —preguntó, al verlo tan interesado en su charla con el asistente. Axel dio un paso al frente, imponente y seguro. —Al parecer, el idiota que quiere comprar la escuela. Emily lo miró con los ojos entrecerrados, el asombro cruzando su rostro mientras Sophie, separaba sus labios, por lo que había escuchado.
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