Nuevo proyecto
El sol apenas comenzaba a asomarse entre los imponentes rascacielos de Nueva York cuando Axel King se encontraba ya en su oficina en el último piso de la sede de King Industries. El silencio del espacio era absoluto, interrumpido únicamente por el sonido de sus dedos deslizando hojas de papel, mientras estudiaba con detalle los planos de su próximo proyecto.
A sus 35 años, Axel había construido un imperio desde cero, despojando a su competencia sin compasión. Su rostro, esculpido con una perfección casi irreal, y sus ojos grises, gélidos como el invierno, eran la primera advertencia de que no era alguien fácil de tratar. Nadie en su entorno cuestionaba sus decisiones, y los que lo hacían rara vez lo intentaban por segunda vez.
Axel mantuvo su mirada fija sobre la mesa de cristal, donde estaban los planos de su más reciente adquisición: un terreno en Woodstock, Vermont. Un lugar que, según sus cálculos, pronto albergaría una de las plantas de tecnología avanzada más grandes del país. Aquello no era solo un proyecto ambicioso; era una declaración de poder.
—Señor King —mencionó una voz femenina sacándolo de su ensimismamiento. Era Martha su asistente, quien había entrado al despacho con su habitual eficiencia. Martha era una mujer práctica, como él. No hablaba mucho, nunca llegaba tarde, nunca hacía preguntas innecesarias y esa era la única razón por la cual la toleraba.
—¿Qué pasa? —preguntó Axel levantando la mirada al escuchar la voz de su asistente, pero el filo de sus palabras bastaba para mantenerla en alerta.
—Los ingenieros informaron que parte del terreno donde planeamos construir la planta está ocupado por una escuela primaria —mencionó Martha con un tono más bajo de normal.
Axel apenas arqueó una ceja, ante sus palabras.
—¿Y? —preguntó como si eso no fuera algo importante. Martha tragó saliva, pero se mantuvo firme.
—La escuela es importante para la comunidad. El abogado informó que puede haber resistencia si intentamos demolerla sin previo aviso —declaró ella, con un tono titubeante.
—Entonces no habrá aviso —respondió Axel con un tono cortante, pasando una página de los planos como si aquello no fuera más que un obstáculo trivial—. Compraremos el terreno y la derrumbaremos —manifestó manteniendo el tono calmado, con su voz gruesa y sin prestar mayor atención.
Martha dudó por un momento, pero sabía que cualquier intento de disuadirlo sería inútil. Axel no negociaba, no cedía, y definitivamente no tenía tiempo para sentimentalismos.
—Entendido, señor —se limitó a decir ella, con ambas manos entrelazadas al frente de su traje de dos piezas, pero antes de abandonar la oficina, añadió:
—Su vuelo privado a Vermont está programado para las dos de la tarde.
Axel asintió, apenas dándole importancia. El viaje era solo un trámite. Sabía que los residentes de Woodstock intentarían resistirse a sus planes, pero eso no le preocupaba.
Axel siempre lidiaba con situaciones similares, era un experto en convertir un "no" en "sí", y no precisamente por su poder de convencimiento, sino porque aplastaba toda oposición con el peso de su dinero y su voluntad.
Al mediodía, Axel salió de su despacho para asistir a una reunión con su equipo legal. Caminó por los pasillos de King Industries como si el edificio entero le perteneciera, lo cual, por supuesto, era cierto. Cada persona que cruzaba su camino se apartaba rápidamente, inclinando ligeramente la cabeza como un gesto de respeto.
La reunión no fue diferente a las muchas que había tenido antes. Sus abogados discutieron estrategias para adquirir las propiedades en Woodstock, incluyendo la escuela primaria, mientras él escuchaba en silencio, observando cada punto débil en los argumentos de sus opositores.
—Los propietarios de la escuela parecen ser los más complicados —dijo uno de los abogados—. La directora, en particular, ha mostrado resistencia a vender el terreno. Además, hay una profesora que lidera a los demás. Su nombre es Emily Roberts.
Axel alzó una ceja al escuchar el nombre, aunque no por interés, sino por costumbre. Sabía que siempre había alguien dispuesto a defender lo que consideraban "su hogar". Para él, aquello era un acto patético de desesperación.
—Cualquier persona tiene un precio —sentenció con su tono grave—. Descubran cuál es el de esa Emily Roberts y consigan el terreno antes de Navidad.
Los abogados asintieron, sabiendo que la orden de Axel no era negociable.
Poco antes de las dos, Axel llegó al helipuerto privado del edificio, listo para abordar su helicóptero hacia Vermont. Había optado por ese medio de transporte en lugar de su jet privado debido a la proximidad del pueblo. El piloto ya lo esperaba con todo listo.
Axel subió al helicóptero sin decir una palabra, ajustándose el cinturón mientras observaba la ciudad que dejaba atrás. Nueva York era su fortaleza, el lugar donde su poder era absoluto. Vermont, en cambio, le resultaba un lugar pequeño y tedioso, pero necesario para sus planes de expansión.
Mientras el helicóptero despegaba, Axel miró por la ventana, observando cómo los rascacielos se hacían más pequeños y la ciudad quedaba atrás. En su mente, no había espacio para dudas ni arrepentimientos. Sabía que ese proyecto sería un éxito, como todos los que había emprendido antes y quería comenzarlo cuanto antes.
***
Esa misma mañana, el frío se colaba por las ventanas de una pequeña casa en Woodstock, Vermont, anunciando otro día de invierno en el encantador pueblo. Sophie Roberts, con su cabello rubio revuelto y su pijama de franela azul, se desperezó lentamente. Sus pequeños pies tocaron el suelo de madera, que estaba helado como si acabara de nevar dentro de la casa. Con un respingo, Sophie se apresuró a buscar sus pantuflas con forma de ositos y corrió hacia la cocina, donde su madre seguramente ya estaba preparando el desayuno.
El aroma a café recién hecho llenó el aire, mezclándose con un toque dulce y cálido que provenía de las galletas de canela que Emily había sacado del horno unos minutos atrás. La cocina era pequeña pero acogedora, con cortinas rojas decoradas con pequeños renos y una mesa de madera donde Sophie solía dibujar. En una esquina, Emily estaba de pie, completamente concentrada removiendo una olla con avena, mientras pensaba en la empresa que querían construir en el pueblo, Emily estaba preocupada, deseaba que todo tomara un curso diferente y aquel millonario buscara otro lugar donde fastidiar y los dejsra en paz.
—¡Mami, huele delicioso! —exclamó Sophie mientras entraba a la cocina, todavía frotándose los ojos.
Emily sonrió, girando para ver a su hija. A sus 28 años, Emily irradiaba una belleza natural. Su cabello, a diferencia del rubio de su hija, era castaño y estaba recogido en un moño desordenado, y llevaba un suéter grueso que había tejido su madre años atrás.
—Buenos días, mi cielo. ¿Dormiste bien? —preguntó a su pequeña hija.
—Mm… sí —respondió Sophie, acercándose para subirse a una silla junto a la mesa—. Pero soñé que había un montón de nieve y que nos quedábamos atrapadas aquí para siempre. ¿Eso puede pasar? —preguntó al terminar de frotar sus enormes ojos, tan azules como los de su madre.
Emily sonrió, sirviendo un tazón de avena caliente con trozos de manzana y un poco de canela.
—No, no nos vamos a quedar atrapadas. Aunque...
Emily se inclinó hacia Sophie con una sonrisa conspiradora— sería divertido estar encerradas si tuviéramos suficientes galletas y chocolate caliente, ¿no crees? —preguntó con un tono divertido.
Sophie asintió enérgicamente, ya con una cuchara en la boca.
Después del desayuno, Emily y Sophie se dirigieron al salón, donde un árbol de Navidad esperaba a ser decorado. Era un pino real, algo pequeño, pero con ramas lo suficientemente fuertes como para sostener todas las luces y adornos que habían acumulado con los años. La habitación olía a madera y a las velas aromáticas que Emily encendía siempre en diciembre.
—¡Hora de las cajas de los adornos! —anunció Emily, levantando a Sophie por la cintura y llevándola al armario donde guardaban todo lo necesario para convertir su casa en un lugar lleno de espíritu navideño.
Las cajas estaban un poco empolvadas, pero Sophie las abrió con entusiasmo, sacando un revoltijo de luces, esferas, y una estrella dorada que siempre colocaban en la punta del árbol.
—¡Mira, mamá! —dijo Sophie, sacando una esfera roja con un dibujo de Santa Claus que había hecho ella cuando tenía cuatro años—. ¿Podemos poner esta primero? —preguntó con una sonrisa.
Emily asintió, ayudándola a colgarla en una de las ramas más bajas. Mientras trabajaban, Sophie hablaba sin parar sobre las cosas que quería hacer antes de Navidad, como hacer un muñeco de nieve, cantar villancicos, y escribir su carta para Santa.
—¿Crees que ya pueda escribirla hoy? —preguntó de repente, con un tono lleno de alegría.
Emily, que estaba desenredando las luces navideñas, se detuvo para mirarla. Había algo en la inocencia de Sophie que siempre le hacía sentir una mezcla de ternura y melancolía. Su hija era todo para ella, y aunque no podían permitirse lujos, siempre intentaba darle lo mejor.
—Por supuesto que puedes, cielo. Después de que terminemos con el árbol, buscaremos tu papel y lápices de colores —avisó Emily observando los grandes ojos de su hija brillar.
—¡Sí! —gritó Sophie, dando un pequeño salto de alegría.
Emily sonrió, sacudiendo la cabeza mientras colocaba una guirnalda alrededor del árbol.
La decoración fue un caos encantador. Emily insistió en que las luces tenían que ser todas de color blanco, mientras que Sophie defendía que los colores daban un toque más alegre. Terminaron con una mezcla de ambos, lo que hizo que el árbol se viera un poco desordenado, pero lleno de vida.
—¿Dónde está la estrella, mamá? —preguntó Sophie, buscando entre las cajas.
Emily la sacó con cuidado. La estrella dorada estaba un poco desgastada, pero para ellas tenía un valor sentimental. Cada año, era Sophie quien se encargaba de colocarla en la punta del árbol.
—¿Lista para la gran final? —preguntó Emily, alzando a Sophie para que alcanzara la punta del pino.
—¡Lista! —respondió Sophie, colocando la estrella con una sonrisa tan amplia que iluminaba la habitación más que las luces del árbol.
Cuando terminaron, ambas se sentaron en el sofá, admirando su obra maestra mientras bebían chocolate caliente.
—Mamá, ¿qué le vas a pedir a Santa este año? —preguntó Sophie, soplando su taza para enfriarla.
Emily sonrió, pensando en la inocencia de su hija.
—No lo sé, tal vez solo un poco de paz. ¿Y tú? —preguntó con curiosidad.
Sophie hizo una pausa, y colocó una expresión seria mientras tomaba un sorbo de su bebida.
—No te lo puedo decir. Es un secreto —dijo ella arrugando un poco la nariz con un toque de misterio.
Emily levantó una ceja, divertida.
—¿Ni siquiera me vas a dar una pista? —preguntó fingiendo indignación.
—Nope —respondió Sophie con firmeza.
—Está bien, señorita misteriosa. Pero más te vale portarte bien si quieres que Santa lea tu carta —advirtió Emily con ambas cejas alzadas, mientras apuntaba a su hija con el índice de su mano derecha.
Más tarde, cuando el sol comenzó a ponerse, Sophie se sentó en la mesa de la cocina con un papel en blanco y un montón de lápices de colores. Emily observaba desde la puerta, con una sonrisa suave. Sabía cuánto significaba para Sophie escribir esa carta, aunque no tenía idea de lo que iba a pedir.
—¿Quieres ayuda? —preguntó Emily.
—No, mamá. Esto es algo que tengo que hacer yo sola —siseó Sophie, mientras tomaba un color azul.
Emily asintió, respetando su decisión y mientras Sophie escribía con cuidado, Emily se dirigió al horno para sacar otro lote de galletas.
—¡Listo! —avisó Sophie con la hoja entre sus manos.
—¿La terminaste? ¿Puedo verla? —preguntó Emily con verdadera curiosidad.
—No. Es un secreto, ¿recuerdas? —expresó una vez más. Emily rio, besando la frente de su hija.
—Está bien, mi amor. Ahora vamos a buscar un sobre para que puedas enviarla —espetó Emily y Sophie asintió, emocionada.
Mientras buscaban el sobre, Emily no pudo evitar preguntarse qué sería lo que su pequeña había pedido ese año. Sophie siempre había sido dulce y considerada, pidiendo cosas simples, pero algo en sus ojos ese día le decía que esta carta era diferente.
Al observarla mientras hablaba emocionada sobre cómo funcionaba el correo de Santa, Emily sintió un pequeño nudo en la garganta. Quería que la Navidad fuera mágica para Sophie, quería que nunca le faltara nada, pero sabía que cumplir con todos los deseos de su hija a veces era más difícil de lo que parecía.
.
Mientras tanto, el helicóptero aterrizó con un rugido ensordecedor. Las ráfagas de viento levantaban remolinos de nieve sobre el suelo helado, mientras los habitantes del pequeño pueblo miraban hacia arriba con curiosidad. Pocos estaban acostumbrados a ver una máquina de ese calibre sobrevolando su tranquila localidad.
Axel King, perfectamente vestido con un abrigo de lana italiana gris oscuro, descendió con la calma y autoridad que lo caracterizaban. Su mera presencia, desde los guantes de cuero hasta sus botas impecables, era suficiente para imponer respeto.
El pueblo de Woodstock, con sus calles estrechas, techos nevados y decoraciones navideñas, apenas le arrancó una mirada de interés. Todo parecía sacado de un cuento nostálgico, pero para Axel no era más que un obstáculo a sus planes. Viejo, anticuado, inútil.
—La escuela está a unos pasos, señor King —dijo su asistente.
Mientras avanzaba por las calles, el aroma de chimeneas encendidas y pan recién horneado lo alcanzó. Axel frunció el ceño, ajeno a las calideces del lugar. Su atención se centró en el edificio desgastado que albergaba la escuela primaria. Era pequeño, anticuado y, en su mente, completamente prescindible.
—Vamos, no tengo todo el día —ordenó, ajustándose el abrigo.
.
.
.
NOTA DE AUTOR
Les doy la bienvenida a esta historia navideña, que será corta. Este es un romance rosa, una historia ligera de esas para pasar el rato, aquí encontrarán: Romance bonito. Toques de comedia. Amor y Navidad .Si es lo que están buscando. Bienvenid@s a mi pequeño mundo ♥️ espero que este comienzo sea de su agrado y decidan quedarse 💌🎄