CAPÍTULO TRECE Maureen Hanks miró al otro lado del parabrisas y vio la silueta amenazadora de la torre de agua de Kingsville. En la espesa oscuridad de la noche, resaltaba como un macabro y gigantesco demonio, que acechaba continuamente al pueblo. Y como el pueblo era tan pequeño, en ocasiones también hacía las veces de faro, para ayudar a la gente a encontrar el centro de la localidad. Por supuesto, Maureen no se encontraba en el centro para nada. Estaba en el asiento delantero de la camioneta de Bob Tully, aparcada al borde de un campo de heno abandonado. Se estaba poniendo el sujetador, con los dedos todavía temblorosos debido a la intensidad que acababa de experimentar su cuerpo. Estaba desfallecida, al igual que Bob, los dos agotados de los esfuerzos físicos de los últimos diez minu