Capítulo VI

2066 Words
Los cambios más drásticos... Tener bien depilada mi zona íntima y sin ese color oscuro era todo un sueño. El doctor Lewis me pesó para comparar cuantos kilos había aumentado en las últimas semanas y me dijo que iba por buen camino, se encantó cuando vió mis piernas tonificadas y el cuerpo bien bronceado. Yo ya no sabía si lo que estaba haciendo estaba bien o si por el contrario había firmado mi propia sentencia de muerte. Pero era muy tarde para arrepentimientos: —¿Crees que puedas tolerar una reconstrucción completa? Es decir que te opere al mismo tiempo el trasero y los pechos. Aún vamos bien con el tiempo pero me gustaría que estés lista antes de tiempo. —Habíamos quedado en que lo haría en dos sesiones para que fuese más sencillo de tolerar pero si en vez de dos procesos de recuperación solo tenía uno pensé que podía ser mejor para mí. Así que muy firme le respondí: —¡Estoy dispuesta a tener un solo proceso de recuperación! Haga todas las operaciones que tenga que hacerme en una sola sesión. Yo soy valiente y sé que puedo tolerar el dolor. —Dispuse todo con la enfermera porque iba a estar al menos una semana interna en la clínica. No me tuve que preocupar por fajas postoperatorias o medicamentos. Todo estaba contratado. Llegué a la clínica y la enfermera del doctor Lewis me tomó varias fotos para comparar mi cuerpo antes y después de la operación. Además porque eso servía de propaganda para que otras mujeres tuvieran confianza y se atrevieran a operarse con él. Tomó un marcador y empezó a rayar mi cuerpo, verme así rayada me hizo entrar en pánico. Recordé que muchas mujeres quedaban en el quirófano por malas prácticas de los cirujanos. Pero ¡No sería mi caso! Volví a respirar y la valentía regresó a mi cuerpo. Tenía varios tamaños de implantes delante de mí, los pesaba y hacia cálculos. Después de la cirugía mi cuerpo se vería perfecto. Mis senos eran pequeños, y por eso después de amamantar no me habían quedado tan escurridos. Cuando todo estuvo preparado me pusieron la bata clínica, el gorro y unos zapatos en material descartable. Me subí a la camilla y me pusieron un jelco con una solución preparando mi cuerpo para la operación. Me persigné y alcancé a hacer mis oraciones, podía ser muy puta pero era creyente en un Dios. El doctor me preguntó si estaba lista y le indique que sí. Otro doctor se acercó y me puso la máscara pidiéndome que contará desde el número cinco hasta que llegara al uno. Me acomodó la máscara y empecé el conteo, creo que solo alcance a contar hasta el tres porque no recuerdo haber mencionado el número dos. Cuando me desperté tenía vendas por todo el cuerpo y una cantidad de aparatos pegados de mi cuerpo. Sentía dolor en todo mi ser. La enfermera se acercó y me pidió que no me agitara porque todo había salido con éxito. Unas horas después cuando la inflamación había cedido llegó el doctor a verificar personalmente que todo estuviese bien. Tenía unas bolsas que estaban drenando las heridas y estaban llenas de líquido con sangre. Me sentaron con mucho cuidado hasta que me ayudaron a poner de pie. El dolor era muy fuerte y me costaba hasta respirar, con ayuda del doctor la enfermera me ayudó a poner las fajas postoperatorias y ahí empezaba el verdadero infierno. Cada movimiento implicaba un verdadero dolor, serían varios días allí recluida siendo observada y monitoreada por si se presentaba alguna emergencia. Al quinto día ya podía moverme con más facilidad y me quería ir de ese lugar tan obstinante. Por más de que tenía televisión e internet yo quería irme a mi casa a descansar en mi agradable cama. El día séptimo ya había mejorado bastante y las heridas habían cerrado en forma, debía seguir manteniendo reposo y como de verdad estaba muy agobiada me dejaron ir a casa con la condición que debía pasar todos los días para realizarme las curaciones. Así paso el tiempo mucho más rápido y cuando el doctor me citó para hacerme una revisión de cómo había quedado para facilitarle su trabajo fuí en ropa deportiva. —No debes de dejar de usar las fajas postoperatorias al menos por dos meses más. También quiero aclararte “aquí entre nosotros dos” que yo quiero probar tu cuerpo antes de darle la buena nueva a Juah Manuel. No he dejado de pensarte desde esa noche que me lo hiciste en el club. Por eso me he esmerado tanto contigo. —Para mí no era inconveniente, llevaba mucho tiempo sin sentir una polla de verdad. Y ese doctorcito estaba muy bueno. Recordé a mis antiguos amantes y me intrigó que nunca más había tenido noticias de alguno de ellos. Si me veían ahora no me reconocerían. Aun faltaba cambiar el color de mi cabello y hacerme el tatuaje en la nalga. Mi familia casi nunca se reunía para ocasiones especiales pero en navidad siempre era obligatoria la asistencia y ya se acercaban esas fechas. Mis primas iban a quedar con tortícolis y se les iban a salir los ojos. Siempre me odiaban y hablaban mal de mí a mis espaldas. Pero yo sabía que ellas eran tan putas como yo, con la única diferencia de que ellas la daban gratis y yo cobraba. El doctor Lewis me envió la dirección del tatuador y me dijo que ya estaba todo cuadrado, adjuntó la foto del tatuaje que llevaría en mi nalga y me dijo que sería una sesión larga así que debía tomar precauciones. Me llevé un vestido corto y ancho, con una tanga pequeña y transparente. Apenas ingresé al local una chica me atendió y me hizo tomar asiento mientras él chico que me atendería se desocupaba. Podía observarlos cruzando al final del pasillo, ojalá y me atendieran rápido para regresar a casa temprano. En unos días era la cena de navidad y aún no había comprado ropa y tampoco había hecho las compras que la familia me había asignado que debía hacer llegar para la preparación de la comida. Por lo menos el dinero no había sido inconveniente, estaba al día con todas mis deudas y me sobraba para tener algo ahorrado. Escuché mi nombre y el número de un cubículo. Entré y el muchacho estaba fumando de una boquilla y tenía las pupilas de los ojos dilatados. Estaba pegándose una elevada para trabajar inspirado. Me saludó y verificó que tenía el diseño indicado. Me pidió que me ubicará boca abajo en el mueble. Quise ser un poco coqueta y me ubique con los senos por fuera del mueble con la excusa de que si me acostaba sobre ellos me dolían. Vi cuando les pasó una mirada devoradora a mis poderosas razones y entonces decidí que el mismo era quien debería descubrirme el trasero. Sería más interesante para él descubrir aquella perfección de glúteos. Aún no entiendo ¿cuál era la razón por la que debía llevar un tatuaje? Pero asumo que era algún fetiche o deseo en particular de Juah Daniel. Aquel muchacho, aclaró la garganta y dijo: —¿Puedo alzarte el vestido? O sea, para empezar. —De mi boca salió una carcajada y le dije: —Por supuesto. A partir de éste momento soy toda tuya. —Me mordí los labios y le guiñé ambos ojos a la vez. Con sus manos un poco temblorosas alzó el vestido y dijo: —¡Ay Samparote glorioso! ¿Cómo pretenden marcar semejante perfección? Tienes el trasero más hermoso que haya tatuado en mi vida. —Una sonrisa maliciosa salió de mi boca porque había conseguido el impacto que había planeado. ¡El efecto sorpresa siempre genera grandes expectativas! Subió el borde del vestido y lo presionó con la liga de la tanga en mi cintura para que no le estorbara. Le dí una ojeada y estaba simpático el tatuador. Me empezó a poner la crema anestésica para proceder a marcar el diseño en mi piel y se percató que era tan extenso que una parte de la tanga estorbaba. Me dijo que subiera la tira más arriba para poder trabajar cómodo. Mi cuerpo era perfecto y desnudarme ante él no era para nada difícil. Así que me puse de pie, me saqué el vestido quedando en ropa interior, me bajé la tanga y me la quité. Se quedó con la boca abierta observándome… Yo seguí con lo que estaba haciendo y me volví a acostar en el mueble boca abajo. Pero sabía que estaba comiéndome con los ojos. Se sentó y empezó a poner el papel para traspasar el dibujo a mi piel. Lo hacía con mucha suavidad como aprovechando de palpar mi piel. Una vez que estuvo el diseño marcado en mi piel me pidió que lo observará en el espejo por si lo deseaba más abajo o más arriba. Me levanté y lo que vi en el espejo me gustó mucho, esa mirada fiera del dragón se veía intimidante: —¡Me gusta lo que veo! Qué buen diseño te gastaste… ¡Oh por Dios! Ya quiero verlo terminado… —Moví mis nalgas para ver cómo se vería cuando me estuviera moviendo encima de una polla. No sabía la razón por la que me habían elegido ese tatuaje pero me agradaba, era una buena pieza. No dejaba de extrañarme las condiciones, debía ir en tinta roja. Según el tatuador de esa forma se podía maquillar sin que se notará. Para mi era mucho mejor porque si alguna vez deseaba borrarlo también sería más práctico. Cuando enterró la aguja no sentí nada pero después de un largo rato empecé a sentir un poco de dolor. Le pedí que me pusiera gel anestésico de nuevo porque no iba a aguantar mucho tiempo. Entró un compañero para llevarle comida y dió un silbido al verme con mi trasero en alto. —Maestro y ¿usted pidiendo pollo a domicilio? —Se acercó, le dió la bolsa de comida rápida y el tatuador le dijo que se retirará. Después apagó la máquina y me dijo: —Ven, vamos a comer un poco. Así dolerá menos… ¡Claro si tu dieta te lo permite! Solo son frituras para mantener mi energía a millón. —Olía tan exquisito que si hubiesen sido piedras me las hubiera comido. Cogí el vestido y lo puse en medio de mis piernas, él me daría de su pollo y yo no le podía dar mi bollo. Ja, ja, ja… Pero ganas no me faltaban, de no ser porque una de las normas me prohibía acostarme con otros hombres, ya me hubiese abierto de piernas y le hubiese pedido que me cogiera. Mientras comíamos me pidió que me hablara un poco de cómo había terminado con un cuerpo tan monumental. Mentí porque le dije que mi esposo invertía en cirugías para verme siempre espectacular. —Tu esposo debe ser un hombre muy seguro de mismo, porque si fueras mi esposa no te dejaría sola con ningún hombre. Eres una tentación andante y cualquier persona podría seducirte. ¡Yo viviría muerto de celos hasta del agua que moja tu cuerpo! —Era muy probable que así mismo se sintiera el hombre que estuviera conmigo, pero por ahora yo era una máquina productora de dinero. Así sentía que me veía Juah Manuel y aunque no me había hablado de sus planes, sabía que si estaba invirtiendo tanto dinero en mi le iba a producir el doble. Apenas termino de tatuarme, llegó un hombre que se presentó como mi chófer, estaba poniéndole espuma al tatuaje para retirar los excesos de tinta y que lo pudiera ver en todo su esplendor: —¡Quedó maravilloso! Me encanto, muchísimas gracias. — Agarré el teléfono y le pedí que me hiciera un par de fotos. Moría por enviarle una al doctor Lewis para que viera el resultado final. El chofer se agachó y recogió mi ropa, empezó a meterme el vestido y vi que su sentido de pertenencia estaba con la persona que lo había contratado. Sin embargo la tanga la guardó en el bolsillo de su chaqueta y le entregó un sobre al tatuador (asumo que era dinero). Estrecharon sus manos y me pidió que lo siguiera hasta donde estaba el vehículo.
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