Tess.
Apenas abro los ojos me siento fatal, pero no por mi cuerpo, sino lo que pasa dentro. Mi cabeza es un desastre, mi corazón está hecho pedazos y la razón de mi desequilibrio está junto a mí, observándome con el ceño fruncido.
Todo lo que hemos pasado a lo largo de los años se repite en mi cabeza una y otra vez. Es como si estuviera viendo una película de lo que fue mi vida su lado, de lo que pasamos, de las promesas que nos hicimos, de los momentos importantes y de los días difíciles con la constante pregunta de por qué fue capaz de hacerme esto.
Ni siquiera el tiempo que pasó desde que me enteré me dieron una respuesta certera, lo que me deja aún más confundida porque pensé que al despertar me daría cuenta de que todo fue un mal sueño, pero veo que no. Más bien parece que estoy en una pesadilla constante y permanente.
Ver su rostro me deja frustrada, sin respirar, con las manos convertidas en puños y con deseos grandes de golpearlo, pero me quedo quieta esperando que sea él la primera persona en hablar porque a decir verdad, ¿qué podría decir yo? ¿Lamento casi haber asesinado a tu amante? No creo que sea una buena idea.
Nate toma aire. Creo que es la primera vez que lo veo nervioso, sin embargo también veo que está enfadado. Lleva tanto tiempo con esa expresión que la conozco de memoria.
—Me llamaron para decirme que mi casa se estaba incendiando y que mi esposa y una amiga estaban dentro—comenta en voz baja, observándome con firmeza—. ¿Tienes idea de lo que sentí?
Me encojo de hombros.
—La verdad es que no. ¿Felicidad?
Sacude la cabeza.
—¿De verdad piensas eso de mí?
—Estoy segura de que querías que muriera para poder vivir tranquilo con tu amante, ¿cierto?
Y no pude guardarlo mucho más. Fue imposible, y el ver que su expresión cambia me dice que estaba listo para largar la verdad.
Por un momento se queda tildado, pero luego niega e incluso se ríe. Como si estuviera burlándose de mí este pequeño infeliz de mierda, lo que me provoca y no de buena manera.
—¿En qué estabas pensando?—pregunta, y me reservo que lo hice con la intención de ver a quién escogería de las dos.
—Bueno, cuando te enteras que tu esposo tiene de amante a tu mejor amiga, uno no puede pensar con claridad, a decir verdad.
El afirmar por segunda vez que sé la verdad lo deja pensativo, mirándome fijo como si estuviera pensando en qué demonios decir sobre todo lo que sé o lo poco en realidad.
— ¿No vas a decir nada?
—¿Y tú?—contraataca con furia—. Porque, pequeña mierda, estuve hablando con los bomberos y el puto incendio no fue un accidente. Y lo que acabas de decir me lo confirma.
—¿Ah sí? ¿Qué fue lo que dije?
Mi primera opción, fingir demencia. No puedo aceptar que incendié mi casa a propósito. No si no quiero que me acusen de intento de homicidio, supongo.
—Te sorprendes, pero sé que eres buena actriz. Aunque no va a salvarte porque sé por qué lo hiciste—dice, mirándome—. No sé cómo lo supiste ni cuándo, tampoco me interesa, pero si te digo que voy a declarar en tu contra cuando pidan declaraciones por intento de homicidio.
—Yo no quise matar a nadie.
Se ríe, negando con su cabeza.
—Cuando diga que incendiaste la casa con mi amante embarazada dentro, créeme que nadie va a creerte—comenta, logrando que los ojos se me llenen de lágrimas—. ¿Vas a jugar el papel de víctima? Porque no te creo una mierda, Tess.
A pesar de todo el odio que siento por él ahora, no puedo negar que el amor que le tuve me volvió débil porque incluso odiándolo como lo hago, su traición no deja de dolerme porque nos sigo viendo como esos dos jóvenes enamorados que creyeron que podrían contra el mundo entero.
Y ahora está aquí, admitiendo que tiene una amante y que espera un hijo sin tapujos, sin miedo, sin nada. Y eso me destruye.
—Tess...
Sacudo la cabeza.
—¿Cómo pudiste?
—Sabes cómo. Teníamos mucho tiempo intentando y...
—¿Por qué con ella?—me atrevo a preguntar, en medio de mis lágrimas—. ¿Por qué?
Y por primera vez se queda callado, al menos unos minutos hasta que se encoge de hombros.
—Porque estaba ahí—admite en voz baja—. Estaba ahí, me conoce, me entiende, me cuida y nos enamoramos sin quererlo. Yo...
—¿Por qué no me lo dijiste?
Mi voz se quiebra, mi corazón también porque a pesar de saber que estaba con ella, que me engañaba, y todo, me duele su cinismo. Me hiere su indiferencia, me quiebra por dentro su frialdad y el hecho de que no quiere comprender el daño que me causó.
—¿Habría cambiado algo?—pregunta—. Y aunque no lo creas, estaba por hacerlo. Tenía planeado decirte todo en una semana, en casa, cuando ambos estuviésemos más tranquilos y juro que iba a decirte cada cosa que sucedió y cómo, pero te adelantaste y decidiste jugar a ser Dios con las vidas de las dos personas que más me importan en este mundo.
Ruedo los ojos.
—No tienes pruebas de que yo lo hice. ¿Por qué no podría haberlo hecho ella?
—Le creo. Sería incapaz.
—¿Y crees que no van a confiar en mi palabra?—lo ataco—. Porque como yo lo veo, la amante intenta matar a la esposa para que no pases por un divorcio ni por la división de bienes que corresponde y quedarse con todo.
—Tess...
—Creo que existen dos versiones, y será difícil tirar más por una que por la otra.
Sacude la cabeza, enfadado. Se pone de pie y trata de hablar, pero el neviosismo y las ganas que tiene de gritar, se lo impiden, lo que me hace sonreír.
—¿Esto te hace feliz? Porque te juro, Tess, que si algo le pasa a mi hijo, voy a denunciarte.
Me encojo de hombros.
—Yo no sabía que estaba embarazada hasta que la doctora me lo dijo.
—¡Mientes!
—Digo la verdad, pero eres tú quien no quiere creerlo. Incluso me desmayé porque vamos, mi esposo con mi mejor amiga... mierda, ¿quién puede llevar bien esa verdad de golpe?
Me odia. Puedo verlo. Me detesta y aunque me hiere lo que hizo, no voy a negar que disfruté hacerle daño. Disfruto verlo sufrir y no creo que me detenga porque él me hirió durante meses, ¿por qué yo tendría que conformarme con solo una vez? Todavía no cumplo su cuota. Tenemos que estar a mano.
—Quiero el divorcio—dice, apuntándome con el dedo.
—De acuerdo. Separamos los bienes a la mitad, también todas las cuentas e incluso la casa... espera, bueno, la casa puedes quedártela.
Mi ironía, la forma en que le digo sus verdades no le agrada para nada porque ahora veo claramente que le importo una mierda. La única razón por la que está aquí es para vengar a su amada y su hijo bastardo, no por mí.
No porque le interesara saber cómo estoy después de descubrir la verdad o cómo me siento con su traición. Le importo una mierda, esa es la realidad. Una que duele, quema y lastima, una que incluso agobia, pero la tengo frente a mí en este momento y es algo difícil de ignorar cuando está intentando acusarme para quitarme del camino como si fuera un estorbo.
Con sus miradas, sus palabras y amenazas, la poca cordura que me queda se esfuma por la ventana, así como todo lo bueno que vivimos.
—Esta no es la forma en que pensé que saldría esta conversación—murmura, tallando sus ojos.
—¿Esperabas que te felicitara por arruinar mi vida? ¿Pensabas que preguntaría si deseas un niño o una niña? Porque de ser así además de ser un infiel infeliz, también eres un idiota.
—Escucha, sé que estás molesta y tienes motivos, pero si tan solo te permitieras escucharnos...
Sacudo la cabeza con fuerzas.
—¿Con qué propósito? ¿Planeas pedirme que sea la madrina o algo parecido?
—¿Por qué actúas como una perra?
Abro los ojos soprendida y molesta al mismo tiempo.
—¡Porque arruinaste mi vida, Nate!—grito con los ojos llenos de lágrimas—. Después de todo lo que pasamos, después de todo lo que sufrimos, me reemplazas con mi mejor amiga y restriegas en mi cara que ella sí es capaz de darte los hijos que yo no. ¿Te parece justo?
—¿Y a ti te parece justo intentar asesinarla por eso?
—¡Sí, y me hubiera encantado no fallar!
Mi respuesta, aunque inconsciente, tiene algo de verdad que es lo que termina por alterarlo hasta el punto en que me mira como si no me reconociera, lo que es algo completamente mutuo.
—No puedo creer que quieras jugar a esto. Casi la matas y te juro, Tess, que si pierde al bebé, seré tu peor pesadilla.
—Podría decirte lo mismo y aquí entre nos, ya te demostré de lo que soy capaz.
Mi risa lo deja con la vena de la frente inflamada y es justo cuando me da la última mirada de odio que me convenzo de que todavia no cumplí con la cuota.
Tenemos mucho por delante para quedar a mano.