Tess.
—Señora Baker, ¿puede oírme? Señora Baker...
Lentamente abro los ojos. Mis pulmones me queman, siento la boca seca y el bullicio que hay detrás de mí me tiene tan desconcertada que ni siquiera soy capaz de responder al principio.
—¿Qué pasó?—me escucho preguntar.
De a poco la visión se me va despejando. Mi sentido del tacto me dice que estoy en el jardín de mi casa, así como el árbol que veo a un costado. Para cuando vuelvo la mirada, noto a un hombre frente a mí.
Uno bastante lindo en realidad.
Me observa con el ceño fruncido mientras nos movemos.
—¿Qué hacen?
—La llevamos a la ambulancia, señora. Quédese despierta, por favor—dice, prestando atención a su trabajo—. ¿Recuerda algo de lo que pasó?
Sacudo la cabeza. A decir verdad, sí lo recuerdo, pero me duele tanto la cabeza que no soy capaz de decir nada y tampoco soy una idiota, no pienso incriminarme por incendiar mi casa.
—Su cocina se incendió y ambas estaban encerradas en su habitación. Apenas pudimos entrar por el fuego.
—¿Mi amiga está bien?—susurro.
—No lo sabemos, fue trasladada en otra ambulancia—. Llegamos a la ambulancia donde los paramédicos toman el lugar del bombero, quien antes de marcharse me da una mirada que me deja perpleja—. Todo va a estar bien, no se preocupe.
—De acuerdo.
El simple contacto con su piel me deja algo atontada. ¿De verdad está pasando esto? No tengo idea de cómo quedó la casa, ni cómo está Jane, ni siquiera de si yo estoy herida, solo me concentro en su toque porque se siente extraño y hogareño al mismo tiempo, como si lo conociera.
Finalmente me ponen en la ambulancia que me traslada hasta el hospital. Durante el camino tienen que colocarme oxígeno porque no estoy respirando bien debido al humo que hay en mis pulmones, lo que se siente extraño.
Mi cuerpo está agotado, no tengo idea de qué tanto estuvimos ahí ni cómo hicieron para rescatarnos, solo sé que incendié mi casa en un momento de dolor y ebriedad. ¿Será que si digo eso en la corte estaré perdonada? Porque un fuego intencional se paga con prisión, sin importar si es mi casa la incendiada o no.
Preocupada por lo que sea que vaya a pasar, me quedo en silencio mientras me trasladan hacia una habitación en la sala de urgencias.
—Vamos a cuidar bien de usted, señora Baker. No se preocupe—dice una de las enfermeras, acomodando mi oxígeno.
—¿Podría pedirle un favor?
—Lo que quiera.
—Mi móvil, lo necesito. Tengo que llamar a mi esposo.
Ella me sonríe gentilmente.
—Por supuesto, lo buscaré y se lo traeré.
Antes de que se marche, la tomo del brazo.
—Otra cosa, mi amiga... Jane Porter, ¿está aquí?
—Sí—suspira—. Por desgracia, ella tiene algunas complicaciones debido a su estado, pero le están dando la mejor atención.
Frunzo el ceño, confundida.
—¿Estado?
—Sí, su amiga tiene cuatro meses de gestación—comenta—. Los doctores son muy buenos y están haciendo lo mejor que pueden. No tiene que preocuparse por ella, solo por usted y mejorarse. Si se tranquiliza, su respiración se va a regularizar y estará bien para poder hacerle los demás controles.
A pesar de hablarme, no soy capaz de tranquilizarme porque no dejo de pensar en que... la embarazó.
El dolor que siento pasa a ser triple porque a pesar de saber que estaban en una aventura, nunca creí que fuera tan estúpido como para no protegerse y embarazarla. Esto pone la traición en un nivel superior, completamente inaceptable, hasta el punto en que el poco remordimiento que estaba sintiendo por lo que hice, sale volando por la ventana en dos segundos.
—Señora Baker, tenía dos móviles cuando la encontraron—comenta la enfermera, trayendo ambos y dejándolos a un lado—. Si necesita algo, llámeme.
Le agradezco en silencio y a pesar del dolor, todavía tengo una pizca de esperanza de que todo sea un mal sueño. Pizca que se marcha cuando veo ambos móviles al mismo tiempo y mientras el mío no tiene más que una llamada pérdida, el de Jane tiene al menos veinte, con mensajes también, todos de Nate.
Uno de ellos dice que está viniendo al hospital porque lo llamaron los bomberos, que resista porque sin ella la vida no tiene sentido, y es aquí cuando lo sé.
Jane tenía razón. En una balanza ella tiene más peso. Nate escogió, y no fue a mí.
Las lágrimas caen por mis mejillas como una maldita cascada. ¿En qué estaba pensando? ¿Qué tenía sobre los ojos que no fui capaz de ver su engaño y la magnitud del mismo? Mis manos tiemblan porque no soy capaz de aceptar esta realidad, donde en una situación crucial mi esposo, el hombre que me juró amor eterno, escoge a su amante por encima de mí porque no le importo en lo absoluto.
¿Cómo pude ser incapaz de ver que mi esposo se estaba enamorando de alguien más? Tontamente creí que el dejar que me engañara lo haría ver que poner en riesgo nuestra relación no valía la pena. Esperaba ansiosa que la terapia le hiciera ver que lo nuestro era real, algo duradero, algo que debía perdurar, pero ahora me doy cuenta de que cada que iba a terapia conmigo, fingiendo que esperaba sanar nuestra relación, solo esperaba el momento justo para echarme en cara su nuevo amor y su nueva vida.
Está realizando su sueño, mismo que me contagió durante años obligándome a tener más de cinco diferentes tratamientos de fertilidad que no resultaron. Está logrando lo que quería, pero no conmigo.
Y eso me quema.
¿El amor es tan fino y delgado que puede romperse por un simple sueño frustrado? Mi corazón arde pues recuerdo las miles de veces en que le pedí adoptar, quizás intentar con un vientre de alquiler, pero las palabras de su madre de que nada sería igual rebotan en mi mente armando toda una conspiración en mi contra.
¿Ella lo sabía? ¿Tenía idea del engaño durante las festividades pasadas? Porque no hace más de un mes que fue Navidad, donde estuvimos todos juntos y ella fingió interés en que retomáramos nuestra relación.
¡Maldición! ¿Puede su hermano saberlo también? ¿Y su padre? ¿Qué hay de Lisa? Ahora mismo me siento una completa imbécil, culpable de tener las astas más grandes que la ciudad haya visto jamás porque dejé que pasara.
Sabía, desde que regresó a casa con el perfume de otra mujer en su camisa, sabía que tenía una aventura y lo dejé pasar. Dejé que viviera un momento de felicidad creyendo que la frustración de no poder concebir tenía que ser liberada y que poco a poco aceptaría el hecho de que quizás podríamos tomar otro camino para tener hijos.
Jamás pensé que decidiría tener hijos con alguien más. Mucho menos con la mujer con la que lloré miles de veces sobre su hombro, rezando en voz alta poder darle a este hombre el hijo que siempre quiso y jamás tuvimos.
Eso me duele todavía más. Jane fue testigo de mis llantos, de mis crisis de angustia y ansiedad cada que una prueba daba negativa. ¿En qué momento dejó de quererme para meterse con el hombre que me rompía el corazón cada que le daba la noticia de que otra vez, no se nos daba?
Mi garganta se cierra por todas las emociones acumuladas, logrando que mi respiración se corte hasta el punto en que ni siquiera el oxígeno me ayuda a respirar y acabo cerrando los ojos lentamente.