Tess.
La botella de vino blanco reposa sobre la encimera de la cocina. Me recuerdo una y mil veces que debo mantener la calma porque a pesar de haber pasado una semana completa desde que recibí aquel sobre, todavía no he sido capaz de tomar una decisión coherente sobre cómo proceder.
Lo primero que pensé fue en confrontarlo, pero es tan poco hombre que negará rotundamente la mierda que hizo, así que lo descarté por completo. Después pensé en confrontarlos a ambos juntos, pero no obtendría las respuestas, ni nada de lo que quiero, así que me decidí por tomarme las cosas con tranquilidad y ver cómo procedo porque la verdad es que es difícil.
Y de verdad fue difícil mantener la compostura. Ver a Nate caminar junto a mí, dormir en la misma e incluso tener una conversación banal como las de siempre en la cena, por poco y me vuelve loca, pero no le daré la satisfacción.
Siempre leí que la venganza es un platillo que se sirve frío, y así me he mantenido.
En calma, callada, tranquila. Así me he comportado desde aquel día en la oficina, aunque es difícil cada vez más, como ahora.
—¿Todavía siguen peleados? —pregunta Jane, a quien tengo de frente.
Ella bebe de su copa de vino como todos los viernes en los que tenemos nuestra noche libre pues Nate viaja para ver a su familia los fines de semana. Ocasiones en las que nunca me invita así que desarrollamos esta especie de ritual entre ambas.
Claro que jamás pensé que se sentiría tan apegada a mí como para cogerse a mi esposo y tener más cosas en común.
—¿Te pasa algo?
—No, nada—comento, bajando la mirada—. Estoy pensando en una cosa que no me ha dejado tranquila estos días.
Jane frunce el ceño.
—¿Pasa algo malo? ¿Puedo ayudarte?
Suelto un suspiro.
—Bueno, no es sobre mí así que no sé si debería contarte.
Estira la mano por encima de la encimera de la cocina para agarrar la mía, observándome como si fuera una amiga verdadera.
Perra falsa.
—Sabes que puedes confiarme lo que sea, Tess. Por algo somos mejores amigas.
Le sonrío.
—Bueno, es sobre mi secretaria.
—¿Lisa? ¿Qué tiene?
—Pues tiene un novio y recientemente le han llegado fotografías de él con otra chica—digo, encogiéndome de hombros—. No sabe qué hacer porque vive con él y tampoco quiere confrontarlo.
Parpadea, retrocediendo. Por un momento pienso que se ha dado cuenta de lo que tramo, pero no. Solo se extiende para tomar la botella y servirse otra copa antes de mirarme de nuevo.
—¿Te ha pedido consejos?
—Sí, aparte de profesionales porque pusieron la cuenta bancaria a nombre de ambos, me pidió un consejo sobre cómo enfrentar a ese pedazo de mierda.
Sacude la cabeza.
—Los hombres sí que son unos bastardos. Mira que engañarla cuando parece una chica tan dulce—se lamenta—. ¿Qué le dijiste?
—Que separar la cuenta en sencillo, pero no sé cómo podría ayudarla más allá de eso. A mí jamás me engañaron así que no sé cómo actuaría en una situación así. ¿Tú qué harías?
Retrocede, como si mis palabras la hubieran golpeado.
—¿Yo?
—Sí. ¿Qué harías si el hombre con el que vives te engañara de una forma cruel?—pregunto, sintiendo la mierda recorrer mi cuerpo y las palabrotas atravesándose en mi garganta, a punto de salir por mi boca—. Si el hombre que creíste que sería el amor de tu vida, te engañara con alguien y tuvieras que verlo todos los putos días sin ser capaz de decir ni una palabra.
Por unos segundos se queda pensativa, hasta que una sonrisa se extiende por su boca demostrando que es tan tonta que no sirve ni para captar una indirecta, o quizás está tan segura de que la tonta soy yo que ni por un segundo se le ha de cruzar que lo sé todo.
—Bueno, lo primero es que no diría nada—responde entusiasmada—. Enfrentarlo es al vicio así que haría algo que nos pusiera a ambas en la balanza.
—¿Cómo?
—Sí, como en las películas cuando el hombre tiene que escoger entre su viejo amor o el nuevo. Un momento que tuviera que causar una decisión crucial en él, de vida o muerte.
—¿De verdad?
Se encoge de hombros.
—¡Claro que sí! Así no tendría oportunidad de pensarlo demasiado y solo... no lo sé, tomaría una decisión basado en sus emociones. Escogería a quien amara, a su primera opción—comenta, perdiéndose un poco en sus pensamientos—. Seria algo romántico si la escoge.
—Y una mierda si no.
—Exacto.
Durante más de dos horas en las que tenemos una conversación banal y sin sentido, al menos para mí, no dejo de pensar en lo que Jane dijo. Poner las cosas sobre una balanza.
Tres botellas de vino más tarde, con mi móvil resonando por las llamadas perdidas o mejor dicho ignoradas de mi parte hacia Nate y con su zorrita dormida en nuestra cama, el alcohol me hace preguntarme cuántas veces cogieron en el mismo lugar en el que dormimos cada noche.
¿Será que sus viajes de negocios fueron de placer? ¿La llevó a cenar y a pasear por toda la ciudad sin importarle ser un hombre casado? ¿Cuántas veces tuve señales frente a mí que ignoré como una idiota?
Las miles de preguntas sin respuestas, las teorías y conspiraciones en mi cabeza, sumado al alcohol y la rabia solo me provocan taquicardia. Quiero vengarme de los dos, quiero tener una respuesta y también quiero hacerlos sufrir, por eso tomo la decisión.
Poner las cosas sobre una balanza...
Mi madre pensaría que estoy loca, incluso dirá que he perdido la razón si alguna vez se enterara, pero mi cerebro me grita que es algo que ella misma propuso así que no le veo nada de malo ¿O sí?
Caminando descalza sobre el mármol italiano que trajimos de nuestra luna de miel para colocar en nuestra casa soñada, el vino se derrama de mi copa así como las lágrimas caen por mis mejillas mientras me acerco a la cocina.
¿Qué tan mierda debes ser para jugar así con los sentimientos de una persona? Los años maravillosos que pasamos con Nate, siendo felices e intentando realizar nuestro sueño de ser una familia, me duelen, me queman el alma hasta lo más profundo porque me juró amor incontables veces. ¿Cómo pudo olvidar esa promesa tan fácilmente?
Mi labio inferior tiembla porque no sé si seré capaz de hacer esto, pero mi ebrio cerebro me dice que es lo correcto así que no lo pienso dos veces antes de rociar lo que queda de la botella de vino sobre las puertas de la alacena en la cocina.
Me acerco a tomar un cerillo tomando distancia y con un suspiro lo lanzo, viendo las llamas comenzar a arder, así como arde mi corazón ahora mismo. Entonces regreso hasta mi habitación, tomo el móvil de Jane de la mesa de noche y me lanzo en el suelo después de colocar el seguro en la puerta, porque no hay forma en que vuelva a tocar esa cama de mierda.