Una vez que dejé la mitad de lo que sabía a disposición del inspector estaba a la salida del comando, lista para ir a casa nuevamente. ¿Qué más podía hacer si no? Ya le había dejado varias pistas a Bonsignore, sería un tremendo caracol si en menos de quince días no atrapaba al culpable. Inhalé y exhalé luego, sintiendo la briza fresca de aquella mañana, los árboles se mecían en los copos, los autos se escuchaban y sin apuros levanté los ojos hacia las nubes, que, como enmarañadas madejas de seda blanca y lustrosa, navegaban a la deriva por la cóncava turquesa del cielo estival. No tenía motivos para estar alegre, pero tampoco para terminar de hundirme; debía ocuparme de las heridas que se negaban a cicatrizarse, así que la opción más razonable era llenarme de positivismo. Dentr