Primero me sobresalté, luego me quedé tiesa como una estatua, utilizando una serie de milisegundos para pensar qué hacer, ahora mi ropa olía a Coca-Cola y la gente a mi alrededor guardaba silencio. —¡Oye! —chilló con tono de culpa el joven que aún permanecía a un escalón del mío—. De verdad... lo siento —dijo algo dramático, asentí en silencio—. No era... mi intención... —comencé a sacar de mi negra mochila mojada una servilleta para secarme, no quise darle mucha importancia a aquello, un accidente era sólo eso, un accidente—. Diana, sinceramente... —volteé la cara a un lado sin mirar algo en específico, sólo para que supiera que me dirigía a él. —Ya está —musité—. No hay problema. —Es que... tropecé —insistió, yo comencé a secar la humedad con la servilleta y en mi rostro la expres