Aquella vez Tommy fue a la universidad y me sorprendió con un desayuno. Siendo otra persona estuviera llorando por ese detalle, sin embargo lo que hice fue permitir que mi rostro se tornara de un rosa cosquilloso en mis mejillas y mis ojos achinándose debido al ensanchamiento gatuno de mi sonrisa; estrujó mi cabellera cual si fuera una especie de hermano mayor, y sí que eso era lo que parecíamos ya que evidentemente me superaba en estatura y profesión, sin embargo, todavía sigo considerando que entre ambos siempre fui yo la que pesaba en madurez e inteligencia. Y no refiriéndome exactamente al coeficiente intelectual, sino a la capacidad casi virtuosa que siempre he tenido de decirle “no” a las cosas que percibo como nocivas para mi bienestar o integridad.
—Espero que lo comas todo —me dijo en una tranquila advertencia refiriéndose al sándwich dentro de aquella bolsa de cartón esa mañana fresca y de sol radiante —seguramente viniste sin desayunar antes. Como siempre.
—De todos modos iba a sobrevivir —espeté sin brusquedad—. Hoy la alarma me traicionó.
—Independientemente si la alarma lo hizo o no, vendrías sin comer un bocado, te conozco —habló con tranquilidad caminando a un lado mío por aquel pasillo en el que varios universitarios pululaban internos en sus propios asuntos.
—Eres… una gran persona —reconocí respirando profundamente, disponiéndome a sacar mi comida del envoltorio mientras nos dirigíamos hacia una de las mesas del comedor.
—Lo sé, nena —me respondió casi arrogante con una sonrisa torva dibujada en su rostro de nariz perfilada y ligeras pecas; no hice caso a su narcisista manera de mostrarse, pues estaba toda entorpecida por la cantidad de cuadernos que sostenía bajo uno de mis brazos—. Dame eso —me quitó los cuadernos—. Come de una vez, y evita chocar…
Esa interrupción en su hablar me llamó la atención, así como su caminar aminorándose conforme avanzábamos, automáticamente, como si mi cuello fuera una máquina a resorte enfoqué su rostro, encontrándome entonces con aquel par de ojos grises bajo abundantes pestañas que miraban ligeramente perplejos y evidentemente desvividos hacia la dirección a la que miré luego.
—¡Rayos! —musitó él por lo bajo—. Es… él. Demonios —volvió a decir—. Y viene con su... novia.
—¿Qué carajos pasa con Jorge? —pregunté sin más, indiferente y gélida como siempre, sabiendo perfectamente que se refería al joven que caminaba en dirección contraria a la nuestra junto a una mujer de aspecto gótico pero muy elegante y de atributos marcados.
No le dio tiempo de responder a mi demanda ya que teníamos al par de personas bastante cerca.
—Tommy —saludó Jorge ya estando frente a nosotros, era peligroso quedarme observando cómo Tommy se delataba mirándolo perplejo y tartamudeando, no porque me diera celos, sino por el lío en que podría haberse metido haciéndolo delante de la novia de éste, que, sin ánimos de especular, también le echaba una “bonita” mirada, era fácil detallar la bisexualidad de Jorge pese a que se empeñaba en negar ese hecho.
Josephine, la novia de Jorge los miró a ambos con una de las cejas enarcadas, lo mismo hubiera hecho yo. Y supongo que lo que le cayó peor fue que Jorge abrazara fraternalmente a Tommy que, al sentir contacto con el otro rápidamente se erizó, titubeando un poco y correspondiendo luego al corto encuentro.
—¿Cómo estás? —preguntó entusiasmado el musculoso joven de piel morena separándose de él.
—Bien —dijo rápidamente Tommy encogiéndose de hombros ladeando la cabeza un poco—. Vivo, que es lo importante.
Yo era toda ojos, mirando a ambos con disimulo y también visualizando de reojo a Josephine que, al no soportar la situación, carraspeó para obtener la atención.
—Se nos hace tarde, cariño —le habló suavemente a su pareja y volteando luego a sonreírnos con hipócrita actitud cortés.
—Bueno —titubeó Jorge razonando—. Nos veremos después —le dijo al atontado Tommy dando una palmadita en el hombro de éste para luego marcharse al lado de aquella escultura humana.
En menos tiempo del pensado ya Tommy había girado 180° para mirar a su platónico amor alejarse.
—El pecado personificado —exhaló, desinflando sus pulmones mientras yo le miraba con cara de gato agazapado.
—Eres estúpido, ¿Verdad? —le recriminé—. No entiendo cuál es tu empeño en relacionarte sexualmente con personas que ya tienen una pareja.
—Descuida, tonta —me respondió él todo relajado encogiéndose de hombros una vez más—. Aún no hemos tenido sexo. Ese peluche no batea para mi equipo.
Moví mi cabeza en modo de negación, decidiendo retomar la caminata que habíamos tenido. Tommy me siguió y yo me decidí al primer bocado aquella mañana. A pesar de los frecuentes regaños que escupía mi boca, Tommy y yo teníamos una excelente conexión, comprensión y respeto.
Esa conexión que aquella mañana en la universidad sentí con más intensidad, como si Tommy estuviera allí, justo a mi lado. Más lágrimas salieron de mis ojos ese siguiente día a la muerte de mi amigo, era una tonta al haber decidido asistir a clases cuyas horas las pasé tan retraída como una demente, todo para mí se escuchaba amortiguado, sentía que los segundos duraban horas y que a pesar de lo hermoso del ambiente parcialmente nublado yo veía mi entorno como un purgatorio personal. Esa mañana el clima era fresco, seguramente debido a una tormenta cercana y yo con mi chaqueta de color marrón cubriéndome el torso, las uñas sin maquillar y notables ojeras en mi rostro, quité las gafas de mi cara sosteniéndola en una mano que junto a la otra utilicé para cubrir mis ojos en un intento de evitar que mis compañeros de clase notaran mi situación emocional. Una actitud en vano puesto que mi respiración entrecortada ya había captado la atención de varios en el salón aunque ésta vez me hubiera sentado en uno de los últimos pupitres. El canoso profesor giró dando la espalda a la pizarra atestada de números dibujados con marcador de tinta negra.
—¿Está todo bien por allá? —preguntó, por supuesto yo sabía a quién se refería. Sentí la mirada de todos al voltearse hacia mí desde sus asientos mientras consideré aquello la pregunta más estúpida del mundo. De modo que me puse de pie con un silencio inicial tan cortante, recogí el cuaderno, lápiz, sacapuntas y goma de borrar arrojándolos sin el mínimo tacto delicado hacia el interior del bolso cuyo cierre deslicé con la fuerza brusca que generaba en todo mi organismo la frustración hasta cerrarlo y colgar una de las gasas a mi hombro.
—Lo siento —me disculpé con voz seca, cuidando de manera innecesaria no notarme tan derrotada—. Tendré que abandonar la clase por ésta vez, profesor —dije sin ver a nadie a la cara, largándome de ese lugar de inmediato.
Caminé entre personas cuyas imágenes se hacían a mis ojos no más que montones de siluetas borrosas flanqueando a los lados mientras avanzaba. Mi nariz estaba tan congestionada como mi cerebro, incluso en determinadas ocasiones tuve que entreabrir los labios para poder respirar mejor, afuera podía inhalar aire puro, de seguro el jardín tendría más espacio en el cual estar sola por un momento.
Llegué al fin y me senté en una de las bancas, rápidamente doblé mis brazos sobre la mesa ante la que estaba y en ellos enterré mi rostro que al instante se contrajo más por aquel llanto que dejé salir; era liberador a medias poder hacerlo, ya que nadie estaba tan cerca como para notar el hecho; nadie se percataría de mi crisis, nadie imaginaría el dolor que en ese momento me aplastaba la cabeza. Escuché mis propios gemidos bajos de sufrimiento desahogado. Pero alguien me sacó de la seguridad que tuve al creer que estaba sola en aquel lugar alejado en el jardín universitario.
—Esto ha sido fuerte para muchos —escuché aquella voz femenina al tiempo que sentía una mano posarse en mi hombro—. Y no hablo de mí, sino de las personas que le tomaron cariño a Tommy —levanté mi cara, limpiando las lágrimas y los mocos con el dorso de mi brazo al mismo tiempo que ella apartaba su mano con lentitud, entonces la encaré durante un par de segundos—. Jorge ha estado… bastante mal —informó con pesar la mujer de piel pálida y labios color vino—. Desde que supo la noticia no ha hecho más que llorar, me pidió que le diera su espacio. No quiere hablar, tampoco comer. Eso me preocupa —admitió Josephine. Aparté la mirada y permanecí cabizbaja, sin hablar nada al principio.
—¿Por qué él? —pregunté con voz temblorosa a la nada mientras ella me prestaba atención de una forma bastante honesta—. ¿Por qué tenían que hacerle daño?
Volví a sollozar en silencio, apartando de mi cara las empañadas gafas y tapando mis ojos con una mano.
—Él no era mala persona —aseguré, destruida. Ella colocó nuevamente una de sus manos en mi espalda y masajeó cuidadosamente, tan oportuno, tan necesario en ese momento era el tacto de alguien, que, a juzgar por mi personalidad, no entiendo cómo la acepté, ya que hacía algunos minutos mi intención era estar sola.
—Sinceramente no llegué a relacionarme lo suficiente con Tommy, pero podría deducir que no era un mal hombre —expuso con un excelente tono calmado, de esos que utilizan los terapeutas—. Tampoco tú y yo nos conocemos bastante, pero puedo ofrecerte mi apoyo en todo momento, así como con su familia, también están bastante mal por el suceso —lloré en silencio, con seriedad mientras miraba sin ver, con los ojos puestos sobre la mesa que estaba ante mí—. Quisiera que calmar a Jorge no fuera tan complicado, pero respetaré su decisión. Permanece en un estado vulnerable y eso también me hace sufrir.
De igual manera permanecí en silencio, quebrada, lastimada y totalmente vulnerable. Apoyándome en la compañía de aquella mujer de largo y ondulado cabello chocolate que para mí era una extraña y que a pesar de mis pocas palabras pareció no molestarse, decidiendo quedarse un largo momento más a mi lado, en silencio, con el codo afincado sobre la mesa, una mano cerrada en puño pegada a su mejilla y la otra mano sobre mi espalda. Realmente iba a necesitar algún psicólogo después de aquello, supuse desde el principio que mi salud mental comenzaba a decaer poco a poco.