Durante aquella noche, sobre la azotea estábamos él y yo con la mirada puesta sobre las estrellas, montados en un colchón inflable, pisando un montón de almohadas y con bolsas de comida chatarra esparcidas por todos lados. Me senté para coger la botella de Coca-Cola y con la pajita beber un poco. —¿Crees que existan los extraterrestres? —me preguntó tranquilamente, acostado con la vista hacia el cielo y una de sus manos tras su cabeza. Terminé de tragar. —¿Por qué creernos tan superiores a cualquier cosa como para pensar que nuestro planeta es el único con vida en toda la amplitud del universo? —respondí. —He pensado que el cielo no es más que una tela negra —me dijo sin dejar de mirar al frente, con aquella cara de quién está en dos mundos al mismo tiempo—. Y que cada una