—¿Qué tal va mamá? —pregunté nuevamente para disipar el silencio incómodo a raíz de la primera pregunta. —Está bien —me dijo con suavidad y esa sonrisa nerviosa a medias, como un niño sintiendo culpa y vergüenza—. Se quedó en casa. Te envió una comida, dulces y eso. Por mi parte traje dinero por si lo necesitas y algunas medicinas para... —me miró las cicatrices— tus heridas. —No tenías que hacerlo —fui menos severa de lo que pretendí—. Estoy bien. Pero gracias por preocuparte. —Siempre me voy a preocupar por ti —admitió. Esa agridulce frase reverberó en el ambiente—. A propósito... quiero... hablar contigo. Sé que aún me odias por... lo que pasó con... tu amigo. Detrás de él había una ventana semiabierta y mientras Robert intentaba comenzar las conversación más complicad