Ese otro día por la noche el cuerpo sin vida de Tommy estaba dentro de un ataúd n***o, con rosas en coronas alrededor y cuatro velas grandes en cada una de sus esquinas. El llanto no se hacía esperar, silencio había sólo en los acompañantes de cara ensombrecida igual que la vestimenta que cargaban puestas mientras la madre y hermanos de mi fallecido amigo gritaban su nombre a excepción del varón que aparentemente se mantenía conteniendo el dolor, los demás familiares derrumbados sobre el n***o cajón de superficie reflectora, sus manos empuñadas o estiradas en garras artríticas. Yo, en silencio y con mis mejillas mojadas estaba sentada en una esquina alejada pero con vista clara hacia el escenario funeral que ejecutaba el crudo evento frente a mis ojos. A mi lado Raphael, ca