Retiré de mi cara las gafas de aumento para secar mis lágrimas nuevamente; no había cerrado los ojos 30 minutos seguidos puesto que la noche anterior la pasé en vela en el funeral de Tommy y hoy sería el sepulcro. Yo, como siempre alejada del rebaño, estaba con una formal camisa de botones con mangas largas, un pantalón de mezclilla del mismo color y mi cabello recogido en una pequeña y súper corta cola de caballo haciendo que mi cara hinchada estuviera más despejada. La palma de mi mano izquierda cubría mi brazo derecho y viceversa, supongo que debí haber parecido una especie de momia en un ataúd, sólo que parada frente a uno. Nada había cambiado desde la noche anterior, personas llorando, otros más con aspecto de cuervo, el sacerdote dando su sermón con