Al finalizar la velada, Kostas está pasado de tragos. Atlas se ha retirado más temprano y hubiese querido también que partiéramos, pero él estaba muy entretenido con Gabriel. Si no hubiera sido por Amelia que se quedó a hacerme compañía, habría terminado por volverme loca con las lenguas largas de Natalia y Atenea. Cuando subimos a la parte trasera del auto, Kostas se pega a mi lado e intento mantenerme lo más quieta posible. Una de sus manos descansa en mi rodilla y su frente la reclina sobre mi hombro y aprieto los dientes. Sé cuáles son sus intenciones, pero está muy lejos de la realidad si piensa que va a conseguir su cometido. El auto entra al estacionamiento subterráneo y bajamos. —¿Estás bien para ir por ti mismo? —inquiero. —Por supuesto —murmura las palabras y se tambalea un po