Cuando regreso al taller con algunas bolsas y escoba, Atlas no está a la vista, pero sí ha hecho un pequeño montón, dejándolo listo para echar a la bolsa, cosa que agradezco. Me arrodillo, pero no me muevo. Mis ojos se quedan clavados en los escombros y mi trabajo arruinado. Con suavidad paso mis manos por lo que queda de mi escultura de Aquiles, mis horas de trabajo echadas a la basura por un miserable hombre. Una parte de mí quiere gritarle, decirle lo que pienso de su miserable existencia, pero sé que eso empeoraría las cosas. Sin alargar mi agonía personal, termino de recoger los escombros, levanto mis herramientas y las dejo sobre la mesa de trabajo. Paso la escoba y, cuando acabó, miró alrededor. Había trabajo en pocas cosas; de hecho, había dedicado mi tiempo a al busto. Y él se en