A un lado había varios libreros y sentado ante un escritorio, sobre el cual había candelabros de oro y un tintero muy elaborado del mismo material, se encontraba un hombre de mediana edad. Sus cabellos comenzaban a encanecer. Una sola mirada le dijo al Príncipe que aquel hombre era consciente de su propia importancia. Estaba preparado para asustar a cualquiera que se presentara ante él, ya fuera como ladrón o como cazador furtivo. El Príncipe retiró su mano de la de Sacia y caminó hacia el Duque. —Deseo disculparme de la manera más sincera porque aparentemente entramos de manera furtiva en sus tierras. Pero mi hermana y yo cabalgábamos por el campo y en realidad no sabíamos exactamente dónde estábamos. Siento mucho que sus hombres hayan tenido que traernos aquí, pero hasta que vimos su