Maurem ¡Golpear! ¡GOLPEAR! El último golpe en la puerta me levanta de golpe. Entrecierro los ojos y los protejo de los rayos de luz que atraviesan la habitación. ¿Qué demonios? Es de día. Mañana. Tengo la boca seca y un sabor amargo espeso en la lengua. No recuerdo haberme quedado dormido. Al bostezar, estiro las extremidades y siento cómo se relajan los músculos. Entonces otro sonido detiene mi corazón. Ronquidos. A mi lado. Malditas tortugas. Tumbado boca abajo, Conor yace sin camisa y solo en calzoncillos. —¡Ey! ¡Abre la puerta! ¡Esta es mi habitación!— Más golpes. Golpeteo. Mierda. La casa de Raquel. —Levantarse.— Sacudo a Conor. No se mueve. —Amigo, levántate. Necesitas irte.— No entiendo cómo sigue aquí ni cuándo me quedé dormido anoche. Un vistazo rápido muestra que toda