Desde que habíamos sido finalistas para el premio de emprendimiento nacional se nos duplicaron los clientes debido a la tremenda exposición de los medios.
La expresión de Benjamin pasó del asombro a la admiración.
—¡Por supuesto! Recuerdo haber visto tu foto en algunos foros de emprendimiento. Son famosas las asesorías de tu empresa. Oye, ¿y el servicio que ofrecen cuánto vale? Es que tengo un negocio que…
¡Ay, no! Si no escapaba pronto de allí, otro más que iba a darme la lata. Siempre pasaba lo mismo. Parecía que lo único que veían los emprendedores en mí era un cerebrito con patas. Bueno, al menos ellos veían algo, porque para el resto de los hombres yo era inexistente.
—Está toda la información en nuestra página web —lo interrumpí—. Te recomiendo mandar pronto tu solicitud si estás interesado porque tenemos lista de espera de un mes.
—¿No podrías asesorarme tú por cuenta tuya?
¡Ja! A él menos que a nadie. Ese hombre no se enteraba. No quería volver a ver a ese tipo que me había apretado los rollos y me había hecho sentir como una barra de mantequilla.
—No, eso iría en contra de la política de mi empresa —mentí, poniéndome de pie. Podía haber accedido, pero no quería.
—¡Espera! —Él se levantó también—. ¿Es eso o no quieres aceptar porque fui demasiado directo? Si es así, discúlpame por favor. Ando estresado, ni te imaginas el día horrible que he tenido.
Su tono angustiado calmó mi molestia, pero de todos modos estaba decidida a irme. No alcancé a decírselo porque la llamada de alguien a la puerta nos interrumpió. El corazón me dio un vuelco cuando se asomó el hermoso rostro de Gabriel. Juro que escuché música celestial. Todo lo que no fuera él se desvaneció al instante.
—Hola Aysel —me saludó mi angelito. Me puso feliz que se acordara de mi nombre—. No traes hoy tu camiseta de Star Wars; ya no podré llamarte chica Jedi.
—Puedes llamarme Aysel, así me dicen mis amigos —dije sonriendo (como tonta, seguro). ¡Dios! Era aún más guapo de lo que recordaba.
Gabriel también sonrió.
—Perdona que haya interrumpido, Aysel… Quería saber si falta mucho para que desocupen la sala —dijo lo último mirando a Benjamin de forma fría.
—Estamos casi terminando —respondió él de igual manera—. Vuelve en unos cinco minutos.
Gabriel asintió. Sus preciosos ojos volvieron a posarse en mí.
—Te dejo terminar tu evaluación, Aysel. Espero encontrarte pronto por el gimnasio.
Mi sonrisa se hizo más ancha todavía. Me despedí de él encandilada. Solo me di cuenta de que Benjamin no me quitaba ojo de encima cuando cerró la puerta frente a mí.
—Te atrae Gabriel —afirmó con los brazos cruzados.
—Por favor, claro que no —Desvié la mirada—. Apenas lo conozco.
Benjamin se quedó en silencio, como si estuviera evaluando qué decir.
—Si me asesoras, puedo ayudarte con él, ¿sabes? —dijo al fin muy serio, pendiente de mi reacción.
Mi cara se mantuvo impasible, aunque mi corazón se aceleró por la oferta.
—¿Te parezco tan desesperada como para aceptar un trato así? —De acuerdo, más o menos lo estaba, pero Benjamin no tenía por qué saberlo.
Él soltó una exhalación y se pasó la mano por el pelo.
—No, disculpa. No quería insinuar que estabas desesperada, es solo que me pareció que él te atraía. Gabriel suele provocar ese efecto en las mujeres.
—¿Ah sí? ¿Y su novia no se pone celosa?
Bien, Aysel, eres la discreción con patas. Qué forma más sutil de averiguar si Gabriel está soltero. No sé por qué la CIA no te contrata.
—Él no tiene novia —respondió Benjamin. Odié el brillo de sus ojos que me miraron como diciendo “¿viste que sí te interesa?”—. Ayúdame con mi negocio y yo te ayudaré con Gabriel.
Me tragué una risa irónica. Por más que fantaseara con la idea, en el fondo sabía que era imposible que Gabriel se fijara en mí. Vamos, si estaba completamente fuera de mi liga. Solo bajo efectos alucinógenos podría encontrarme guapa, pero Benjamin no tenía pinta de narco que anduviera drogando gente.
—Mira, Benjamin, lo siento pero mi respuesta es no. Una asesoría lleva tiempo y yo estoy muy ocupada; aunque quisiera, no podría.
—Entonces ayúdame con lo que puedas, con cualquier cosa. A cambio yo te ayudaré a conseguir el cuerpo con el que siempre soñaste —insistió él haciendo caso omiso de mi negativa—. ¿Conoces a Ana Brett? Yo soy su entrenador.
Debí haber puesto una cara de asombro total, porque Benjamin asintió con aire satisfecho. Ana Brett era la modelo más famosa del país. Era guapísima, loca como una cabra, pero tenía un físico envidiable.
—¿En serio? —pregunté.
—En serio. Soy yo quien diseñó su programa de ejercicios y quien la entrena todas las semanas —Benjamin me miró con decisión—. Te propongo un trato, Aysel. Dame una clase, una sola para demostrarte lo que puedo hacer por ti. Si te sientes cómoda, ofrezco entrenarte a cambio de que me ayudes; si no te gusta, no insistiré más en el asunto, ¿qué dices?
—No sé —dije poco convencida. Por un lado me tentaba la idea de ponerme en forma, pero por otro lado, no estaba segura de poder lograrlo. Menos ayudada por un hombre que aún no decidía si me caía bien.
—Vamos, solo una clase y de ahí evalúas si te gusta trabajar conmigo — dijo Benjamin como leyéndome el pensamiento—. ¿Qué tienes que perder con una sesión de prueba? Si no te gusta, solo invertiste una hora; pero si te sientes cómoda conmigo te ayudaré a conseguir tus metas: eliminar grasa, un físico tonificado... lo que quieras —agregó. Aunque no dijo el nombre de Gabriel, algo en su tono lo insinuó—. Solo una clase, ¿trato hecho? — Me tendió la mano.
Miré el rostro entusiasta de Benjamin, meditando mi respuesta. ¿Sería posible que él me ayudara a sentirme bien con mi cuerpo y a conseguir el amor de Gabriel? Más que posible, parecía un milagro. Aun así, no tenía nada que perder y me vi a mí misma estrechando su mano de vuelta.
—Trato hecho —dije. Y de pronto tuve el presentimiento de que estaba poniendo en marcha el nacimiento de una nueva Aysel.