Reino de Frekul, Karis. Galaxia Andrómeda.
A Myrddion de a ratos le intimidaba eso de ser el menor en su salón de clase. Tiene ocho años, y lo rodean adolescentes entre 15 y 16.
Su cerebro prodigio le ha permitido estar ya en la secundaria, y le quedan dos años para terminar, y eso que se negó esta vez a que lo volvieran a adelantar de grado. Si fuera por él, hubiera terminado la escuela el año pasado, pero retrasaba su proceso académico a propósito, para no hacer sufrir más a sus padres con eso de que va muy rápido y no está disfrutando su infancia como debería hacerlo.
Desde que presentó aquel proyecto de ciencias a los cuatro años en su escuela, en donde había hecho un pequeño prototipo de reactor con energía autosustentable que obtenía dicha energía del sol más joven de todos, el de La Vía Láctea, la mejor de todas las universidades de Karis, el ICE (Instituto de Ciencias Espaciales) le ofreció una beca del 100% para la carrera de Astrofísica.
Jelena aún se preguntaba cómo rayos fue que su hijo nació con esa mente tan prodigiosa, pero a Lucifer no se le hacía raro. No cuando fue él quien, junto a los Titanes, ayudaron a Jehová en la creación del universo. Fue Lucifer, con la revelación de Jehová, el que determinó las leyes de la física que rigen al universo y que hoy apasionan tanto a Myrddion. Así que sí, se podría decir que Myrddion ha heredado algo de su abuelo.
Myrddion estaba concentrado en la explicación del profesor sobre una de las tantas fórmulas de química, pero un pitido en sus oídos lo hizo casi arquearse del dolor.
Sonidos. Escuchaba sonidos...de todo. Murmullos, conversaciones entre estudiantes y profesores en otros salones, latidos de corazones, respiraciones, los suaves motores de los autos voladores, al aleteo de las moscas...
Myrddion entró en pánico y se tapó los oídos, no sabiendo qué hacer, y se tiró al suelo. El profesor pausó de inmediato la clase y corrió hacia su estudiante estrella, que se retorcía en el suelo. Los estudiantes a su alrededor miraban preocupados, y se asustaron aún más cuando las luces del salón empezaron a titilar y algunas cosas a moverse. Incluso una de las ventanas estalló.
Como la mayoría en ese salón tenían poderes mentales por ser pleyadianos o ashtarianos, supieron que al niño se le estaban manifestando sus poderes..., pero todos optaron por salir corriendo, sabiendo que aquel niño no era como ellos. Tiene sangre angelical, y por lo que decían algunos, los ángeles tenían el poder de destruir una ciudad entera.
Pero nadie se imaginaba que Myrddion llegara a tener un poder parecido al de su madre o los demás nefilim. Se supone que es más humano que ángel, no había sido advertido ni entrenado para esto...
—¡Quiero a mi mami! —gritó el niño, retorciéndose todavía en el suelo y lloriqueando —¡La quiero ahora!
Pero antes de que el maestro pudiera salir del salón a pedir ayuda, la puerta se abrió y dejó ver a un elegante hombre con mirada severa e intimidante. El profesor reconoció a aquel varón como el famoso empresario Dmitry Petrov.
—Yo me encargo de mi nieto, profesor —dijo Lucifer, caminando con la elegancia que siempre lo ha caracterizado.
Se acerca al niño, que aún se retorcía en el suelo, se agacha y, con un solo toque, hace que todo pare. Myrddion pudo respirar tranquilo cuando dejó de escuchar todos esos sonidos, y miró a su abuelo con los ojos llorosos.
—No llores, Myrddion, todos te creerán débil —dijo Lucifer, serio, volviéndose a levantar, sin tener siquiera el gesto de ofrecerle la mano a su nieto para ayudarle a levantarse —. De pie. Ahora.
Al profesor aquella actitud le parecía...desalmada. De ser él el pariente del niño, lo hubiera acunado en sus brazos y le hubiera dicho que todo va a estar bien.
Myrddion le hizo caso a su abuelo y se puso en pie, enjugándose las lágrimas. A Lucifer se le partió el corazón al verlo así, claro que sí, pero no podía demostrarlo al frente de los querubines que custodian a su nieto día y noche, y que, en esos momentos, invisibles ante la vista de todos, estaban rodeando al niño y transmitiéndole algo de calma mental.
Tomando a su nieto de la mano y haciendo un chasquido, Lucifer desapareció de aquel lugar en una nube negra, y reaparecieron en su mansión, a la que esos querubines no se atrevían a entrar.
Lucifer entonces se agachó y recibió al niño en brazos, apretándolo dulcemente contra su pecho y dándole besos por toda la cara, mientras este lloriqueaba silenciosamente.
—Fue horrible, no quiero volver a sentir eso —chilló el niño.
—Shhh ya, ya. Tranquilo mi diablillo, todo estará bien. El abuelo está aquí —susurró Lucifer, sobando la espalda del pequeño —. Tu mamá y tus tíos pasaron por lo mismo. Aprenderás a aislar los sonidos que no quieres escuchar. Yo te enseñaré.
—¿Y me enseñarás a luchar como un caballero celestial? —preguntó el niño, ya más calmado.
—Claro que sí. Serás el mejor de todos, y hasta vencerás a tu tío Miguel —dijo el demonio, sonriendo orgullosamente, y el niño lo volvió a abrazar, colgándosele al cuello.
—Quiero helado de pistacho —dijo el pequeño, y Lucifer se puso en pie, cargándolo.
—Ok, vamos entonces por helado de pistacho.
Unos minutos después, Jelena y Alec llegaron a la mansión de Lucifer en su pequeña nave, y con el corazón en la garganta, corrieron a ver cómo estaba su pequeño. El susto que tuvieron apenas los llamaron de la escuela a contarles lo que había pasado fue terrible.
Cuando recibieron la llamada de la escuela, estaban en plena prueba de vestuarios para la nueva temporada que iniciaría la próxima semana, así que no habían tenido ni tiempo de cambiarse y Myrddion si rio de ellos cuando los vio entrar en la cocina, con sus brillantes trajes de bailarines.
—Lindo tutú, mami —dijo el pequeño, mientras comía de un pote de helado.
—¡Ay! ¡Mi vida! —dijo Jelena, saltando hacia su pequeño. Lo mismo hizo Alec, ambos preocupados y examinando al niño de pies a cabeza para confirmar que no estuviera lastimado.
—Él está bien, no se preocupen..., no tienen que hacer tanto drama —dijo Lucifer, desde el otro lado de la cocina, bebiendo un vaso de whisky.
—¿Quién bebe a estas horas? —dijo Alec, checando en su reloj que no era ni medio día.
—Si, de nada Alec, no me agradezcas por haber ayudado a tu hijo en el despertar de sus habilidades angelicales —respondió el demonio, y Jelena le agradeció con la mirada—. Estamos en un mundo muy tecnológico, puede usar unos avanzados tapones de oído que lo ayudarán mientras aprende a aislar los sonidos — ojea su celular —. Debo irme, me escapé de una importante asamblea de accionistas.
—Gracias, Dmitry, en serio te agradezco —dijo Alec, acariciando la cabecita rubia de su hijo.
El demonio desapareció y Jelena alzó a su niño en brazos. Sonrió con ternura cuando este les ofreció un poco de su helado.
—Estás pesado, sigue comiendo helado y verás cómo te pones aún más pesado —le dijo Jelena, y el niño sonrió.
—Vamos a casa —dijo Alec, y minutos después metió a su familia en la nave.
Llegaron a casa, y Jelena buscó de inmediato los pequeños audífonos inalámbricos que había comprado apenas Myrddion cumplió los ocho, sabiendo que sería en ese año en el que a Myrddion se le empezarían a manifestar algunos de los poderes angelicales.
—¿A Eirwen también le pasó? —preguntó Alec, mientras Jelena le ponía los audífonos a su hijo.
—Ella nació con eso, tiene oídos de ninfa, así que aprendió desde bebé a aislar los sonidos, lo que claramente hubiera sido menos traumático para Myrddion —le ajusta bien los artefactos, que con una pequeña lucecita verde indicaban estar funcionando —¿Cómo los sientes, cariño?
—Bien, solo escucho sus voces —respondió Myrddion, aun con el pote de helado en la mano —. Iré a mi habitación, tengo tarea qué hacer.
—Ok bebé, si necesitas algo solo avísanos —le dijo Jelena, dándole un piquito en los labios, y el niño echó a correr.
Alec se sintió...impotente, sí. Como cualquier padre, él quería proteger a su hijo y ayudarlo en lo que fuera, pero en estas “cosas de ángeles” no era mucho lo que pudiera hacer.
Se cambiaron, quedando en ropa de andar por casa, y juntos prepararon el almuerzo. Decidieron tomarse el resto del día libre para estar con Myrddion.
—¿Hablaste con tu padre? —le preguntó Jelena a su esposo, y este, mientras cortaba unas verduras, asintió.
—Sí. Las cosas andan bien, por el momento —dijo Alec, con algo de melancolía en su expresión.
Se suponía que hace un año, cuando Alexei finalizara el que supuestamente era su último periodo como presidente de la Federación de Rusia, se jubilaría y se iría a Karis. Pero la situación de la pandemia había retrasado sus planes. Su gente y la comunidad internacional prácticamente que le rogó para que estuviera un periodo más, y aunque Alexei iba a decir que no, no tuvo más opción cuando vio que algunos Estados no estaban de acuerdo con la tarea de su hijo como Lord Canciller entre la Tierra y Marte, y como representante de la humanidad ante la comunidad intergaláctica. ¿Razón? La misma de siempre en cuanto a lo político respecta: Alec no se deja manipular de los políticos de su mundo. Muchos Estados, sobre todos los más agresivos, quieren negociar con los marcianos y otros planetas armas más avanzadas, pero Alec por supuesto que sabía que nada bueno podría resultar en que algún país tenga armas con el poder de destruir medio mundo.
Alexei supo entonces que, si quería que su hijo no fuera apartado de sus cargos, tendría que continuar siendo el presidente de la potencia del mundo mientras la vejez no hiciera de las suyas.
—Esta noche... ¿Vamos a ir al club? —preguntó Alec para cambiar de tema, mirando a Jelena con seducción.
—No es viernes —respondió ella, poniendo a hervir una olla con agua.
—Lo sé, pero...estoy algo tensionado, ya sabes..., el inicio de temporada en la compañía y las reuniones con diferentes representantes de otros planetas —exhala aire pesadamente, demostrando lo estresado que está —. Necesito desestresarme.
—De acuerdo —dijo ella, mirándolo lobunamente —. Iremos esta noche al club, y mañana, y todas las noches que quieras.
Alec sonrió con satisfacción y le dio una nalgada a su esposa.