El día en que nos volvemos a ver

2311 Words
Miro el imponente edificio frente a mí, sintiendo mis nervios a flor de piel. Leo detenidamente el nombre de la empresa y sonrío al reconocerla. Es relativamente nueva, pero el crecimiento que tuvo en el mercado fue sin duda descomunal. Posicionándose como la cadena de tiendas departamentales número uno de todo el país, con más de cien sucursales distribuidas en todo Estados Unidos. Al menos en Tennessee hay dos disponibles e incluso, yo he comprado en ellas. Desconozco quién sea el CEO de esto, o los directores ejecutivos, pero sin duda son unos genios, porque por lo poco que lograba oír de la boca de mi ex jefe, este hombre llegó para quedarse. Y ahora, él será quien pague mis cuentas a partir de hoy. Ya quedé sin dinero, todo lo que recibí lo gasté en un pequeño departamento el cual Caroline me ayudó a conseguir. Cuando la llamé ese mismo día que yo recibí esa llamada para informarle que regresaría a Nueva York, gritó, se emocionó y me ofreció su ayuda. Su espontaneidad me hizo mucha falta en estos cinco años. Aunque muchas veces me rogó que la dejara visitarme, yo me negué. Primero, porque estaba muy mal física y emocionalmente como para recibirla y segundo, porque no quería que ellos dieran conmigo. No sé nada de ellos, de su familia y de él mismo. Por cinco años me desaparecí del ojo público, de las redes y hasta cambié de número de teléfono. Así como de imagen. Decidí rehacer mi vida y eso implicó dejar detrás todo lo que me acercaba a él. Incluida mi Caroline. Aunque las llamadas esporádicas estuvieron, tampoco es que la hice a un lado, es solo que tomé un poco de distancia por mi propia salud mental y ella lo respetó y comprendió muy bien. Yo le comenté que la razón por la cual regresé a la ciudad, es porque mi madre se casará con Kevin, lo cual la alegró también, pero no le hablé nada sobre este empleo, sobre esta entrevista. En su mente, yo me he regresado para no quedarme sola en Tennessee y sinceramente, prefiero que siga pensando eso hasta no haber firmado mi contrato de trabajo. Le prometí vernos al salir de aquí, así que esta noche será nuestra primera salida de amigas después de no habernos visto por cinco años. Esta misma noche le contaré sobre este empleo y lo emocionada que estoy de tener un buen sueldo que pueda sustentarnos a mí y a su ahijado sin ningún problema. Ella lo bautizó desde una videollamada, e incluso, le roció el agua al muñeco con la foto de Chris y no hubo nada que yo pudiera hacer. —Aquí vamos, Babi… —murmuro, dándome yo misma ánimos—. Vamos por esa entrevista. Ingreso al imponente edificio sintiendo cómo los latidos de mi corazón se descontrolan un poco. Me sorprendo un poco al ver lo elegante de la recepción, lo pulcro y brilloso del suelo que estoy pisando con mis tacones de aguja y lo iluminado de todo. Hay hombres y mujeres totalmente elegantes que entran y otros que salen, yo camino directo a recepción y cuando me presento con la amable mujer, esta me entrega un gafete de visitante indicándome el piso donde está la oficina de recursos humanos donde la señorita Miranda está esperando por mí. Emocionada, con una gran sonrisa, entro al ascensor y marco el número que me ha indicado. Ambas puertas se cierran frente a mí, de inmediato me volteo a verme en el espejo que tengo detrás para acomodar mi cabello, asegurándome que mi maquillaje esté intacto. Ya no soy rubia, desde que llegué a Tennessee y superé la depresión dejé de serlo. Ahora mi cabello está oscuro, lo he dejado crecer un poco más, causando que mi piel se vea más blanca y el color de mis ojos más llamativos. Mis facciones se ven endurecidas y que me pinte mis labios de un rojo carmesí con un delgado delineado en mis párpados, me hacen lucir imponente y hasta intimidante. Aunque la intimidada soy yo. Puede que no lo aparente, pero mis piernas tiemblan como gelatina en este instante. El ascensor se detiene, las puertas se abren y yo salgo sosteniendo mi bolso con fuerza, caminando en busca de la oficina de la señorita Miranda. —Hola, lamento molestarte, pero, ¿me podrías indicar cuál es la oficina de recursos humanos? Le pregunto a una morena alta de cabello frondoso. Ella me sonríe y me señala cuál es la oficina, le agradezco con una gran sonrisa y camino directo a ella. Dos toques en la puerta y oigo la voz que habló conmigo por teléfono días atrás. —Buenos días… —es lo primero que digo al ingresar cerrando la puerta tras de mí—. Soy… —Bárbara Collins —termina mis palabras con una gran sonrisa levantándose de su asiento. Me ofrece su mano para estrecharla y no dudo en hacerlo—. La estaba esperando. —Espero no haber llegado tarde. Hace un ademán con su mano al soltar la mía. Me pide que tome asiento y me ponga cómoda. Creí que sería alguien mayor, pero me equivoqué. La gerente es de al menos mi edad o un poco más. —Llegó justo a tiempo, señorita Collins. —Estoy nerviosa —comento con sinceridad. —No debería, el cargo es suyo. Esta reunión es solo protocolar, pero mire, ya tengo su contrato listo para ser firmado. No sé si estoy alucinando o es que todo está pasando muy rápido. La prima de Aarón parece desesperada porque firme y comience ya a trabajar. Por supuesto que firmé el contrato después de haberle dado una ojeada e incluso, le pido una copia para que Kevin la revise. Lo menos que deseo es ser esclava de un CEO demandante. Aarón fue un amor conmigo, pero eso fue a causa de sus sentimientos por mí. No puedo pretender que después de haber sido tratada con respeto y buenos beneficios, lo hagan aquí también. Por ese motivo, prefiero irme con una copia para leerla con más determinación junto a un profesional. Oigo atentamente a la señorita Coleman decirme sobre mis días libres, los cuales estarán sujetos al contrato. Básicamente, si mi jefe no me necesita los fines de semana, serán mis días de descanso, pero si me llegase a necesitar, entonces tendré que trabajar. Eso no me estremece, porque con Aarón hasta salía de viaje los fines de semana para alguna conferencia, así que puedo tolerarlo. Mi hora de entrada es a las siete de la mañana, lo que significa que debo de estar primero que el jefe en la oficina con todo ya listo para él; café, archivos, escritorio ordenado y lista con mi libreta para leerle su agenda del día. Lo mismo que hacía en Tennessee. Mi hora de salida será a las ocho de la noche, pero, aun así, debo mantener mi móvil y laptop siempre a la mano por si a mi jefe se le ocurre llamarme para preguntarme algo importante. Debo viajar con él si me lo pide, asistir a reuniones, conferencias, eventos y hasta galas de ser necesaria y requerida mi presencia. Nada del otro mundo, todo lo que una asistente personal ejecutiva debe de hacer. Soy consciente de todo, no le hago preguntas ni mucho menos las dudas se me cruzan por mi cabeza. Tengo la experiencia para esto y ella lo sabe, por eso está muy sonriente. —Muy bien, señorita Collins, vamos. La llevaré a presidencia para mostrarle su oficina y presentarle al fin al jefe, ¿lista? —Más que lista —respondo entusiasmada. Ambas nos levantamos y con buenos ánimos, salimos de la oficina directo al ascensor. Me siento ahora más segura, más tranquila y más confiada. Haré algo en lo que soy buena, en lo que ya tengo experiencia y espero ganar aún más. —Te diré una última cosa para que la tengas en cuenta —me dice, dejando todo formalismo de lado—. Digamos que el jefe es poco difícil de tratar, pero no es un mal jefe. Sé que mi primo Aarón fue un amor de jefe contigo, pero aquí con este jefe, será todo lo contrario, Bárbara. Y así es como toda mi seguridad se va por el caño. —¿Tan demandante es? —Bastante. —Por eso estabas ansiosa porque firmara, ¿verdad? Por eso me llamaste dándome el empleo a través de una llamada. Me muestra una sonrisa forzada y asiente con un poco de vergüenza. Niego con una sonrisa en mis labios conteniendo mis nervios, tratando de ser lo más profesional que puedo. —Sé muy bien que los jefes como Aarón, son uno en un millón, no te preocupes. No estoy enojada, al contrario, gracias por ponerme al tanto de esto, Miranda. Suspira aliviada. Ya no hay nada que pueda hacer. Ya firmé mi contrato y soy plenamente consciente de que no todos los magnates, jefes, empresarios, CEOs o como sea que se llamen, serán como mi ex jefe Aarón Miller, por esta razón, no me molesta lo que ella haya hecho, además, la paga es demasiado buena y eso de seguro tiene que ver con que el hombre sea un pesado, pero creo que podré tolerarlo. Ya he pasado por cosas peores en mi vida en tan poco tiempo, así que un jefe exigente no es algo que deba moverme el piso mucho menos tambalearme. Ambas puertas se abren dejándome ver semejante planta presidencial. El color rojo predomina por encima del n***o y blanco. El suelo brilla, la recepcionista sentada detrás del sofisticado escritorio nos sonríe dándonos la bienvenida. Miranda nos presenta, le informa que yo seré la nueva asistente personal del jefe y no pasa desapercibido para mí la mirada de la castaña. —Si, al parecer soy la próxima víctima —comento con una risa baja. Ambas se ríen por mi chiste, pero lo que no saben es que no es tan chiste del todo. —Bienvenida al olimpo, Bárbara Collins. Miranda rueda sus ojos y niega. Al parecer, no le ha causado gracia el comentario de su compañera o simplemente prefiere restarle importancia. Me pide seguirla y eso hago. Llegamos frente a dos puertas en color rojo oscuro con el indicador CEO en dorado que sobre salen y a su lado, el apellido. Frunzo mi frente al leerlo, trago grueso y mantengo mi sonrisa. Tiene que ser una simple casualidad. Su apellido es un apellido muy común en la ciudad, así que no debe ser precisamente él. Aunque, él sí podría ser el CEO de todo esto. «No, no, no» —¿Bárbara? ¿Estás bien? —Si… —me apresuro a responder—. Discúlpame, tuve una confusión. —¿Segura? Estás pálida… Le sonrío y espanto de mi cabeza los malos recuerdos. Tomo aire y le pido que toque la puerta, que no se preocupe, que son solo los nervios del momento por conocer al gran jefe. Ella asiente no muy convencida pero aun así le da dos toques a la puerta. —Adelante. Una voz madura, gruesa, firme e intimidante causan que una corriente eléctrica me azote desde mi nuca, recorriendo mi espina dorsal hasta llegar a la planta de mis pies. Me pide ingresar primero y eso hago tratando de mantener mi sonrisa, pero la misma se esfuma de inmediato al verlo. Mi pulso se dispara, siento que todo ocurre en cámara lenta. Está de pie mirando unos documentos con mucho interés, ignorando por completo nuestra presencia. Miranda llama su atención con profesionalismo y cuando levanta su cabeza y fija su mirada oscura en mí, siento que el aire me falta. Detrás de un imponente escritorio hay un hombre alto, de cabello n***o, fornido, con su saco puesto detrás de su asiento y las mangas de su camisa remangadas. Enarca su ceja mirándome a detalle, sé que Miranda lo está saludando, pero por alguna razón, su voz se escucha lejana. Me presenta como su nueva asistente, informándole que, a partir de este momento, yo comenzaré a trabajar en la empresa, precisamente a su lado. Estoy petrificada, no me salen las palabras y siento que el alma que pude recuperar en mí, desea abandonar mi cuerpo y dejarme sola una vez más. —¿Es muda? —pregunta con molestia—. ¿A caso no puede presentarse por su propia cuenta, Miranda? —Yo… yo me llamo... —tartamudeo, presa del pánico. Deja de mirarme como le causara fastidio mi presencia y guardo silencio de inmediato. Sigue revisando los documentos en sus manos dejándome a mi paralizada sin saber que hacer o decir. Me siento en un bucle, o peor, siento que estoy cayendo en un hoyo el cual no tiene final. Mi cuerpo tiembla, mis latidos están descontrolados y cada herida que tanto me costó sanar, siento que se están abriendo nuevamente dentro de mi corazón. «Es él… el CEO de la empresa es Cedric Reed, mi esposo, el cual, por lo visto, jamás logró recordarme» —Vete —ordena tajante sin verme—. No tengo tiempo para esto. Cuando dejes de actuar como un ciervo asustado y no como una profesional, vuelve aquí, preséntate y comienza con tu trabajo, que para eso fuiste contratada. No para estar callada sin moverte y para colmo, muda. Salga de mi oficina y vuelve mañana señorita Bárbara. —¿Bárbara? —inquiero en un hilo de voz. Deja de leer los documentos, levanta su oscura mirada y la vuelve a fijar en mí. —¿Acaso no es así que te llamas? —no respondo asiento sin poder hablar—. Entonces no tengo nada de que disculpar. Vete y vuelve mañana. No volveré a repetirlo. «¡Yo no soy Bárbara. Yo soy tu Babi, Cedric!»
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