Me quedo mirándome frente al espejo, sin moverme, sin hablar. No sé qué decir, hasta puedo jurar que siento que no estoy respirando, aunque siento los latidos de mi corazón golpearme con fuerza el pecho.
Miro mis cabellos, mi ropa, mis ojos, y me pregunto, como es que no me recordó jamás.
Mi mente es un desastre, es un río totalmente revuelto en el cual no se puede ver al fondo debido a la turbulencia que hay dentro de esas aguas. No sé cuánto tiempo llevo dentro de este baño, cuanto tiempo llevo de pie frente al espejo sin mover un músculo de mi cuerpo. Solo sé, y porque lo estoy viendo, es que no puedo contener las lágrimas que salen de mis ojos.
«Es él. Mi jefe, el CEO de esta empresa, es Cedric Reed, mi esposo y no me recuerda. Nunca me recordó»
Sé que no me está mintiendo, lo conozco demasiado bien como para saber cuándo miente. Arruga su nariz cuando lo hace y el hombre frío que me recibió en esa oficina y me preguntó mi nombre, no lo hizo.
Él actuó como si yo fuera una completa extraña, una desconocida. Como si yo no fuese nadie para él.
Mis lágrimas salen de mis ojos en cascada y yo no hago nada para detenerlas, mucho menos para limpiarlas. Me quedo inmóvil mirando mis ojos, recordando su rostro ensombrecido, sus facciones endurecidas, su mirada oscura carente de ese brillo que una vez tuvo. De la reacción que tuvo al verme.
Con desdén, como si le diera igual mi presencia, como si nunca me hubiera amado como lo hizo.
«“¿Acaso no es así que te llamas? Entonces no tengo nada de que disculparme. Vete y vuelve mañana. No volveré a repetirlo”»
Llevo mis manos a mi vientre, abro mi boca intentando respirar. Siento que el aire me falta, que mi cuerpo está por desvanecerse. Ya no soy su Babi, ya no soy su flaca, ahora para él soy Bárbara. Y lo que más me duele, lo que más me rompe por dentro, fue la forma en que pronunció mi nombre. Como si fuese cualquiera, como si no fuese el nombre que, en más de una vez, pronunció con adoración, con entrega, con dulzura. Ahora es con frialdad, con desinterés y crueldad. Porque el hombre que me ordenó salir de su oficina, lo hizo con desprecio. Cuando cinco años atrás me rogó que entrara a esa capilla para casarme con él.
«Oh, por Dios…»
Me sostengo de la superficie de mármol buscando respirar.
—Bárbara, por Dios, ¿Qué fue lo que te pasó allá adentro? —inquiere al entrar al baño.
Busco controlarme tanto como puedo y levanto mi cabeza para que me vea.
—¡¿Estás bien?!
Asiento y fuerzo una sonrisa. Me limpio mis lágrimas rápidamente con mis manos temblorosas pese a que Miranda insiste en la pregunta.
—Estoy bien, es solo que me puse muy nerviosa allá dentro y tengo miedo de que me despidan, es todo… no fui una profesional y no quiero que eso afecte mi hoja de vida.
—Tranquila, no es para tanto… —me ofrece papel para secar mis mejillas—. El señor Reed tiende a causar eso a sus asistentes la primera vez que las conoce. Para él, tú debiste entrar y hacer tu trabajo de inmediato, pero está bien, los nervios te hicieron una mala jugada.
—Sí, eso fue. Los nervioso me la jugaron… pero estoy bien.
—Aun así, me gustaría llevarte a enfermería, Bárbara. Estás muy pálida, ¿segura que estás bien?
—No desayuné —miento—. Es todo…
—Si pretendes trabajar mañana, más te vale que lo hagas, Bárbara, no queremos que te desmayes y te des un mal golpe.
—Gracias por preocuparte, Miranda —le digo, terminando de limpiar el desastre en mi rostro—. Prometo que mañana no te decepcionaré.
«Ni siquiera sé para qué hago promesas que no voy a cumplir. Yo mañana no vendré. Yo mañana no volveré»
Miranda se acerca a mí, posa sus manos en mis hombros y me muestra una leve sonrisa.
—Solo estabas nerviosa, Bárbara. Además, el señor Reed tampoco es que hizo algo como para hacerte sentir bienvenida. No te sientas mal, eres excelente en lo que haces y sé que mañana le demostrarás tu profesionalismo —asegura dándome un guiño de ojo—. Si te sirve de consuelo, todos aquí respetamos al señor Reed porque es nuestro jefe y aunque es un poco demandante, es el mejor. Pero la única que soporta tu carácter es su esposa, así que no te sientas mal si tú no logras soportarlo como todos nosotros. Si haces bien tu trabajo, él no tendrá motivos para ser tan demandante contigo.
Mi pecho arde. Jadeo.
—¿Qué dijiste?
—Que si haces bien tu trabajo…
—Antes de eso.
—¿Qué solo su esposa lo soporta? —indaga y yo asiento, sintiendo cómo mi mundo da vueltas, oyendo como si cristales estallaran a mi alrededor. Ella se ríe y suelta mis hombros caminando hacia uno de los baños—. La esposa del señor Reed es la única que siempre logra hacerlo sonreír cuando viene a visitarlo. Es como si dejásemos de ver al jefe demandante, para darle la bienvenida al jefe dulce y amable… —suspira desde adentro mientras que yo, aquí afuera, siento como si estuviese cayendo de un acantilado—. Todos en el piso de presidencia respiran un poco cuando ella aparece, porque saben que el jefe será un poco más tratable.
«¿Su esposa? ¿Cómo?»
Esto no me puede estar pasando a mí, esto no me puede estar sucediendo a mi después de todo lo que vivimos. Él no pudo haberse casado, él no pudo haberse enamorado de otra.
«¿Qué hay de mí? ¿De nosotros? ¡Yo soy su esposa!»
Tengo ganas de vomitar, me siento perdida, desorientada y sin esperar a que Miranda salga, decido largarme de aquí. Mi mundo da vueltas, mi corazón sangra por cada herida y el desespero por gritar, por llorar y sacar lo que me está quemando viva, me está consumiendo.
Camino a toda prisa por el corredor con mi cabeza gacha pensando en todo este enredo, en toda esta desgracia que me está golpeando con fuerza sin dejar de reírse de mí.
«Cedric se casó, él se casó y me olvidó».
Me sacó por completo de su vida sin importarle la mía, lo que vivimos, lo que ambos construimos por tanto tiempo.
Tenemos un hijo, ambos tenemos un hijo y él simplemente no lo sabe y ahora está casado y de seguro que tiene hijos con esa mujer.
Busco mi móvil como puedo dentro de mi bolso, pero no lo encuentro y cuando levanto mi vista para mirar al frente choco con una pared humana que me sostiene con fuerza por mis brazos, obligándome a verla a la cara.
—¿Y usted que haces aún aquí? —pregunta con molestia—. le ordené que se fueras —su mirada irradia odio—. ¿Y acaso podría fijarse por dónde va, señorita Bárbara?
Sin aire, sin corazón, sin alma, me quedo mirando la oscuridad en sus ojos después de tantos años. Esos ojos que muchas veces vi mientras hacíamos el amor. Esos ojos que miré fijamente cuando me declaró sus votos de amor frente al altar.
Comienzo a llorar, pero también me obligo a no hacerlo. Él frunce su frente y yo decido abrir mi boca.
—¿De verdad no me recuerdas? —pregunto en un hilo de voz.
—¿Qué dijo? Discúlpeme, pero no la oí bien, porque habla para sí misma y no en un tono audible.
—Soy yo… soy…
—Bárbara Collins —me corta tajante—. Mi nueva asistente personal que al parecer tiene problemas del habla y de coordinación para caminar. También tiene problemas para acatar órdenes simples —espeta, apretando con fuerza mis brazos—. Lo cual no me está agradando para nada. Mi asistente parece más una recién titulada y no una profesional con años de experiencia como me lo aseguraron.
Jadeo, tiemblo y sin poder controlar mi cuerpo, me desvanezco en sus brazos, entregándome a esa oscuridad de la cual me costó tanto salir.