El día en que decidí seguir con mi vida

3917 Words
CINCO DÍAS DESPUÉS Me quedo dentro del auto mirando la entrada de la casa de los Reed sintiendo cómo mis manos sudan. Caroline me ha traído para verlo porque no puedo conducir. Aunque mi brazo ya no está vendado, en mi pierna aún siguen los puntos y los tendré al menos por una semana más. —Aun no comprendo cómo es que lo trajeron aquí sin comunicarte —murmura con molestia sosteniendo el volante y con su vista fija en la inmensa puerta de roble—. Mis padres aún están tan sorprendidos como yo, incluso, discutieron fuertemente anoche con Wanda por no haberte notificado, pero ambos alegan que todo sucedió muy rápido como para ir a informarte. —Intento comprenderlos, de los dos, Cedric fue el más lastimado, Caroline. Él no tenía su cinturón de seguridad puesto y fue quien recibió más el impacto… —Pero tú eres su esposa, Babi —espeta—. Tenías todo el derecho de saber que iban a sacar a tu esposo de la clínica. —Pero ella es su madre, amiga… ambas sabemos que siempre ha sido muy sobreprotectora con Cedric. La estoy comenzando a comprender, ¿sabes? Yo he estado muy recelosa con mini-Reed también… Le muestro una sonrisa conciliadora para que se calme un poco. —Te estaré esperando aquí, porque no pienso entrar ahí y verle la cara a mi tía. —No debiste pelearte con ella por mí. —Lo hice por los tres, y aunque ellos no saben que estás embarazada, yo sí. Por eso no pude quedarme callada ese día, Bárbara. Tuve que decirles sus verdades y lo injustos que fueron al no decirte nada, así que no me pidas que te ayude a caminar hasta la puerta porque no lo haré. Si la veo, perderé el poco respeto que le tengo y no quiero que mi padre se decepcione de mí por haber golpeado a su cuñada. Tan franca como siempre. —Tranquila, yo iré. —Si te dice algo, solo levanta esa muleta y ahí estaré para ayudarte a pegársela por la cabeza. —¡Caroline! —la reprendo. Se encoge de hombros sin importarle en nada mi llamado de atención. La discusión con los Reed debió de ser muy fuerte como para que mi mejor amiga se haya enemistado nuevamente con ellos y este deseando golpear a su tía una vez más. Esto no me agrada para nada, no me gusta ser siempre la causante de las discusiones entre mis suegros, Cedric y la misma Caroline. Hace años que no sucedía esto y por alguna razón, siento que esas asperezas que tanto me costó limar, están volviendo a relucir y todo por un descuido que no fue intencional. Me niego a creer que mis suegros se hayan ido ese día sin informarme a propósito, mucho menos que hayan olvidado el anillo de bodas de Cedric a conciencia. Todo debió de suceder tan rápido como la misma señora Reed les dijo. Quizás estaba feliz de sacar a su único hijo, de volver a casa y por ese motivo no recordó mi presencia. Estoy segura de que estos cinco días transcurridos han estado tan ocupados con un Cedric alterado que, por ese motivo, no me han llamado. Sé que estoy siendo abusiva al venir sin avisar, sé que es algo que a la señora Reed no le gusta, pero Caroline tiene razón en una cosa; yo soy su esposa y tengo derecho a saber sobre él. Un poco agitada, llego al fin a la inmensa puerta de roble, me apoyo lo mejor que puedo de ambas muletas y toco el timbre. Espero paciente a que salga el ama de llaves a recibirme con la misma sonrisa de siempre, pero para mi sorpresa, es la mismísima Wanda Reed quien me abre la puerta. —Bárbara, ¿Qué estás haciendo aquí? —Señora Reed, buenas tardes… —intento mantener mi sonrisa—. sé que no avisé, pero… —Por supuesto, tuvo que haberte traído Caroline. Volteo hacia el auto y vuelvo mi vista nuevamente a ella. —Yo se lo he pedido —le informo con algo de vergüenza—. De hecho, la obligué a que me trajera —miento—. He venido a ver a mi esposo, señora Reed. Fue una sorpresa para mí ir a su habitación y toparme con que ya no estaban ahí. Mi suegra toma aire, lo deja salir y me invita pasar. Lo hago lo más rápido que puedo y cuando oigo la puerta ser cerrada, me volteo para verla. —Bárbara, seré lo más breve posible para evitarnos una conversación extensa y dolorosa, ¿sí? —No comprendo… —El doctor encargado del caso de Cedric, nos ha pedido que no lo expongamos a toda la realidad de un solo golpe. Nosotros, como sus padres, siempre velaremos por el bien de nuestro hijo, él es quien realmente nos importa. En su estado, se ha vuelto agresivo, grosero e irracional. No quiere saber nada de nosotros, no quiere saber quiénes somos y mucho menos su vida antes del accidente. Está encerrado en su burbuja y tomará mucho tiempo para que salga de ella. —Pero yo soy su esposa… quizás si yo entre y hable con él… —Lo lamento, pero no puedo dejarte verlo, Bárbara. —¿Por qué? —la miro aterrada en espera de una explicación—. Yo soy su esposa… —Y yo soy su madre —me corta tajante—. Y eso me da el derecho de darte una negativa. No voy a exponer a mi único hijo a un estrés por ti. Tú eres la esposa de la cual él no tiene ni idea, ¿crees que soy tan mala madre como para exponerlo a semejante noticia, cuando apenas está procesando que es nuestro hijo? —No he dicho que usted sea una mala madre, señora Reed, es solo que yo… —Tú necesitas alejarte, Bárbara. Cedric no te recuerda, dudo que lo haga y nosotros como padres no pretendemos contarles de tu existencia aún. Él tiene treinta años de su vida por conocer, así que no pretendas que le hablemos de ti cuando apenas está procesando que es un Reed. —¿Y qué se supone que haga? —le pregunto con el nudo en mi garganta—. Yo estoy… —Estás alterada y lo comprendo, pero debes ponerte en el lugar de Cedric también. Ayer nos dijo que, si tiene una novia, que no desea verla, que no le digamos su nombre, mucho menos si está casado o con hijo… no te miento, Bárbara. Cedric no es el mismo hombre con quien te casaste y considero que lo más sano por ahora es que le des un poco de espacio para recuperarse por completo. Tú lo amas, ¿no? —Con toda mi alma, señora Reed —mis lágrimas ruedan por mis mejillas—. Quiero lo mejor para él, quiero que esté bien, pero no quiero que a causa de su estado me desprecie… —Lo hará si lo abordas en este momento, pero eso debes irte y darle un tiempo. —¿Cuánto tiempo? —El tiempo que sea necesario para que él comience a conocerse así mismo, sus treinta años de vida y todo lo que nosotros, sus padres, somos para él. Cuando se conozca así mismo, yo misma te llamaré para presentarte ante nuestro hijo como su esposa. Prometo estar contigo y no dejarte sola ese día, Babi… Me abraza y me resulta imposible no comenzar a llorar. Siento sus manos acariciar mi espalda y oigo sus palabras consoladoras, las cuales me hacen llorar mucho más. —Ve a casa, Babi, recupérate para que conozcas a tu esposo una vez más. […] —Han pasado tres meses, y no la han llamado, Carolina —murmura mi madre en un tono molesto y preocupado—. Tres meses en los que Babi no duerme, no come al menos que la obligue y no para de llorar, ¿Cuánto tiempo más pasará? —No lo sé, señora Collins… Wanda y Ryan se han alejado por completo de mi padre, no le atienden las llamadas y Wanda ha prohibido las visitas a la mansión. Ni yo he podido verlo… —No puedo quedarme viendo a mi hija morirse de la desdicha mientras espera que esa bru… que la señora Wanda la llame. —Tiene que hacerlo, no puede simplemente echar a un lado a la esposa de su propio hijo —musita indignada—. Quizás si se entera del embarazo, ella… —Tienen prohibido decirle de mi embarazo —hablo al fin levantándome de la cama—. Prométanme que no le dirá nada sobre mi hijo a los Reed. —Pero Babi… quizás si lo saben, te llamen para… —Ella no me llamará, Caroline—afirmo con dureza. Mis días en cama me ayudaron a comprender muchas cosas—. La señora Reed no me llamará, nunca lo hará porque nunca me quiso. Ella me hizo a un lado a conciencia solo para alejarme de su hijo. Es lo que siempre quiso y con esto consigue la excusa perfecta para hacerlo —camino directo al baño pasando por su lado—. Wanda Reed nunca quiso que esta campesina de Tennessee con sangre mexicana fuese la esposa de su único hijo. Ella jamás quiso que la plebeya se casara con el príncipe. —Babi… no digas eso… No le respondo, entro al baño cerrando la puerta, atreviéndome a ver frente al espejo al fin después de tanto tiempo. Mi rostro está huesudo, tengo unas enormes ojeras, rubio cabello está enmarañado y mis ojos rojos, hinchados y sin brillo. Los huesos de mi clavícula se notan demasiado, pese a que, como un poco, creo que he bajado al menos cinco kilos de peso y aunque sé que no debo dejar de comer, simplemente no me dan ganas de hacerlo. No tengo ganas de nada, solo deseo dormir y despertar un día en otra realidad, en una donde todo esto sea una amarga pesadilla y no algo real. Una realidad donde Cedric y yo estemos en nuestro hogar, colgando fotos nuevas, decorando la habitación de nuestro bebé, haciendo el amor en cada rincón de nuestra casa. No está realidad que es mi desgracia, que se siente amarga, fría y en penurias. Estallo en llanto una vez más con mi espalda pegada a la pared y me desplomo en el suelo cubriendo mi rostro. Oigo la puerta ser abierta, pero no me levanto, siento los brazos de mi mejor amiga rodearme pidiéndome que me calme, que me levante, pero no lo hago. Yo solo lloro amargamente por lo que ahora es mi vida, por lo que ahora soy en la vida de Cedric. No soy nada, no soy nadie y es lo que me ha costado asimilar durante estos tres meses encerrada en nuestra habitación. —Necesito sacarla de aquí, Caroline —le dice mi madre, pero no tengo fuerzas para negarme, solo para llorar—. Lleva tres meses depresiva, tres meses llorando, ¡y no pienso seguir viéndola apagarse por estar esperando una llamada que jamás llegará! —su voz se quiebra. —Lo que usted decida hacer, yo la apoyaré, señora Collins. —Me la llevaré de vuelta a Tennessee —sentencia mi madre con severidad—. No pienso tenerla más un día en este departamento lleno de recuerdos que la están matando poco a poco. Lo lamento Caroline, pero no puedo quedarme a esperar un día más. Ambas planifican sin preguntarme, hablan como que si yo no existiera aquí. Como si mi opinión no importara nada, como si no fuera mi vida la que están ahora organizando. Y yo tampoco puedo refutar, negarme o decirles lo que deseo hacer porque es tanto mi lamento, que solo puedo llorar en el pecho de mi mejor amiga. Solo les doy la razón en una sola cosa, y es que Wanda Reed jamás me llamará. Y lo que más me duele y me está costando aceptar, es que él jamás me recordará, así que no me queda de otra que irme, aunque no quiera, alejarme, aunque me duela y esperar el día en que Cedric me recuerde y me busque. […] CINCO AÑOS DESPUES —No puedo creer que me he quedo sin empleo —murmuro, mirando mi liquidación escrita en un cheque —. Fueron cuatro años en los cuales trabajé hasta el cansancio y ahora todos están resumidos en este papel. —Babi, cariño, tuviste la opción de irte a Europa con él, así que técnicamente tú fuiste la que renunciaste. —Mamá, ¿Cómo me iba a ir un año a trabajar y dejarlos aquí? —le doy una mala mirada—. No iba a poder trabajar en paz estando tan alejada de ti y de Christopher… —Lo sé, cariño… —se acerca y me rodea con sus brazos—. Al menos, tu jefe te ha dicho que te ha recomendado a una grande empresa, ¿no? —Si… solo me dijo que la encargada del departamento de recursos humanos es su prima y le envió mi currículo con muy buenas reseñas, prometiéndome que pronto me llamarán, es todo —bufo. —Si el señor Miller te lo ha prometido, yo le creo. Él se ha portado muy bien contigo, así que confiemos en su palabra. Besa mi cabeza y se levanta del sofá. Pienso en Aarón y una sonrisa se dibuja en mis labios. Mi madre tiene razón, él siempre ha cumplido con su palabra. Cuando nos conocimos, yo tenía ocho meses de embarazo y estaba culminando mi carrera desde casa. Solo me faltaban aplicar unos cuantos exámenes. Pero eso a él no le importó, él me ofreció ser su asistente personal. Me prometió el puesto una vez que haya dado a luz y haya cumplido mi baja de maternidad. Cuando Chris cumplió sus seis meses y pude darle biberón, lo busqué teniendo cero esperanzas, incluso, pensé que se había olvidado de mí, pero no. Aarón Miller me recibió con una gran sonrisa, me estuvo asesorando personalmente en todo y luego de no saber nada, pasé a manejar la agenda completa de un magnate dando lo mejor de mí. Hasta hoy… Debe irse por un año a Europa por negocios, incluso, me pidió irme con él, de hecho, mi deber como su asistente personal era irme con él, pero no pude hacerlo. Con mi corazón estrujado le presenté mi renuncia y el, la aceptó comprendiendo mi posición. No es lo mismo viajar dentro del mismo país con él a eventos y reuniones por dos o tres días, que irme por un año entero a Europa dejando aquí a mi madre y mi hijo. Él se ofreció en llevarlos, costear en nombre de la empresa una casa para los tres, pagar sus estudios también, pero me negué. Me negué rotundamente porque en mis planes no está cambiar drásticamente de aires la vida de mi hijo. Es un niño de cinco años que está a punto de comenzar la primaria y está muy emocionado, ¿Cómo iba a decirle que nos mudaremos a otro continente por mi trabajo? No tuve corazón para hacerlo. Ahora estoy sentada en la sala de nuestra pequeña casa mirando mi liquidación, pensando en que haré con el dinero y mi vida. —Lo bueno, es que una mala noticia viene seguida de una buena. Ten —comenta mi madre ofreciéndome una taza de chocolate caliente. La sostengo en mis manos y le doy un soplo para poder beber un poco. —No comprendo —ella peina su cabello, pasa su mano por su rostro sin dejar de sonreírme—. Mamá, habla. —Creo que no hace falta que diga lo obvio. —Lo siento, pero no estoy mirando ese “obvio” Lleva la taza a sus labios enarcando su ceja. La miro a detalle y cuando noto el diamante en su dedo, abro mi boca, grito y dejo la taza sobre la mesa. —¡¿Te ha pedido matrimonio?! ¡¿Kevin te ha pedido matrimonio?! —¡Si! ¡Puedes creerlo! La abrazo, le digo lo feliz que esto por ella, lo orgullosa que me siento por haber decidido avanzar y rehacer su vida. Lloro de la alegría y no paro de ver tan precioso anillo. —Esto es gracias a ti, Babi… verte avanzar, crecer y dejar todo atrás, me fue de ejemplo, mi niña… pensé; si ella pudo superar todo, yo también puedo hacerlo. Y mira, acepté casarme con Kevin. —Yo tuve una nueva razón para ser feliz, mamá, y fue gracias a Chris… tu ahora la tienes con Kevin y sé que ambos serán muy felices. Asiente secando las lágrimas de sus ojos. —Hay otra cosa que no te he dicho. —Soy toda oídos. —Me ha pedido vivir en Nueva York… ya sabes que su oficina está allá y que solo viajaba a Tennessee cada fin de semana por mí. Nos casaremos y es obvio que debemos vivir juntos, pero si tú me dices que… —Jamás seré un obstáculo a tu felicidad mama —acorto sus palabras y me apresuro a tomar sus manos—. Kevin realmente te ama y es comprensible que quiera vivir allá y no aquí. Aquí solo te tiene a ti, pero allá esta toda su vida, su empleo y esa familia maravillosa que te aprecia mucho… no te preocupes por nosotros, ambos estaremos bien y te prometo que ahora seremos Chris y yo quienes viajemos cada fin de semana para verte a ti. —No tienes empleo, Bárbara, no puedo irme y dejarte así nada más… —Pero tengo, o bueno, tenia, un excelente jefe que me firmó una jugosa liquidación la cual me servirá para estar tranquila por unos meses o al menos hasta que encuentre un empleo de medio tiempo. Además, recuerda que estoy esperando esa llamada que me ha prometido. Así que lloremos, pero de dicha y felicidad por los nuevos comienzos madre. Tendremos una boda que preparar y no quiero tristezas, por favor… ya tuvimos mucho de eso. —Tienes razón… Seamos dichosas y felices. —Eso quería oír, futura señora Miller. Le doy otro abrazo y beso su cabeza como muchas veces ella lo hizo conmigo, ocultando con todas mis fuerzas la tristeza que me está invadiendo por todo esto. Pero ella merece una nueva oportunidad, merece ser feliz y yo jamás por el miedo a quedarme sola otra vez, la voy a retener conmigo para siempre. Kevin realmente la ama, la amó desde que la conoció en uno de sus viajes. Se conocieron en el hotel donde mi madre era recepcionista y desde entonces, comenzaron una relación platónica por llamadas, hasta que con el pasar de los meses, todo se volvió más formal, más estable y luego de un año y medio de este amor a distancia, al fin se casarán. Jamás podría entristecerme por esta bella noticia, pero de solo pensar que pronto se ira, la opresión en mi pecho se hace presente. —¿Vamos a la sala a decirle a Chris que Kevin ahora si será oficialmente su abuelo? Mi madre suelta una gran carcajada levantándose animada del sofá. Desde que mi hijo conoció a Kevin, lo llamó abuelo así sin más. Al principio, mi madre se sentía avergonzada y hasta tuvo un colapso, pero al ver a Kevin maravillado, comenzó a aceptar la situación. Llegamos a la sala, lo veo coloreando concentrado sentado en su pequeña silla, con muchos colores sobre su pequeña mesa. Al vernos llegar, comienza a mostrarnos emocionado todo lo que nos ha coloreado y yo no puedo dejar de sonreír y sorprenderme por cada dibujo realizado. Para tener cinco años, lo hace muy bien, aunque aún debe de aprender a respetar un poco los bordes. Ver a Christopher, es ver a su padre. Ambos son tan idénticos, que al comienzo me costó poder ver su carita sin explotar en llantos. Ya lo he superado y, a decir verdad, me alegra que se parezca mucho a él, porque al final de todo, Chis es la muestra de ese sentimiento que ambos tuvimos, la prueba de lo que fuimos y el resultado del amor que tuvimos hasta el día en que nos casamos. —La abuela tiene algo que decirte… —llamo su atención—. Una noticia muy importante la cual te hará muy feliz. Abre sus ojos con desmesura, mira a mi madre y el brillo en su cara es indescriptible. Mi madre le da la noticia causando que el grito de felicidad que suelte por su garganta sea tan agudo como ensordecedor. Ambas nos reímos, celebramos y lloramos al ver la felicidad de nuestro pequeño por la boda. —¡¿Entonces nos mudaremos a Nueva York con Kevin, mamá?! Mi madre me mira con sus ojos bien grandes, yo me quedo con la sonrisa petrificada en mis labios sin saber que decirle. Ambas nos miramos sin saber que hacer mientras que él aguarda a mi respuesta. El móvil dentro de mi bolsillo suena llamando mi atención y como si fuese salvada por la campana, decido contestar. —Ahora vuelvo —le digo. Salgo como alma que lleva el diablo de la sala deslizando el dedo sin ver quien me está llamando. —¿Hola? —¿Hablo con Bárbara Collins? —pregunta del otro lado y yo respondo con un si—. Un placer hablar con usted. Soy Miranda Coleman Miller, la gerente de recursos humanos, la prima de Aarón. Abro mi boca al oírla. —El placer es mío, señorita Miranda —me apresuro a decir—. No se imagina lo feliz que me hace recibir esta llamada. —Y usted no sabe la felicidad que me causa a mí en responderme —ambas nos reímos—. He estado leyendo su hoja de vida y según las excelentes recomendaciones de mi primo en nombre de su empresa, considero que es la mejor para este cargo… —mis ojos se cristalizan al oírla hablarme del empleo, del horario y de la paga, sobre todo la paga—. El puesto es suyo, señorita Collins, pero, aun así, por cuestiones de protocolo, necesito entrevistarla, ¿cree poder venir el lunes a las ocho de la mañana? —¡Por supuesto que sí! —digo emocionada—. ¿Me indica la dirección? Accede y le pido unos segundos para buscar donde anotar y cuando le anuncio que me la dicte, frunzo mi frente y dejo de escribir. —¿Eso es aquí en Tennessee? —¿Tennessee? No señorita Collins, la empresa queda en Nueva York, ¿acaso no le informó esto mi primo? —Sí, sí, claro… —miento—. He tenido una confusión. Dícteme la dirección por favor. Comienzo a escribir todo lo más rápido que puedo, planificando en mi cabeza todo tan rápido como mi mano se mueve. Le agradezco a la señorita Miranda por su amabilidad y me despido de ella prometiéndole que el lunes estaré ahí a primera hora. Cuelgo la llamada y guardo mi móvil pensando en la locura más grande que haré en mi vida desde que me convertí en madre. Volver a Nueva York después de cinco años. Después de que me prometí no hacerlo jamás.
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