Por más que Caroline me pide con dulzura y comprensión que me calme, no puedo. Es tanta mi impotencia, rabia, decepción y tristeza, que no dejo de llorar en sus brazos. Lo hago en silencio, jadeando para no gritar, para no elevar el sonido de mi llanto y asustar a mi hijo o incluso, despertar a mi madre. En medio de mis jadeos, le conté lo que sucedió; sus ataques de celos, sus besos y luego sus últimas palabras. Aun de pie en el mismo lugar, le dije todo en susurros y ahora estamos en la cocina, donde ella me ofrece un vaso de agua pidiéndome que deje de lamentarme. Fue a ver si Chris estaba dormido y volvió aquí diciéndome que está más que rendido en medio de mi cama. Lo cubrió, le ha apagado la luz y cerró la puerta para que no lograra oír mi llanto soltado en bajos quejidos de dolor y