Ambos salimos en silencio. Al pasar frente a Abril, ella desde su lugar nos mira fijamente. Cedric no voltea a verla, pero ella de igual manera me sonríe de una forma muy extraña. Yo mantengo mi gran sonrisa en mis labios, fingiendo demencia, siguiendo mi camino hacia el ascensor, pero su orden tajante de que lo siga, me hacen desviarme de inmediato detrás de él.
Con la rabia carcomiéndome por dentro por haberme ordenado seguirlo como lo hizo, llegamos al ascensor privado al fin.
—No uso el ascensor común, señorita Collins —me informa, pasando por el lector la tarjeta de acceso—. Y usted tampoco lo hará a partir de hoy.
—No tengo problema en usar el ascensor común, señor Reed.
—Pero yo sí.
«Al parecer, últimamente tienes muchos problemas, Cedric»
—No tengo tarjeta de acceso —espeto.
