El sol apenas había salido y Elijah estaba camino al campo de entrenamiento. Aunque acababa de regresar ayer, no significaba que iba a descuidar sus responsabilidades.
Agarrando una botella de agua de la nevera, vio a Índigo parada allí, con pantalones de chándal y una camiseta sin mangas, bostezando.
—Me alegra ver que no te estás descuidando —dijo lanzándole la botella de agua y tomando otra.
—Ya sabes que mamá y papá no me permitirían descuidarme —dijo ella, atrapándola antes de estirarse.
Elijah la miró divertido, aunque estaba despierta, estaba claramente distraída.
—¿Y dónde está rubí? —preguntó, la noche anterior pasó por su mente.
Su pregunta pareció despertarla mientras se movía en su lugar evitando su mirada.
—Ella realmente no entrena con nosotros. Papá le ha dado permiso para entrenar sola —murmuró.
Elijah frunció el ceño.
—Somos una manada, entrenamos juntos. ¿Quién se cree que es?
Hizo ademán de pasar junto a Índigo pensando en cómo no esperaba eso de Scarlett. Siempre le encantaba entrenar y era una de las mejores guerreras de la manada, bueno, lo era cuando la vio por última vez hace dos años.
Índigo agarró su brazo.
—No Elijah. Por una vez creo que Scarlett hizo lo correcto —dijo mirándolo.
Vio el dolor en sus ojos.
—¿Qué pasa? —preguntó, su voz casi un gruñido.
La chica se estremeció y Elijah respiró profundamente tratando de calmarse.
—No es mi lugar decirlo., ni siquiera estaba allí, pero escuché... si quieres saber, tendrás que preguntarle a Scarlett. Incluso mamá y papá no lo saben —dijo ella.
Elijah asintió bruscamente.
—Está bien, lo haré. Tú ve, hoy no me uniré. ¿Scarlett está arriba o fuera? — preguntó.
—Ella se fue —respondió Índigo, esperando no meterse en problemas con Scarlett—. Por favor, no me menciones.
—No lo haré —dijo Elijah mientras se dirigía hacia la puerta. Necesitaba encontrarla.
Después de unos quince minutos de tratar de rastrear su aroma, finalmente la encontró justo fuera de los límites de la manada, cerca del río. Estaba usando el árbol más cercano como saco de boxeo, astillas de madera rompiéndose con cada golpe, la mancha de sangre en el árbol le mostró que no se había tomado a la ligera. Sus manos estaban vendadas, pero podía ver que ahora estaban rasgadas en los nudillos.
Se veía tan atractiva como siempre, el sudor goteando por su estómago desnudo, su pelo desordenado recogido en un moño despeinado en la parte superior de su cabeza mientras muchos mechones sueltos enmarcaban su rostro.
—¿Es sabio entrenar fuera de los límites de la manada? —dijo, haciéndola detenerse.
Ella se giró y se secó la frente, vestida con pantalones de yoga negros y un sujetador deportivo azul cielo estampado en el que estaba apretada, mostrando mucho escote.
“¡Maldición! ¿De qué estaban hechos esos sujetadores?” Muchas mujeres parecían desaparecer en los sujetadores deportivos y aquí ella estaba mostrando su delicioso escote por el que cualquier chica mataría.
—¿No se supone que debes estar en el campo de entrenamiento de la manada? — dijo justo cuando el evento de anoche volvió.
Se ruborizó, contenta de que su rostro ya estuviera sonrojado.
Elijah no se perdió el repentino tono más oscuro en su rostro.
—Quería saber por qué la loba más fuerte de la manada estaba ausente —dijo cruzando los brazos.
Por mucho que quisiera molestarla, no confiaba en sí mismo. Anoche había sido una clara revelación de lo que pensaba de ella y aquí, aislados, sudando, no le ayudaría en este asunto.
—Prefiero entrenar sola —dijo dándole la espalda.
Mientras se agachaba para tomar una venda fresca para envolver sus manos, su mirada se posó en su trasero.
“Mierda”. Pensó apartando la vista.
—Órdenes del Alfa, rubí, somos una manada, entrenamos juntos —dijo.
Ella frunció el ceño.
—Todavía no eres el alfa. Papá me dio permiso —dijo en voz baja.
Él cerró la distancia entre ellos, agarrándola del codo y haciéndola girar. La empujó contra el árbol mientras la miraba a los ojos, sus ojos azul celeste ahora oscureciéndose a un azul cobalto. Ella sabía que su lobo estaba emergiendo, lo que significaba que lo había enfadado.
—Aún soy un Alfa y cuando doy una orden, ¡tú la obedeces! —gruñó. Su intoxicante aroma llenó sus sentidos y la urgencia de enterrar su nariz en su cuello casi lo dominó.
—Tengo mis razones, Elijah, ¡ahora suéltame! —dijo enojada—. Odio cómo ustedes, los machos, son tan egocéntricos y piensan que debemos obedecer todo lo que dicen.
Sus propios ojos brillaron plateados, ambos lobos se miraron con desafío, sorprendió a Elijah que ella aún pudiera mantenerse firme contra él. Incluso cuando había ido a su entrenamiento, se había encontrado con muchos alfas, y él había sido uno de los más fuertes.
Ver a una loba defender su posición era intrigante y más aún durante tanto tiempo. Incluso la pareja de un alfa no tenía tanto poder sobre un alfa.
—Quiero saber tus motivos —dijo él, bajando la cara para mirar fijamente a sus ojos.
Tomando sus muñecas, las puso contra el árbol junto a su cabeza, el movimiento solo hizo que su interior palpitara y que su estómago se llenara de mariposas. Ambos respiraban con fuerza, sus pechos ahora presionados uno contra el otro. Ella presionó sus muslos necesitando que él se moviera antes de excitarse. El calor de los cuerpos del uno al otro solo hizo que sus latidos cardíacos se aceleraran.
—¡De acuerdo! ¡Suéltame y te lo diré! —dijo ella forcejeando en su agarre.
Elijah parpadeó y retrocedió. Se había distraído con ella, otra vez.
—Estoy esperando —dijo cruzando sus musculosos brazos.
—Bajo una condición, no harás ni dirás nada —dijo ella. Él se volvió mirándola con enojo.
—No me desafíes, roja —advirtió.
—¿Quieres saberlo o no?
—De acuerdo —dijo bruscamente, golpeando su mano contra el árbol y astillándolo en gran parte.
—Después de convertirme y algunos de los chicos vieran que mi forma de lobo era más grande que la suya, comenzaron a molestarme. Estaba bien, puedo soportar un montón de acoso —dijo ella mientras caminaba hacia un lugar despejado de astillas de madera y se sentaba sobre sus pies jugando con un poco de hierba—. Se pasaron un poco, empezaron a hacer comentarios físicos insinuando que tal vez había nacido como hombre y por eso mi lobo es enorme. Incluso eso solo me enfadó por el hecho de que eran unos bastardos homófobos. Nuestra manada es diversa y cada m*****o es igual, siempre ha sido la regla. Le conté a papá al respecto, considerando que podría ser hiriente para los demás, y las cosas mejoraron por un tiempo. Hasta que hubo una fiesta. Algunos habían bebido mucho más de lo que deberían, algunos de nosotros decidimos ir a correr. Me negué al principio hasta que dijeron que tenía demasiado miedo de perder, así que fui.
Elijah escuchaba. No le gustaba hacia dónde iba esto, para nada.
—Nos transformamos y corrimos por el bosque, lejos de la fiesta. Nos dividimos en dos grupos. No me di cuenta de que era la única mujer con seis de los peores idiotas. Lo habían planeado desde el principio. Inmovilizaron a mi lobo y dijeron que querían ver cómo era mi aparato en forma de lobo. ¿Era una mujer o un hombre...?
Scarlett se detuvo, odiando la sensación de impotencia que la estaba invadiendo. Odiando lo débil y asustada que se sintió esa noche.
La mandíbula de Elijah se apretó de ira, la rabia lo recorría. Se sentía asqueado de tener compañeros de manada tan viles. El simple pensamiento de que la trataran así despertaba algo diez veces más peligroso dentro de él.
—Miraron, se rieron y a través del vínculo mental bromeaban acerca de si deberían probar si realmente me sentía como una mujer. Pude apartarlos. Desearía haberlo hecho antes, pero eran seis contra uno. Ahí lo tienes, así que preferiría evitarlos.
Terminó, levantándose como si no hubiera contado una información tan impactante. Tratando de no dejar que la tristeza la invadiera, no lloró y nunca permitiría que nadie viera esa satisfacción al verla llorar.
—Nombres —gruñó Elijah con voz ronca.
Sus ojos se abrieron de par en par, dándose cuenta de que emanaba rabia como un horno lo hace con el calor.
—Aceptaste que no habría nombres.
—¡Eso no es algo que pueda permitir! — gritó, sus colmillos se alargaron y el corazón de Scarlett dio un vuelco al ver lo alterado que estaba por ella. Se acercó a él, valientemente acariciando su rostro.
—Elijah, cálmate, esto sucedió hace dos meses. Estoy bien y puedo entrenar sola, no te preocupes por eso —dijo sintiendo la barba en su mejilla rozar sus dedos.
Dios, él era tan guapo.
Él la miró, sus oscuros ojos azul cobalto pasando a azul celeste. Puso sus manos en sus caderas, sin perderse lo bien que se sentía en sus manos. Ella tenía la cantidad justa de curvas y carne, su pecho se agitaba mientras la miraba fijamente. Sus suaves labios rosados, desprovistos de su habitual color rojo, parecían tan apetecibles.
—Nombres, roja, ahora o por la diosa luna, te besaré —gruñó mirando sus grandes y suaves ojos verdes que parecían calmarlo a pesar de lo enojado que se sentía.
Ahora estaba claro el shock en sus aún más grandes ojos. Ella hizo un puchero.
—Entonces tendrás que besarme, porque no lo diré —respondió tercamente.
Mirándolo fijamente, quitó sus manos de su rostro e intentó apartarlo. Él no se movió, sus ojos oscureciéndose mientras se acercaba más.
—Lo pediste, roja —dijo con voz ronca y antes de que ella pudiera siquiera comprender lo que estaba sucediendo, sus labios chocaron contra los suyos.